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ENTREVISTA

Aroa Moreno, escritora: “Somos muy opacos para nuestros padres y también para nuestros hijos”

Aroa Moreno presenta su novela 'La Bajamar'

Juanjo Fernández

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La Bajamar (Literatura Random House) es la segunda novela, tras La hija del comunista (Premio Ojo Crítico 2017), de la periodista y poeta Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981). En ella, a través de tres mujeres, abuela, madre e hija, recorremos cien años de nuestra historia. Mujeres que han vivido la Guerra Civil, la triste experiencia del exilio o los años de plomo en el País Vasco.

Memoria colectiva y memoria familiar se embridan en esta novela que también nos pone ante los secretos domésticos con prosa evocadora pero con crudeza de fondo, con la metáfora de las mareas que cambian el paisaje ocultando o dejando a la vista tanto vida como muerte. Esos secretos. Aroa se encontró con sus lectores en Córdoba y mantuvo una conversación con Cordópolis en la que se habló de cuidados, maternidad, refugios y fronteras.

La historia y la política se meten dentro de lo más íntimo

P. El arranque de La Bajamar, con apenas dos páginas, es brutal ¿querías agarrar al lector por la solapa desde el principio?

R. Bueno, es que así tenía que empezar la novela. Ese arranque sucedió en un pueblo del País Vasco y fue una historia que me impactó mucho porque habla de un niño que, jugando, se cae a la ría, y como nadie aprendía a nadar en esos pueblos, cuando se dan cuenta no se tiran a por él y tienen que esperar a que baje la marea para encontrarse al niño, así, con las manos enterradas en el fondo. Me pareció una imagen tan potente, tan literaria que, de alguna forma, me situaba en el dolor que debió sentir esa mujer cuando se dio cuenta que le faltaba un hijo, que no lo encontraba por ninguna parte y que se había ahogado un niño del pueblo y que resulta ser el suyo… pues tenía que empezar por ahí, porque ese suceso va a marcar la vida de todas eses mujeres que tienen niños. De hecho, ahora, cuando mi hijo, que aún no sabe nadar, se acerca al agua… cuidado.

P. Cuentas la historia de tres mujeres en una línea del tiempo con silencios, secretos y desarraigo…

R. Sí. Creo que es un interés mío el explorar literariamente cómo la historia y la política se meten dentro de lo más íntimo y en esta novela lo llevo al País Vasco que ha sido un territorio muy extremo porque ha vivido, como todos, una guerra y una dictadura pero también el terrorismo y esos “años de plomo”, una tensión acumulada que se ha pasado a través de las generaciones. Me preguntaba cómo las mujeres habían vivido y cómo habían cuidado en esos contextos de violencia o, incluso ahora, que los males contemporáneos son más difíciles de señalar pero también afectan a mujeres y también a hombres, claro; pero yo me preguntaba cómo les afectaba a las madres, si el dolor de una madre de ahora se parece al dolor de una madre de los años 30, si las preocupaciones son las mismas, si el amor es el mismo…

P. ¿Y alguna conclusión?

R. En el caso de las dos primeras mujeres, la bisabuela que protege a las niñas de la guerra o quien aísla a su hija del sufrimiento; pero en el caso de la última es más difícil, porque lo que hace es alejar a su hija de sí misma para que no cargue con esa amargura o esa ansiedad o esa anticipación constante de que algo malo va a pasar y que ha marcado su forma de ser madre.

P. Hablas de madres y de hijas…

R. Y de hijas y de madres…

P. Ya, ya ¿cuándo se es madre se deja de ser hija?

R. Nunca se deja de ser hija, yo creo. Lo que pasa es que cuando los hijos se convierten en padres se convierten también en otros hijos, de pronto miras hacia atrás y ves que detrás del padre y de la madre hay personas y al descubrir la paternidad te das cuenta de que eso no te hace mejor persona, no te hace más sabio, no te da más inteligencia… yo pensaba que esto iba a llegar y no; entonces miras atrás y te das cuenta que a tu madre le iba a pasar eso y no, lo que ocurre es que tú sí que lo creías y exiges que lo fuera, que siempre estuviese ahí y, como hija, no ves que tu madre sea una mujer con momentos de alegría, con momentos de tristeza… es bonito eso, pero, a la vez, es aterrador porque te das cuenta que has estado tantos años al lado de tus padres y no has sabido reconocer sus buenos o malos momentos. Creo que seguimos siendo muy opacos para nuestros padres y también para nuestros hijos.

P. El papel de la mujer y el cuidado… Vemos ahora las imágenes en la frontera de Polonia por las que pasan madres, abuelas y niños, y los hombres, al frente a luchar. No hemos cambiado mucho ¿no?

R. Evidentemente esto no ha cambiado nada. Lo hombres se iban a hacer la guerra y se van a hacer la guerra y las mujeres se van a cuidar de los niños, a protegerlos o a salvarlos. Es que es espeluznante que la historia se repita con tanta fidelidad. Yo pienso en Ruth, la bisabuela de la novela, llevando a las niñas al barco en medio de un bombardeo y veo estas imágenes de los refugiados que van a llegar a sitios inciertos, con niños pequeños, algunos enfermos o sin padres, y se me pone la piel de gallina. Y no digo que sea fácil el papel de los padres que se van a luchar y dejan atrás a sus hijos… no sé, es que hay tanto que revisar sobre los roles y de lo que se nos exige a unos y otros.

Es espeluznante que la historia se repita con tanta fidelidad

P. Quería insistir en cómo mezclas la memoria colectiva y, digamos, la privada o la doméstica en la construcción de tu novela.

R. Sí; es que cuando se habla de la memoria histórica o de la memoria política, me resulta inconcebible que se separe tanto de la memoria familiar. Yo creo que la memoria familiar de cada uno y la memoria histórica están íntimamente relacionadas. Uno piensa en su vida y la piensa en términos cronológicos: cuando yo nací, Franco acababa de morir o las primeras elecciones que viví fueron las del 82, cosas así; porque estamos inmersos en un lugar y en un tiempo en concreto, cuando decimos que somos “hijos de nuestro tiempo”, lo somos realmente. Es que es muy difícil separarlo. Todo lo que sucede, todo lo que se decide en los gobiernos, desde las más altas esferas e incluso las decisiones políticas más pequeñas, acaba afectando a tu intimidad, a tu vida privada. Hasta extremos de lo que se decide en esa mesa blanca enorme de Putin acaba llevando a un niño de meses hacia la frontera de un país que no conoce.

P. Es muy interesante el empleo de las mareas como metáfora. “Madre” y “marea”, palabras que se parecen tanto…

R. (sonríe) Sí; bueno esa imagen tendrá otra explicación, yo no la he usado tanto; pero, sí, a la novela la llamé La Bajamar, porque cuando empecé a habitar lugares de costa, me alucinaba mucho el paisaje que queda cuando se retiraba el agua; la marea alta cubre mucho, pero la marea baja deja al descubierto un paisaje que, a veces, es muy bonito, en las rocas, las escaleras que bajan en los puertos, etc; pero a veces se descubre vida y muerte… bueno en el caso de la novela es un poco extremo esto, pero sí es verdad que aparece otro paisaje diferente y me servía como metáfora de todo aquello que queda debajo del agua en las familias, en las relaciones entre nosotros, todo eso que cubre la vida y el tiempo y la Historia con mayúsculas; mientras que lo que está debajo lo dejamos sumergido y va posándose como un limo, estrato sobre estrato, y cada vez es más difícil acceder a ello.

Lo que se decide en esa mesa blanca enorme de Putin acaba llevando a un niño hacia la frontera de un país que no conoce

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