El Factor Humano | La Pandemia según Mari: “En casa dejamos de ver el telediario con nuestro hijo delante”
Mari Carmen Rodríguez (Mari) es la hija de doña Paquita y la cuñada de Rocío. Las tres atienden un puesto de fruta y verdura en los mercadillos ambulantes al aire libre de Córdoba. Acuden los sábados al instalado en la calle Músico Cristóbal de Morales, junto a las Moreras, los domingos al de El Arenal y martes y viernes al Mercadillo “de Las Setas”.
Mari acaba de cumplir 40 años bien llevados y todos, si se puede decir así, lleva en el mercaíllo. Lo confirma preguntándole a su madre doña Paquita –“la jefa”-, que nos dice que el puesto lleva 37 años en la calle.
Junto a la báscula, un letrero reza que tienen productos de nuestra huerta, sin químicos. “Sí, una huerta en la zona del Aeropuerto”, explica Mari, “que da los productos de temporada, de lo demás nos suministramos en otros sitios, como cualquier frutería”. Ahora en invierno hay, por ejemplo, delante nuestra, unas acelgas y unas espinacas espectaculares.
Allí también tienen su vivienda en la que, como todos, pasaron los días más serios del confinamiento. “Fue de repente y muy duro”, nos dice Mari, que –de naturaleza si no optimista, al menos sí muy positiva- nos apunta que “no es lo mismo estar confinados en el campo, con una huerta, que en un piso”. Porque la huerta no entiende de confinamientos, “el problema es que no podíamos salir a vender; pero sí dábamos los productos a los vecinos, aunque fuera dejárselos por la ventana con una caña, como también vinieron del Banco de Alimentos a por verduras”.
El miedo es libre
Tras la reapertura de los mercadillos, “la gente venía menos, a pesar de las medidas de separación y de higiene, de la reducción de puestos y también de la reducción en la propia envergadura de los puestos. La gente tenía miedo pero, claro: el miedo es libre”, explica Mari.
En este punto, mamá Paquita, apunta que “estamos muy contentos con la actitud del ayuntamiento, han sido muy sensibles a nuestras necesidades, se reunieron con nosotros y nos han atendido muy bien”.
De hecho, confirmamos que, a pesar de todo, este viernes en Las Setas hay mucho movimiento, mucha mascarilla, mucho respeto y, también mucha familiaridad, mucho llamarse por su nombre de pila entre vendedores y clientes (clientas habría que decir, por mayoría clara).
Mari es madre de Alejandro, un niño de cinco años, que “no pasó mal el confinamiento, jugaba viéndonos trabajar en la huerta y hacía las tareas que le mandaba su seño y que yo le devolvía los viernes por internet y siempre le decía que estaban muy bien y él se ponía más ancho que largo”.
“Lo que sí tuvimos que hacer, su padre y yo, es dejar de ver el telediario con Alejandro delante”, confiesa, porque “él nos preguntaba cuánta gente estaba enferma o había muerto…” Tomaron una decisión: “mi marido y yo veríamos las noticias luego, en diferido”. “El regreso al cole fue peor, no sólo por la mascarilla, hidrogel por todos lados, distancia y tal, sino, sobre todo, porque Alejandro, tan chico, tendría que acostumbrarse a hacer todo lo contrarío a lo que le habíamos siempre explicado sobre compartir, ser generoso… Todos tenemos que volver a aprender”.
Nos dice Mari que “al principio todo fue una mezcla de impotencia, pero también de comprensión. Queríamos trabajar, claro, pero todo era desorbitado, te pueden confinar sin explicación, pero esto es que lo ves”, apunta nuestra frutera con una lucidez que para sí querríamos de otros.
Familia
Creemos que cultivar una huerta y vender alimentos es un servicio esencial y así se lo decimos. Mari Carmen lo asume, claro, por eso hicieron algo de servicio a domicilio –lo siguen haciendo, los miércoles, cuando no hay mercadillo- a clientes “de toda la vida, que ya están muy mayores, no tiene que ver con el Covid, nos llaman por teléfono y les llevamos a casa lo que no pueden ir a comprar”.
Mari nos confirma que los vendedores y vendedoras “somos como una gran familia, aquí estamos muy unidos, no hay competencia, nos preguntamos por la familia de cada uno, comentamos la jornada a la hora de recoger y nos preocupamos los unos de los otros”.
Y no queremos dejar de preguntar si, dentro de esa familia que forman, ha escuchado algún comentario discordante, algún atisbo de negacionismo o algo así…“Para nada, para nada, todos llevamos escrupulosamente mascarilla, nosotros también dispensamos el hidrogel, todos sabemos que esto está siendo muy gordo”, nos admite y nos recuerda que “todos debemos saber que detrás de cada niño hay una familia, que en esa familia hay abuelos…”.
Compartiendo esa última reflexión nos vamos del puesto de Mari y su familia cargados con mandarinas, cebollas, alcachofas, dos manojos de espinacas frescas y buenas dosis de buen rollo y, sobre todo, sensatez.
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