Una procesión en la calle cada cuatro días: así se vive la devoción constante en Córdoba
En Córdoba, la fe hace ya años que vive casi tanto en los templos como en las calles. Y la prueba de ello es que, en los 292 días que han pasado de este 2025, la capital de la provincia ha vivido cerca de 200 actos devocionales en la calle. La media aritmética de esta sucesión de eventos cofrades o religiosos es vertiginosa: uno cada día y medio. También lo es el recuento por días: en más de 90 de los 292 días que hemos arrancado del calendario entre el 1 de enero y el 19 de octubre, ha habido actos de esta naturaleza.
Este periódico ha analizado la agenda cofrade en Córdoba capital desde que arrancó el año a través de varios medios especializados (en especial de la web Sentir Córdoba, que se actualiza semana a semana de forma exhaustiva), analizando semana a semana los actos. Así, excluyendo los ensayos (que en no pocas ocasiones, también se hacen en la calle), en total, se han identificado 95 días con al menos un acto religioso en las calles cordobesas. Es decir, un tercio de los días del año ha contado con imágenes y/o cortejos recorriendo templos, avenidas o plazas.
Más allá de la devoción, las cifras expuestas (que recogen exclusivamente procesiones, vía crucis, traslados y rosarios organizados por hermandades, cofradías y parroquias), dibujan un fenómeno cultural y urbano: una ciudad donde el calendario devocional y religioso marca buena parte de la vida pública.
Una presencia constante en las calles
Este año, al que aún le quedan algo más de dos meses para que termine, no hubo que esperar demasiado para la primera procesión del calendario. Fue la de la Hermandad de la Estrella, el 11 de enero. Desde entonces, la agenda cofrade ha estado activa tanto en los templos como en las calles. Todo hasta cristalizar en los últimos diez días, marcados por casi medio centenar de traslados procesionales con motivo del Vía Crucis Magno.
Así, en estos casi 300 días que llevamos de año, la probabilidad de que un residente o visitante se encuentre una procesión es del 25 % cualquier día del año. Es decir, uno de cada cuatro días. Pero, si se incluyen todos los actos religiosos de esta naturaleza, esa posibilidad sube al 32 %, lo que equivale a decir que uno de cada tres días hay actividad devocional en la vía pública.
Abril, con la Semana Santa como epicentro, es el mes con mayor densidad. De los 30 días que tiene, hubo actos devocionales en 16. A ese mes le siguen, en intensidad, septiembre con 10 días, y mayo y octubre (que aún no ha terminado), con ocho cada uno.
Pero es que incluso en el caluroso mes de junio hubo siete días con actos devocionales. Solo en verano baja el ritmo, aunque incluso en julio y agosto, con récord de calor y la ciudad confinada en sus casas, ha habido procesiones y vía crucis en las calles.
Un equilibrio delicado
Que Córdoba respire religiosidad no sorprende a nadie. Lo que empieza a generar debate es la magnitud del fenómeno. Esto no es algo que se lleve en secreto, hasta el punto que incluso el nuevo delegado de Hermandades y Cofradías de Córdoba y canónigo portavoz del Cabildo Catedral de Córdoba, José Juan Jiménez Güeto, ha dicho públicamente que “se necesita una pensada y una reflexión con respecto a este crecimiento que ha habido de procesiones y de estaciones de penitencia”.
Los números están ahí. A lo largo de lo que llevamos de año se han contabilizado 83 procesiones, 52 vía crucis, 32 traslados y 26 rezos del rosario en la vía pública, además de varios actos extraordinarios. En conjunto, casi doscientos eventos devocionales que implican, como mínimo, cortes de tráfico, y en no pocas ocasiones, dispositivos de seguridad y reorganización de la vida urbana.
Es cierto que este no es un fenómeno nuevo, ni exclusivo de Córdoba, una ciudad que, tras el último Vía Crucis Magno, eso sí, comienza a mostrar algunas grietas. Por un lado, los defensores de esta tradición argumentan que la ciudad vive su identidad a través de la fe, y que las procesiones son también manifestaciones culturales y turísticas que atraen visitantes y sostienen un tejido asociativo único.
Por supuesto, también hay un sector de la sociedad cordobesa que ha mostrado públicamente su hartazgo ante un calendario litúrgico que cada vez crece más y en el que la religiosidad popular ocupa espacios y tiempos antaño reservados al descanso o a la vida civil. El fenómeno es de tal magnitud que no pasa inadvertido para quienes viven o trabajan en el centro histórico. Cada traslado, por breve que sea, implica cortes de calles, desvíos o retrasos de autobuses y una logística que no pocas veces moviliza a Policía Local, Policía Nacional, Protección Civil y vecinos.
Los comerciantes y hosteleros reconocen que algunos eventos —especialmente los grandes— aumentan las ventas, pero también ha habido voces, como la del presidente de la patronal Hostecor, Jesús Guerrero, que dudó de la idoneidad de celebrar el Vía Crucis Magno en el puente de octubre, que tradicionalmente ya es bueno para el turismo en la ciudad, en vez de situarlo a mediados de noviembre, cuando es temporada baja.
La Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Córdoba, por su parte, no han mostrado públicamente ninguna postura contraria al aumento de actos devocionales, pese a que su celebración también tiene un coste directo para el erario público (desconocido, pues no se ha comunicado cuánto ha costado el operativo de seguridad desplegado para el reciente Vía Crucis Magno, sin ir más lejos).
Llegados a este punto, la densidad devocional que exhibe Córdoba, una de las más altas de España, plantea una pregunta: ¿puede una ciudad vivir en procesión permanente sin desgastar la experiencia religiosa ni saturar el espacio público?
16