Un minuto antes de las 20:30 de este jueves, Antonio y su nieto, de 12 años, entraban en el portal de su casa junto a una vecina. Habían andado diez pasos y acababa de entrar en su casa cuando una fuerte explosión provocó el impacto de un marco de aluminio y cristales en el mismo portal por el que acababa de entrar con su nieto.
Lo cuenta con la voz entrecortada. “Ahora estoy que no sé ni dónde estoy. Estoy peor que ayer. Ayer estaba actuando por instinto”, dice este vecino, que vive en un bloque ubicado a unos 30 metros de donde este jueves se ha producido una tremenda explosión de gas que ha provocado una mujer herida de gravedad pero que podría haber provocado un mayor número de desgracias personales.
El caso de Antonio es un ejemplo. Hoy, este vecino del Figueroa de 74 años dice que no puede dejar de pensar en su nieto. “Empezó a pegar saltos y se asustó mucho. Fue un susto grandísimo. Y yo eso es lo que siento hoy, por mi nieto, más que si a mí me hubiese pasado algo”, cuenta sobre los minutos que siguieron al impacto.
Un impacto que da buena muestra de la envergadura de la explosión. Sigue Antonio: “Los cristales acabaron chocando contra el portal y mis ventanas. Los hierros y los marcos llegaron hasta aquí”, dice señalando el mismo portal por donde había entrado segundos antes de la explosión.
Unos minutos antes de las 20:30, en un piso de la primera planta del bloque colindante al número 8 de la calle Pasaje Marino Jerónimo Cabrera, donde se localiza la vivienda que explota, Carlos, un adolescente está tirado en la cama. Su madre acaba de ducharse y le pide que saque a la perra. Así que Carlos coge el collar y sale de su cuarto y de la casa y baja al parque con el animal.
Ese gesto le salva. La onda expansiva de la explosión por el patio de luz que une ambos edificios tira abajo el cristal de su habitación, algunos ladrillos y parte del marco. También dobla el muro. Todo cae en la misma cama en la que estaba Carlos antes de sacar a su perra. La historia la cuenta su madre mientras Carlos asiste en silencio. Es viernes por la mañana, hoy no ha ido a clase. “Le dije: Carlos, saca a la perra antes de que sea más tarde. Los cristales llegaban hasta aquí, desde la puerta hasta aquí”, dice la mujer señalando el pasillo.
A su lado está Toñi, otra vecina y presidenta de la comunidad de vecinos, que cuenta que ella y su marido estaban en su casa. “Mi marido estaba viendo el fútbol”, relata.
Carlos, Antonio y su nieto esquivaron de milagro la tragedia. También los dos hijos de Juanma, un vecino del bloque colindante al de la explosión, que además fue quien, junto a un inspector de Policía de la comisaría cercana, sacaron a la mujer herida de entre los cascotes minutos después de la explosión.
Juanma estaba en su casa, ubicada en el bajo del bloque número 8, con su mujer y sus dos hijos. Su madre vive en el piso de al lado. “Los pequeños estaban haciendo las tareas. Por la tarde comenzamos a oler a gas. Lo dijimos por el patio, pero nadie contestó. Y dos horas después, escuchamos un estruendo tremendo”.
Lo que sigue es el relato de un salvamento fruto del instinto y treinta años de experiencia como bombero del Consorcio Provincial.
“Primero vi que los niños estaban bien, porque por suerte estaban en la ducha. Después vi a mi madre, que estaba bien. Y ya es cuando salí a la calle y me dijeron que la explosión había sido en el portal de al lado. Intenté entrar a la vivienda y me encuentré en la segunda planta las escaleras colapsadas por los escombros de la explosión. Entre unos policías nacionales y algunos vecinos nos dimos cuenta de que está la señora. Vimos que la mujer estaba consciente. Le preguntamos por un hijo que tenía con un grado de discapacidad bastante severo y me dijo que no, que estaba sola. Así que decidimos, entre un policía, un sanitario y yo sacarla de allí. Lo hicimos y la dejamos en la puerta esperando a los sanitarios”.
Juanma y su familia han pasado la noche fuera. Su casa es una de las cuatro que han quedado inhabitables hasta que se haga un chequeo más profundo. Sin embargo, se considera un tipo con suerte. “Ha sido mucha suerte, dentro de que ha sido una desgracia y de que algunos estamos en la calle”, afirma este bombero, que se deshace en elogios hacia los bomberos del SEIS que intervinieron y hacia los propios vecinos, que ayudaron a desalojar los bloques de forma rápida.
Uno de los vecinos que intervino en los primeros momentos fue Antonio, el propietario del Bar Figueroa, que estaba trabajando en el momento en que se produjo la explosión. “Salí corriendo porque pensaba que había sido en la calle. Escuché a los vecinos: ¡Socorro, socorro, un niño! Así que me fui corriendo para el bloque”, recuerda Antonio.
Él y otros dos vecinos entraron en el edificio y lograron subir hasta la primera planta, donde, de entre los escombros, ayudaron a desalojar a los vecinos y vecinas. Estuvo menos de cinco minutos, hasta que un policía lo agarró del brazo y le dijo que saliera para afuera.
“Yo me asusté mucho. Esta noche me he despertado dos o tres veces, mis niños han tenido que dormir con nosotros”, cuenta Antonio, que resopla varias veces recordando los instantes posteriores a una explosión que los vecinos del barrio de Figueroa tardarán en olvidar, pero que podría haber sido una tragedia de grandes proporciones.
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