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Cronología de un parricidio planificado durante 15 días

José Bretón en uno de los registros en la finca de las Quemadillas

Alfonso Alba

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“Tuve 15 días para planificarlo todo”. Esta frase se le atribuye a José Bretón. La pronunció en la cárcel de Herrera de la Mancha el pasado mes de abril, durante un taller organizado por Instituciones Penitenciarias con los asesinos más famosos de España en busca de una especie de reinserción o arrepentimiento. Esa frase coincide con la sentencia que el tribunal del jurado de la Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Córdoba firmó el 22 de julio de 2013, y que acabó condenando a Bretón a 40 años de cárcel. Es más, se queda corta. El crimen se cometió hace este viernes justo diez años, un 8 de octubre, pero el 15 de septiembre Bretón ya estaba comprando leña y gasolina en grandes cantidades.

El primer párrafo de los hechos probados sobre un parricidio del que este viernes se cumplen diez años y que conmocionó a España resume en apenas ocho líneas quién es Bretón y cómo lo único que le perseguía era el rencor y la venganza hacia su mujer, Ruth Ortiz: “Cuando en el mes de septiembre de 2011 Ruth Ortiz Ramos le comunicó a su entonces marido, el acusado José Bretón Gómez, que tenía voluntad de terminar su matrimonio y quedarse a vivir en Huelva con los hijos de ambos, Ruth Bretón Ortiz, de 6 años de edad (nacida el 2 de octubre de 2005), y José Bretón Ortiz, de 2 años de edad (nacido el 10 de septiembre de 2009), el acusado concibió la idea de dar muerte a los niños –sus hijos-, como venganza contra su esposa, dada su negativa a aceptar pacíficamente la ruptura matrimonial, su personalidad refractaria a la frustración y su carácter rencoroso”. Ruth tendría hoy 16 años. Su hermano José, 12.

Bretón tuvo por tanto unas dos semanas para planear uno de los crímenes más mediáticos de la España contemporánea. No fue el primer padre que lo hizo, pero sí que el país despertó con su doble crimen a un tipo de violencia hasta ahora desconocida, la vicaria, aquella que persigue castigar en vida a la mujer arrebatándole lo más importante de su vida y para siempre, a sus hijos.

José Bretón decidió que mataría a sus hijos en la parcela de Las Quemadillas de su familia. En esa finca repleta de naranjos y abandonada desde hace años (la familia ha intentado venderla, sin éxito), Bretón inició todos los preparativos. Decidió que todo ocurriría el fin de semana del 8 y 9 de octubre de 2011. En su separación con Ruth Ortiz habían decidido que Bretón tutelaría a los pequeños cada dos fines de semana y ese era el que le tocaba. Ruth Ortiz, incluso, le llegó a proponer un cambio de fin de semana, algo a lo que Bretón se negó en redondo. El plan ya estaba en marcha.

Un crimen premeditado

El 29 de septiembre de 2011 fue al psiquiatra que lo trataba. El médico le había recetado unos medicamentos tranquilizantes, Orfidal y Motivan. Ese día los compró en una farmacia de Córdoba “para, una vez llegado el momento, poder adormecer e incluso matar a sus hijos con toda facilidad”. Decidió también que no iba a confesar y que para prolongar el dolor iba a simular que los niños se habían perdido. Para ello necesitaba hacer desaparecer completamente los cadáveres de los niños. “Entre el 15 de septiembre y el 7 de octubre de 2011, el acusado hizo acopio de leña en la parcela –que visitó en diversas ocasiones e incluso en la que llegó a dormir alguna noche- y adquirió combustible (gasóleo) en grandes cantidades”, relata la sentencia. Y no la compró en Córdoba, sino en Huelva, unos 271 litros en total.

“Al mismo tiempo, el acusado fue ideando una coartada para la desaparición física de sus hijos, decidiendo fingir que se le habían perdido en un parque, y a fin de tener datos que ofrecer sobre la supuesta pérdida de unos menores, hizo una especie de experimento con sus sobrinos, los hijos de su hermana Catalina, en la mañana del día 6 de octubre de 2011, dejándolos solos unos momentos cuando los llevaba al colegio”, afirmó entonces el jurado popular. Bretón quería saber cómo reaccionaba un niño cuando se veía solo.

