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Bob Pop: “Siempre sentí que tenía que ser mejor que los demás para que me perdonaran quién era”

Bob Pop.

Alejandra Luque

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Bob Pop, el álter ego de Roberto Enríquez, asegura entre risas que está “borracho” de escucharse a sí mismo. El estreno en la televisión de pago de su serie autobiográfica, Maricón perdido, ha conseguido que la crítica haya aplaudido al unísono el reflejo de un duro testimonio de la vida de un niño y un adolescente marcada por la homofobia y el rechazo en el colegio y en casa. Con Maricón perdido, Bob Pop lleva al audiovisual su primera novela, Mansos, publicada en 2010. En aquel año fue firmada por Robert Enríquez. Ahora, en su reedición, es Bob Pop quien la rubrica. Diez años de diferencia pero con el mismo espíritu de luchar contra aquellas situaciones que nos pueden llevar a ser mansos.

PREGUNTA (P). ¿Por qué esta reedición de Mansos?

RESPUESTA (R). Cuando me puse a escribir el guion de la serie, me doy cuenta de que en el cuarto capítulo cuento el momento en el que el personaje se convierte en escritor. Me parecía que el hito de eso fue la publicación de Mansos y lo que hice fue adaptar este libro al audiovisual y convertirlo en un capítulo más. Hacer, en definitiva, una reflexión sobre qué es mostrarse, qué es exponerse o qué pasa cuando la literatura pasa a ser un producto de consumo.

P. ¿Qué has sentido al llevar la literatura al audiovisual?

R. Tranquilidad porque sabía que el autor no me iba a regañar (risas). Me he pedido permiso a mí mismo y me lo he concedido. Me ha gustado muchísimo el ejercicio y me encantaría seguir haciéndolo, pero no adaptando libros, sino seguir haciendo novelas y series.

P. ¿Ha cambiado mucho la persona que escribió Mansos de la que ha escrito Maricón perdido?

R. Creo que no demasiado. Si acaso, cuando escribo Mansos tengo que ajustar cuentas conmigo y ahora que lo reedito, hay muchas cuentas ajustadas y menos rabia, pero sigo teniendo la conciencia de que hay que evitar ser mansos.

P. ¿Cuánto tiempo estuviste siendo manso?

R. Treinta años de mi vida y eso pasa factura. Hay cosas que no podemos saber cómo habrían sido de otro modo, pero hay otras que, como ya forman parte de nosotros, lo que tenemos que hacer es asumirlas, aceptarlas y ser capaces de evitar las situaciones que nos llevarían a ser mansos. Al menos, protegernos de estar en esos lugares.

P. ¿Ha sido duro rememorar episodios como la violación en El Retiro?

R. No porque episodios como ese se convierten en una herramienta de trabajo, en elementos para contar otra historia. De modo que lo duro era contarlo bien, escribirlo bien y encontrar el lenguaje adecuado para que no se malinterpretara nada. Hay un momento en el que lo que has vivido deja de ser lo más importante en favor de cómo contarlo y asumirlo. Para mí, lo más duro al hacer literatura es no hacer mala literatura. En todas partes hay porque hay literatura que considera que basta lo testimonial para hacer literatura, pero yo pienso que tiene que ir más allá. Tiene que haber intención y una búsqueda de lenguaje y si no lo hay... A mí, el vómito experimental no me interesa. Pero es muy duro hablar de mala literatura, ¿eh? Para mí, los libros malos también me han enseñado muchas cosas, pero no es la literatura que me interesa ni la que quiero hacer.

P. ¿Es lamentable que en la sociedad actual se produzcan casos en los que hablar sobre tu homosexualidad en casa sea causa de destierro familiar?

R. En mi caso lo viví como una necesidad, al igual que muchas personas de mi generación y del colectivo gay de la época. Había una necesidad de ser nosotros, de poder tener una vida propia y no tener que dar explicaciones ni pedir disculpas. Sí hay una especie de destierro pero creo que tiene un punto enriquecedor que es duro y que en muchas ocasiones nos desplaza y nos conduce a los márgenes. Sin embargo, nos hace conocer a gente que de otro modo nunca hubiéramos conocido. Afortunadamente pienso que cada vez pasa menos, que las familias son menos crueles, más abiertas, humanas y cariñosas. Todavía hay personas así, por supuesto, pero creo que cada vez son menos y se denuncian más. Creo que en eso no vamos por el mal camino.

