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Luna eterna de Capuchinos

Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia recorre Córdoba para conmemorar el 75 aniversario de su bendición | TONI BLANCO

Rafael Ávalos

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Poco a poco la calma ha de ganar terreno. Aunque no le va a resultar sencillo después de lo vivido. Lentamente el murmullo se apaga entre los muros de cal blanca y fe, ante la sempiterna figura del Cristo de los Desagravios y Misericordia. El silencio comienza a pisar tímidamente el empedrado de la plaza. Bien entrada está ya la madrugada del domingo cuando cada instante es ya un nuevo recuerdo. Es otro álbum de imágenes y emociones guardado en la memoria, tanto la individual como la colectiva. Allí donde cada Miércoles Santo estallan los sentimientos, la tranquilidad se hace a la tenue luz de los faroles. Esta vez como décadas atrás. Hoy como ayer, también como mañana. Es la intensa devoción que genera Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia, ahora como hace 75 años. Porque estos son los que de su bendición conmemora su hermandad de un tiempo a este culmen de celebración.

Es la luna eterna de Capuchinos. La que acompaña al Señor, al igual que la Virgen de la Paz y Esperanza, cada Semana Santa. Cuando el tiempo entra en una dimensión diferente, aquélla en la que no importa. La que la noche de este sábado esperó desde el momento en que hizo acto de presencia. La que el viernes despidió a Jesús hasta el día siguiente. Entonces, la hermandad de la Paz realizó un multitudinario traslado de su titular a la Mezquita Catedral, desde donde debía partir después para celebrar de manera definitiva su efeméride. Ésta era y es la última procesión extraordinaria de un período vibrante en Córdoba. Centenares de hermanos dieron luz a la imagen en su camino hacia el primer templo de la diócesis y otros tantos cofrades estuvieron tras sus pasos, sencillos en parihuelas.

Vistió túnica blanca Jesús de la Humildad y Paciencia en su trayecto hasta el corazón de la ciudad. Nada que ver con la roja bordada, regalo de su cuadrilla de costaleros, en la jornada del sábado. Ésta comenzó por la mañana, con una misa conmemorativa celebrada en la Mezquita Catedral por el canónigo José Juan Jiménez Gúeto. Fue a las doce del mediodía, cuando la tarde quiere abrir las puertas de par en par. Tras la eucaristía los corazones empezaron a aguardar, quizá más nerviosos con el paso de las horas. Sobre las siete el amplio cortejo que precedía al Señor avanzaba ya por el Patio de los Naranjos. La luna de Capuchinos aún no coronaba la plaza, pero ansiaba el instante del retorno. Arrancaba la corporación del Miércoles Santo la procesión extraordinaria en honor a su titular, que fue sobre su paso con el misterio al completo.

Antes de iniciar la hermandad su especial trayecto por la ciudad, los cofrades tuvieron ocasión de disfrutar de los sones de la Centuria Romana Mvnda de Montilla. Desde las cinco y media ofreció un extenso pasacalles que le llevó desde el Palacio de la Merced hasta el casco histórico de la ciudad. Esta formación abrió la comitiva al poner música en la cruz de guía. Pero la multitud aguardaba al Señor, Humilde y Paciente. Caminó su misterio como acostumbra a hacerlo, con paso firme y chicotás vibrantes. Lo hizo con los sones de la cordobesa Banda de Cornetas y Tambores Nuestra Señora de la Salud. La calidad surgida en el barrio de El Naranjo estuvo, como nadie dudaba, a la altura del acontecimiento hasta la plaza del Potro. Allí compartió minutos con la Banda de Cornetas y Tambores Nuestra Señora del Rosario Coronada de Cádiz, que tomó el relevo a partir de dicho punto.

Por delante restaba todavía un importante puñado de horas de emociones del lado de Jesús de la Humildad y Paciencia. La hermandad quiso acercar al Señor a gran parte de la ciudad, de su inmenso casco histórico, y planteó un trazado que permitió pasar ante la Basílica Menor de San Pedro, San Lorenzo, San Andrés o Santa Marina. Eran escenarios marcados en el mapa para cualquier cofrade de cara a la noche de sábado que se hizo domingo intenso. Conformaron el preludio del brillante discurrir, como lo es siempre, del misterio de la hermandad de la Paz por los Jardines de Colón. Esos que cada Miércoles Santo sufren un seísmo de sensaciones que esta vez se repitió en un mes de octubre de devoción clara de la ciudad. La madrugada estaba muy presente. Tanto como la luna de Capuchinos, que cerró las puertas del cocherón anexo al Santo Ángel cuando todo hubo de terminar. Si bien nunca existe un final al saberse Él en la eternidad de las almas de no pocos cordobeses.

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