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Juan Velasco

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Aunque es pronto para trazar un diagnóstico de los efectos del confinamiento a nivel social, una buena muestra de los efectos extremos de las medidas que ha habido que tomar para contener el avance del coronavirus están en la población institucionalizada, es decir, aquella que ha vivido la pandemia en un centro de mayores o una residencia, aislado durante semanas a veces, no ya de sus familiares, sino de sus compañeros y amigos.

Para esta población, la que más duramente ha asumido el golpe del coronavirus, las residencias ya han establecido protocolos postcovid específicos: planes de acción que buscan recuperar algo de la calidad de vida perdida en estos meses, y que sorprende porque comprende mucho más que las dolencias físicas o psicológicas que uno puede imaginar en una simple pensada.

“La mayor parte de la gente piensa en lo básico: pues que pierdes musculatura y pierdes ganas de hacer cosas. Incluso en la depresión. Pero los efectos directos van mucho más allá”, explica a Cordópolis Adela López, psicóloga de la residencia Orpea Centro, una de las primeras de Córdoba que ha retomado las visitas de familiares, los paseos y los talleres y actividades grupales.

López describe que los problemas psicológicos más habituales provocados por el impacto de la Covid-19 son la ansiedad, la depresión en distintos grados, problemas alimentarios (desnutrición, pérdida de peso), problemas sociales y comunicativos. Pero, a nivel físico, se observa en los pacientes disminución de la movilidad, que deviene en atrofias o nuevas lesiones y dolores, así como problemas cutáneos o infecciones decúbito (que puede traspasar las articulaciones y los huesos). A todo esto, se le pueden sumar problemas conductuales como la falta de higiene.

Lectura, dibujo, pedaleo y barra paralela

“Hemos estado como los gatos, encerrados”. Concha, una anciana que reside en Orpea Centro, está coloreando un mandala en una mesa compartida con otras dos mujeres. Una lee un libro y la otra juega con fichas de colores. Son parte de un grupo burbuja en plena hora de terapia ocupacional. De las tres, Concha es la más habladora. Su humor es estupendo. Solo algo mejor que su memoria, que es más floja, al menos en lo que se refiere a la mascarilla, que se baja de vez en cuando para hablar.

“Es la falta de costumbre”, dice con sorna, mientras las monitoras le riñen cariñosamente. “Es para que me vean mis niños”, reconoce, mientras posa para la foto. Concha cuenta que es sevilla y que ha sido profesora toda su vida. Una de las compañera de mesa interviene: “La sevillanas y las cordobesas son las mejores”, dice, desatando la carcajada de Concha. La tercera sigue leyendo un anuario, ajena a la presencia de los periodistas.

A unos metros de la mesa, un anciano y una anciana pedalean. “¿Ya os vais?”, pregunta la mujer mientras mantiene su ritmo. Victoria, la responsable de terapias grupales, le explica que no, que acaban de llegar y que van a estar echando fotos. No parece demasiado impresionada.

Mientras tanto, el fisioterapeuta acompaña a una mujer a un lado del salón. La ayuda a levantarse de la silla y la coloca en las barras paralelas, donde la va guiando mientras esta da pequeños pasos en dirección a la pared.

Estar juntos da vida

Este pequeño caos de actividades físicas y de ocio es tremendamente positivo para los mayores del centro. “Tienes que tener en cuenta que hasta que hemos sido inmunes, tampoco se han podido cruzar por planta. Ha sido un poco complicado. Estar juntos, a ellos les da la vida”, aclara López, que añade que, además del salón donde están teniendo lugar todas estas pequeñas actividades, en cada planta hay establecidos lugares de convivencia, llamados “áreas de vida”.

De la terapia ocupacional se encarga Victoria, que precisa que es importantísima para la estimulación. “Estamos trabajando memoria, que intentes peinarse solos, comer -es lo que más estamos potenciando-. Hacemos gimnasia de grupo. Intentamos fomentar absolutamente la automía”, señala la especialista, que añade que el confinamiento es muy duro porque se les arrebata la posibilidad de estar “con sus amigos, con sus caras conocidas”.

Victoria reconoce que la vacunación, a efectos prácticos, no se ha notado tanto, dado que todos siguen llevando mascarillas y manteniendo ciertos protocolos. Pero con la apertura de las visitas, los paseos y las terapias, ha llegado “el jaleo”, que es algo muy positivo tras unas semanas en las que han estado “en el búnker”.

“Ellos no están en su casa. Están en una habitación, donde tienen sus efectos personales, pero es que ha habido incluso momentos, en los que por seguridad se los hemos tenido que quitar. Ha sido muy complicado. Evidentemente hay muchas secuelas”, resume Adela López, que recalca que los planes de atención postcovid tienen más de 70 parámetros de atención.

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