Bretón comenzó a ejecutar su plan criminal a las 15:00 del 7 de octubre de 2011. En apenas 24 horas, sus dos hijos iban a estar muertos y calcinados, algo que nadie podía sospechar. Ese día y a esa hora, Bretón recogió a sus hijos de Huelva y los trasladó a Córdoba. Al llegar, fueron a casa de los abuelos, primero, y después a la de su hermana Catalina, en la calle Jesús del Calvario, en San Lorenzo. Allí los dejó con sus primos y se fue a la parcela de Las Quemadillas. Aparcó el coche, sacó las garrafas de combustible del maletero y regresó. “Para dar más cobertura a su coartada”, le propuso a sus hermanos ir en la tarde del 8 de octubre a la Ciudad de los Niños con todos los pequeños. No llegó a cerrar la cita. A su madre le dijo que ese día iba a comer con unos amigos.

“En la mañana del día 8 de octubre de 2011, el acusado José Bretón Gómez y sus hijos fueron a casa de la mencionada hermana del acusado, donde éste permaneció con sus hijos y sobrinos hasta las 13:30, mientras su hermana y cuñado hacían la compra en un hipermercado. Cuando volvieron, su cuñado llevó al acusado y a los hijos de éste a recoger su coche, Opel Zafira, a la casa de los abuelos, en la calle Don Carlos Romero, de esta capital. Allí, el acusado se detuvo lo justo para hacer creer a su familia que se dirigía a comer con unos amigos, lo que, como ya se ha dicho, era incierto”, agrega la sentencia. El plan ya estaba en marcha. A partir de aquí, la sentencia en sus hechos probados es como una película de terror.

“Al salir de la casa de sus padres, el acusado, con el que iban sus dos hijos, Ruth y José Bretón Ortiz, se dirigió con su vehículo a la finca de Las Quemadas, suministrándoles el acusado a los niños durante el trayecto, o al llegar a la misma, un número indeterminado de pastillas de los tranquilizantes Motiván y Orfidal, para facilitar su adormecimiento total y/o su muerte. Y una vez que llegaron a la finca, sobre las 13:48 de dicho día 8 de octubre, el acusado telefoneó de nuevo a su esposa, sin que lograra comunicar con ella, por lo que decidió seguir con su propósito criminal”. En el juicio, Bretón jamás aclaró qué es lo que quería decirle a Ruth Ortiz.

La “pira funeraria”

Bretón colgó y preparó “una especie de pira funeraria” con toda la leña que había ido acumulando entre varios naranjos “y sin visibilidad desde el exterior”. En la pira funeraria colocó los cuerpos de sus dos hijos. No se llegó a saber si seguían vivos o ya estaban muertos tras la ingesta de pastillas. Cogió una mesa metálica, la volcó y colocó junto a ella el cuerpo de los niños. El objetivo era fabricar un horno crematorio.

Bretón prendió unos 250 kilos de leña con 80 litros de gasoil, aproximadamente. La gran hoguera llegó a alcanzar hasta 1.200 grados de calor, “logrando un efecto similar al de un horno crematorio”. La columna de humo llegó a ser detectada por las torres vigías del Infoca. “Ante la magnitud de la temperatura, las partes blandas de los cuerpos de los citados niños desaparecieron rápidamente, quedando únicamente unos restos óseos”, continúa el fallo judicial.

El condenado siguió en la parcela hasta las 17:30 aproximadamente. Bretón siguió alimentando el fuego con una especie de acelerante y se fue antes de que la hoguera estuviera completamente apagada. A continuación, condujo hasta el entorno de la Ciudad de los niños y aparcó sobre las 18:01 a unos 300 metros, en la calle Pintor Espinosa. Desde allí, le mandó varios mensajes a su hermano, Rafael, “haciéndole creer que estaba en las proximidades del parque con sus citados hijos; haciendo lo propio con su madre, que lo llamó por teléfono desde su domicilio”, mantiene el relato de los hechos probados de la sentencia.

“Cuando consideró que había transcurrido un tiempo suficiente para hacer creíble la ficticia desaparición de los menores, llamó de nuevo a su hermano Rafael sobre las 18:18, diciéndole que había perdido a los niños, realizando otras llamadas a la familia”. El primero en llegar fue su cuñado para iniciar la búsqueda. A las 18:41, Bretón llamó al 112 para denunciar la desaparición de sus hijos. Rápidamente acudió a la zona la Policía Nacional. Las cámaras de la Ciudad de los Niños captan entonces a Bretón hablando con los agentes. La megafonía comienza a pedir la intervención ciudadana por si habían visto a dos niños, que acababan de desaparecer.

Bretón, incluso, llegó a acudir a la comisaría de Campo Madre de Dios. Llegó a las 20:43, donde firmó una denuncia sobre la desaparición. El caso recayó entonces sobre el juez que estaba de guardia, el titular de Instrucción número 4, José Luis Rodríguez Lainz. A esa hora arrancaron las diligencias previas número 5663/11 y comenzó la segunda parte del caso Bretón, la investigación.

