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Balada alegre de Raphael

Concierto de Raphael en La Axerquía | TONI BLANCO

Rafael Ávalos

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Vuelan aún. Recorren felices el cielo abierto. Mueven sus alas con brío. Allá arriba, las notas. Suenan como susurros. O quizá como el eco que resquebraja el suelo. Las aceras son resbaladizas. El firme no lo es. Reblandecido el cemento, se tambalean los cuerpos. Ahí abajo, los latidos. No tiene final. Es eterna la canción. Su tiempo es otro, éste y alguno más. Pasado, presente y futuro. Cesa el ruido. Calla la trompeta triste. Y comienzan los Infinitos bailes, la fiesta en el palacio de La Axerquía. Aunque a veces duela, bailan las almas. Porque él sigue Igual (Loco por cantar). Insaciable es su voz. También su espíritu. Las arrugas también aparecen en su garganta. Pero la potencia y el corazón en nada cambian. Cincuenta y siete años después, grita una y otra vez: “Es Mi gran noche”. Ahora y siempre. Y lo consigue, Córdoba está a sus pies. La Axerquía se sabe insomne. Como quienes caminan mientras la melodía cruza las nubes. Es la balada alegre de Raphael.

Nada tiene que ver ésta con aquella de viento. La Balada de la trompeta del italiano Franco Pisano. Ésa que sonara en su voz en 1970 y que permanece guardada en Sin un adiós, película de Vicente Escrivá. Alegre es ésta, como su sola presencia. La del hombre que le canta a Ella. Ella que puede ser él, y que no tiene edad. Como el teatro al aire libre de Córdoba refleja. Todos Somos ayer, hoy y mañana. Todos vibramos si un seísmo sacude nuestros sentimientos. Digan lo que digan, sin importar los demás; sin mirar el reloj de la vida. ¿Qué importa la edad cuando no se tiene? Nostalgia de la primavera en el invierno de la existencia. Calor de verano en el otoño que se avecina. Cuatro estaciones de un capullo aún por florecer. Mayores, maduros y jóvenes, todos por igual contestan a la Provocación de Raphael. Es en La noche de una ciudad que duerme y despierta.

“Gracias por tenerme aquí año tras año, tras año, tras año. Y los que quedan”, afirma el cantante linarense. Son más de siete décadas las que acumula. Más de cinco sobre los escenarios. El tiempo aja su rostro. Y sus manos. Pero no su voz, por mucho que la edad la arañe. Tampoco su energía. En realidad, es artista pues actúa del mismo modo que susurra o exclama letras. Es actor. Capaz de regresar a sus inicios, con esa conjunción única que tuviera con Manuel Alejandro, “el más grande” compositor que diera este país en los tiempos oscuros del Noticiarios y Documentales (No-Do). La luz en las tinieblas. Capaz de reinventarse y avanzar al paso de Dani Martín, Pablo López o la cordobesa Vega. Tiene claro, como cuando lo hiciera en 2003 trasplante mediante, lo que jamás olvida: Volveré a nacer. Eso sí, sólo si le acompañan. Pues Cuando tú no estás, es imposible. Nunca le falta su público, que este viernes llenara casi al completo La Axerquía. Sigo siendo aquel, presume entonces.

Apasionada su gente, él interpreta como otrora. Y como tiene pensado hacer adelante los días. “Seguro que nos vamos a volver a ver muchos años más, yo tengo mucha afición al escenario y a mi vida”, asegura ya casi al final. Mucho después de derrochar la fuerza de su Maravilloso corazón. Es entonces cuando cada espectador apasionado piensa: No puedo arrancarte de mí. Cada septiembre como si fuera abril aun cuando es octubre. A patadas escapa la tenebrosa afonía que en junio de 2017 hiciera mucho más discreto -casi discutible- su paseo por Córdoba. Recobrado el aliento, la voz brota con ímpetu para romper el aire. Es Raphael, en gira permanente con su último disco -o penúltimo más bien, Infinitos bailes-. Fue y será además, como el romance que tiene con la ciudad. Estuve enamorado no, lo está. Como las generaciones que ante él van de la mano.

Y sus límites son los que marcan sus inquietudes. Tanto que el repertorio va más allá del propio. Canta por Francis Cabrel con La quiero a morir o por Armando Manzanero con Adoro. Traslada a la hermana América con pluma de Violeta Parra. Gracias a la vida una vez más. Siempre es buen momento de Volver, en dueto mágico con Carlos Gardel -con ayuda de una radio de época antigua-. Aun cuando sabes, recuerda él a ritmo de bolero con toques de ranchera -gracias a Cuco Sánchez-, que Fallaste corazón. Pero que Nadie sepa de mi sufrir, según Agustín Lara. Pues Raphael tiene cuerda para más de un rato. Lo saben quienes corean cada estribillo; cada tema que libre es como El gavilán venezolano. Demuestra el de Linares que la música no tiene fronteras. Todo lo contrario. Al tiempo descubre que escuchar los versos de Manuel Alejandro es, todavía en un ocaso cualquiera, como Estar enamorado.

Definitivamente, quienes casi abarrotan La Axerquía viven una noche diferente. Hacen los coros con pasión a veces desmedida. Tienen sus corazones En carne viva. Cada instante es un Escándalo emocional. Aun cuando todos saben que el final está cerca. Quizá por este motivo reclaman: Ámame. Y él les quiere, como siempre. Con sonrisa amplia, con gesto serio. Qué más da. Qué sabe nadie lo que uno lleva dentro. Entraña rota puesta en pie. “Yo soy aquel”. Él es aquel. Éste y ése. El que nunca, ya quisiera la ciencia conocer la razón, pasa de moda. El que como Rocío Jurado, de nuevo gracias al irrepetible Manuel Alejandro, sentencia encendido: Como yo te amo. La noche es larga, pero la fiesta termina. Con la piel vuelta, con las retinas ardientes. Acaban y es irremediable, aunque en realidad con Raphael son Infinitos bailes. Otra cita tendrá que haber. Hasta entonces, las notas vuelan y los corazones laten. La trompeta, en silencio. Es la balada alegre de Raphael.

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