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¿Sueñan los Reyes Magos con camellos eléctricos?

Cabalgata de los Reyes Magos | MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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Miles de personas se vuelcan en una nueva cabalgata llena de luz, sonido, colores y muchos caramelos

En medio del desierto de Nevada, en Estados Unidos, hay una ciudad de locos. Se llama Las Vegas. Allí, desde hace más de medio siglo, se reinterpreta en cartón piedra la historia y el arte universal para decorar y dar sentido a sus casinos. Pirámides mezcladas con la Torre Effiel. Una Esfinge a escala asomándose a los canales de Venecia. Salvando las excepciones de las fallas de Valencia y las Fogueres de Alicante, en Europa no hay nada parecido a esa delirante visión de la realidad. O tal vez sí.

Esta noche, por las calles de Córdoba, se ha paseado un conejo blanco gigante. Armado con una varita mágica en forma de estrella, giraba de un lado a otro sin dejar de sonreír de manera infantil. El monstruoso lagomorfo arrastraba una barroca carroza con un extraño personaje ataviado de rey en lo alto, pintado de negro y perseguido por una ambulancia y una legión de camiones automatizados de limpieza urbana. La estampa al completo bien podría presidir cualquiera de los casinos de Las Vegas pero se ha materializado en la plaza de Santa Teresa y se ha volatilizado al final de la avenida de Barcelona. Era Baltasar, la estrella de la cabalgata de los Reyes Magos, la respuesta hispana al sincretismo historicista y hollywoodiense de Nevada.

No se engañen. Si algún día viajan al desierto de los casinos de Estados Unidos, no verán nada que no hayan visto antes en una cabalgata de Reyes Magos. De hecho, si algún día soportan la típica conversación del plasta de turno que ha viajado a Las Vegas, que no les engañen: no habrá visto nada que ustedes no hayan visto antes en una cabalgata de Reyes Magos. “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais...”. Chorradas de replicante perdido en lugares comunes.

Porque lo del conejo diabólico que transportaba a Baltasar fue solo el postre de un menú muy pasado de caramelos de colores ácidos. Decenas de niñas vestidas de Mafalda lanzaban golosinas; Oliver y Benji -los amos del balón- defendían a los blanquiverdes del Córdoba en Primera División; luces centelleantes y música tecno para un pasacalles infantil de figuras extraflexibles que se retorcían en el aire; seguidos de una discoteca ambulante de superhéroes disfrazados de estrellas de la lucha libre mexicana que escupían confeti de un par de extintores; carrozas bíblicas que parecían salidas de un pequeño detalle en una pequeña escena de Intolerancia, de Griffith.

Y los tres Reyes Magos. Melchor y Gaspar escondiendo su verdadera identidad sexual -este año son mujeres- bajo una gruesa capa de maquillaje y un verdadero armario lleno de toneladas de pelucas y ropajes amplios. Seguidos, de nuevo, por ese maldito conejo sonriente que guiaba a Baltasar, un negro que escondía su verdadera identidad racial -parece que no hay negros en Córdoba- con una gruesa capa de pintura (negra).

¿Y los camellos? De cartón. E iluminados, a la altura de El Corte Inglés, por los fuegos artificiales. Como en Las Vegas.

“Yo he visto cosas que no creeríais...”.

Tonterías. ¿Quieres un caramelo?

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