P. Llama mucho la atención cómo en la serie dejas muy patente el rechazo a la figura del padre encarnada en la figura de Carlos Bardem. ¿Ha sido duro reflejarlo así?

R. No porque tenía muy claro, desde que empecé a escribir el guión, que quería borrar su rostro y la imagen del patriarcado y permitirme el lujo, ya que la ficción era mía, de no tener que volver a mirar a mi padre a mi cara ni soportar su mirada tan desaprobatoria. Fue una decisión editorial que tenía que ver también con el poder que tiene uno como autor.

P. ¿Qué papel ha jugado tu madre en esta experiencia vital?

R. Me gusta mucho la madre que ha encarnado Candela Peña porque es la construcción de una madre desde la mirada del niño y del adolescente. Seguramente, si mi madre viera la serie, que no creo que lo haga, pensaría que soy muy injusto y cruel, pero necesitaba explicar a esa madre así porque era como aparecía en la cabeza de ese niño. Lo que ha hecho Candela al construir a la madre no ha sido pretender construir un personaje, sino dar vida a un personaje para definirme a mí, que soy el protagonista y el creador de la serie.

P. ¿Hasta qué punto es culpable la sociedad para que una persona homosexual se encuentre perdida?

R. Considero que en todos los puntos. Es un problema de la sociedad porque en esa pérdida puede dejar atrás a mucha gente muy valiosa para un proyecto común. Entonces, permitir que esa gente se pierda es permitir que la sociedad se quede sin cosas muy importantes.

P. Cuesta no asociar el auge de la extrema derecha con los actos que se están produciendo en España.

R. A mí me pasa lo mismo. Tengo esa sensación de que esa extrema derecha siempre ha estado en el poder y han sido nuestros avances, tanto del colectivo feminista como del colectivo LGTBI+, los que han hecho que abandonaran sus poltronas desde donde veían que todo seguía según lo previsto. Cuando han visto que, de verdad, la sociedad podía cambiar a mejor, se han tenido que arremangar y bajar al barro porque no tienen tan claro que su lugar esté protegido. Lo malo es que entran con mucha rabia que está engendrando violencia.

P. La ley Trans ha dividido también de manera sobremanera a estos dos colectivos.

R. Toda ley o propuesta que dignifique y mejore la vida de las personas trans me parece bienvenida. Y también, en este asunto he decidido tomar una postura clara: no hacer escuchar mi voz porque creo que las que tienen que hablar son las personas trans. Me parece que lo justo y lo respetuoso es que sean ellas porque sino estaría haciendo lo mismo que nosotros hemos lamentado durante mucho tiempo, que es hablar en nombre de otras.

P. ¿Cómo ha influido en el colectivo LGTBI+ el ideal de belleza difundido que tanto aprisiona también el físico de las mujeres?

R. Ha influido en tanto en cuanto el colectivo gay hace 15 años se rindió al capitalismo más salvaje y se convirtió en un elemento más de venta y de publicidad. Es ahí donde los cuerpos son siempre perfectos. Creo que con el paso de los años, afortunadamente, con la ampliación, la diversificación del colectivo y con la llegada de fenómenos como el de Orgullo Crítico, se ha empezado a entender que esto no va de musculados, blancos de clase media alta. Esto va de todas. Ya es un colectivo más amplio y en el que entran cuestiones transversales de clases, físicos, condición, capacidades... Cosas muy importantes que, mezcladas, le dan al colectivo una profundidad y una solidez que antes no tenía. Ahí creo que los cuerpos perfectos empiezan a dejar de importar en favor de la libertad y la felicidad.