Los huesos, la hoguera y un padre que no confiesa

Una vez que Bretón denunció la desaparición de sus hijos comenzó la investigación policial y una carrera por encontrar a los pequeños. Según contaron los primeros agentes que llegaron a la Ciudad de los Niños, ya desde primera hora notaron que el testimonio del padre no era creíble. Pero no podían descartar que efectivamente los niños se perdieran en el parque. En el juicio, el jurado consideró “inverosímiles” todas las versiones que dio Bretón de cómo había perdido a sus hijos. El propio juez Rodríguez Lainz ordenó una mediática reconstrucción de los pasos que dio Bretón, con él mismo esposado, una vez detenido, en el propio parque Cruz Conde. Tampoco le convenció.

La Policía no detuvo a Bretón de inicio. Al contrario, siguió libre durante más de una semana. Los agentes, que no se creyeron nunca su versión de los hechos, trataba de seguir sus pasos y de que acabara llevándolos a los niños. Pero esa misma noche, la del 8 de octubre, los policías ya llegaron a la finca de Las Quemadillas y vieron cómo los restos de la pira funeraria aún humeaban. Había varios naranjos quemados e incluso quedaban algunos rescoldos.

La investigación, a partir de esa noche, se centró en la finca. Ruth Ortiz casi desde primera hora no se creyó la versión de Bretón. Admitió en su primera declaración que se estaban separando y que Bretón no se lo había tomado bien. Al contrario. Y se temió lo peor.

Al día siguiente, la finca de Las Quemadillas se convirtió en un enorme foco de atracción mediático y policial. A la zona llegaban agentes de toda España. Y periodistas de todos los rincones del país. Desde el principio, la Policía Científica se centró en la hoguera. Bretón había conseguido su objetivo y los niños habían desaparecido. Pero aún quedaban pequeños restos: huesos muy pequeños donde ya no había ni ADN.

La aparición de los huesos resolvía el misterio... o no. La noche del 9 de octubre, incluso, la periodista Mavi Doñate informó en el Telediario de Televisión Española de que la Policía había encontrado huesos en una hoguera en el interior de la finca. Pero, ¿de quién eran esos restos? Al día siguiente, la versión policial cambió. Todo apuntaba a que no eran humanos, sino animales.

Por su parte, Bretón sostenía su versión “a machacamartillo”, como lamentaban los agentes que lo interrogaban. No se movía ni un ápice de que los había perdido en el parque y de que se estaba perdiendo el tiempo si no se iniciaba una búsqueda hasta internacional.

El informe de la forense de la Policía diciendo que los huesos no eran humanos fue lo que provocó que el caso Bretón se alargase durante más de un año. La Policía Nacional hizo de todo. Buscó a los niños en todo el mundo, puso patas arriba la finca de Las Quemadillas, que peinó con un georradar. Los perros no dejaban de marcar la zona de la hoguera. Los agentes la excavaron, esperando encontrar a los niños debajo. Buscaron en las paredes, en la piscina, en el Guadalquivir, en las acometidas. Nada. Mientras, Bretón seguía sin confesar. Nunca lo hizo.

Pero la abogada de Ruth Ortiz pidió una segunda opinión forense. El doctor Francisco Etxebarria accedió a las pruebas. El 14 de agosto de 2012, casi un año después, Etxebarria mandó un informe al juez: los huesos de la hoguera eran humanos. En concreto, identificó que eran compatibles con los de dos niños, de una edad aproximada de entre seis y dos años. La edad de Ruth y José.

Bretón siguió negando la máxima y su abogado, incluso, llegó a plantear un viejo truco: que se había roto la cadena de custodia. De hecho, un hueso, el número ocho, había desaparecido. Los restos estaban tan deteriorados que era compatible que simplemente este hueso literalmente se evaporase. Sus recursos no fueron aceptados ni por el juez ni en posteriores demandas. Bretón estaba a un paso del banquillo de los acusados.

El juicio arrancó meses después. La sentencia final llegó en el verano de 2013. Antes incluso de que se cumplieran los dos años desde los hechos. El jurado popular consideró a Bretón culpable, sin ningún género de duda, de haber asesinado a sus dos hijos con premeditación y alevosía. En la sentencia, insisten en su carácter “rencoroso y vengativo”, y en que no soportó que su mujer decidiera de manera “unilateral” acabar con su relación. Fue condenado a 40 años de cárcel, pero años después consiguió una rebaja por los que cumplirá 25 como máximo. Saldrá de prisión. No se le aplicará la prisión permanente revisable, que fue aprobada años después de que cometiera el crimen más atroz de la historia reciente de Córdoba.

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