P. ¿Una parte de la juventud está propiciando ese cambio?

R. Creo que sí y me parece fantástico. Son mucho más libres y abiertos que nosotros. Tienen un entorno mucho más seguro pese a los actos brutales que sufran, pero creo que están llevando a cabo una labor importantísima. Una juventud a la que se le está culpando de ser la responsable de una quinta ola del covid es la misma que cuando quiere reivindicar algo en las calles, está en primera fila. Ese mito de la juventud desinteresada, desapasionada y pasota creo que ha pasado a la historia y realmente es una avanzadilla. Están recogiendo un legado muy importante y lo están llevando mucho más allá.

P. ¿Cómo estás viviendo el dramático asesinato del joven Samuel Luiz?

R. Con muchísima tristeza, rabia e impotencia, sobre todo también por el tratamiento de muchos medios de comunicación por esa insistencia de buscar cualquier razón peregrina pero nunca entender que la homofobia mata.

P. ¿Nos hemos escondido detrás de la Ley del Matrimonio Homosexual para ignorar actos de homofobia que se han ido produciendo?

R. Por un lado creo que sí y por otro lado considero que esa ley ha hecho que las cosas no fueran tan difíciles, pero no basta. La desigualdades no se solucionan sólo con un contrato administrativo, sino que van más allá. Es una ley que habla de igualdad de derechos y es un buenísimo punto de partido, pero nos queda mucho más. No podemos pensar: “Venga, ya nos podemos casar, fenomenal”. Qué va. Aún nos queda mucho por hacer porque de toda la vida la gente heterosexual ha podido casarse y seguía luchando por muchos derechos.

P. ¿Qué precio has pagado a lo largo de tu vida?

R. La sensación de tener que ser un poco mejor que los demás para que me perdonaran quién era. A las mujeres os ha pasado lo mismo: siempre habéis tenido que mostrar más por el hecho de ocupar lugares que el heteropatriarcado consideraba suyo. Creo que en el colectivo nos ha pasado lo mismo: siempre tenemos que andar justificándonos. Esas frases de “es marica pero es majo” o “es lesbiana pero es buena muchacha”... Esos peros han sido terroríficos.

P. ¿Cómo es que te llamen maricón mientras te agreden?

R. Algo muy malo pero, sobre todo, porque durante mucho tiempo no entiendes que eso sea motivo de una agresión. Durante mucho tiempo te culpas de ser el responsable de esa agresión y piensas: “Si yo no fuera así, ellos no tendrían por qué agredirme”. Durante mucho tiempo te planteas que eres tú quien va provocando y que el problema está en ti. Eso es durísimo.

P. Son lo mismos sentimientos que experimenta una mujer maltratada que llega a pensar que quizás tiene la culpa del maltrato psicológico o de las palizas que recibe.

R. Sí, sí, totalmente. De hecho, en el tratamiento del caso de Samuel ha habido de eso. Siempre se buscan excusas para acabar culpabilizando a las víctimas y eso es muy perverso.

P. ¿Cómo se ve la vida con una enfermedad?

R. Supongo que igual que todo el mundo que tiene una enfermedad. Vives con una mayor incertidumbre y con una cierta incapacidad para imaginar mi futuro. Eso no es tan malo cuando aprendes a disfrutar mucho del presente y a convertir el pasado en un libro o en una serie de televisión. No está tan mal. Me he dado cuenta que, antes de enfermar, tenía muy mala relación con mi cuerpo cuando todavía funcionaba perfectamente. He sido muy injusto con él y ahora, desde la enfermedad, siento que tendría que habérmelo pasado muchísimo mejor. Completamente (risas).

P. Peleabas, y lo sigues haciendo, contra la homofobia y ahora también contra la enfermedad.

R. Sí, sí, pero yo peleo de una forma muy divertida. Cuando era niño siempre deseaba ser adulto porque pensaba que me enfrentaría a un mundo más justo donde no ganaban los más fuertes, sino los que tenían la razón, y que hablando se entendía la gente. Me hice adulto y me di cuenta de que no, pero me siento muy privilegiado de poder tener voz y hablar de las cosas que me importan. Más que una lucha es una victoria que conduce a muchas batallas.

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