“Y ahora, a trabajar”: 40 años de Ayuntamiento democrático en Córdoba
El 26 de mayo, los cordobeses están llamados a las urnas. Están citados también el 28 de abril. Primero han de participar, como los demás españoles, en unas nuevas elecciones generales. Casi un mes después, es el momento de votar en clave local: al igual que en el resto del país, es el instante de decidir quién lleva las riendas de la ciudad durante cuatro años. Resulta, cuando menos, curioso el hecho de que las circunstancias sean tan parecidas a la primera vez en que los ciudadanos tuvieran en su mano designar al alcalde -o, más bien, mostrar su preferencia-. En realidad, de entonces sólo se produce similitud en lo que se refiere a la cercanía temporal de unos comicios y otros. La situación tiene lugar cuando, precisamente, se cumplen 40 años de las primeras elecciones locales tras la dictadura franquista -desde 1936-.
Ocurrió el 3 de abril de 1979. Aquel día fue el primero en el que los cordobeses, como en cualquier otro municipio, acudieron a las urnas para dar forma al Ayuntamiento tras la muerte de Franco. Quizá sin pretenderlo convirtieron a su ciudad en la única capital de provincia española en la que triunfó el Partido Comunista de España (PCE). Pero el camino hasta ese instante no resultó sencillo. La regulación a nivel municipal seguía la Ley de Bases del Régimen Local de 1945, que mantenía la democracia orgánica ante el sufragio universal. Bajo este texto renovó Antonio Alarcón su mandato en Córdoba en enero de 1976, en unas elecciones que ni siquiera Manuel Fraga, entonces ministro de la Gobernación, aprobaba. Gobernaba Arias Navarro, aún firme en su propósito de dar continuidad al franquismo.
Las primeras elecciones generales (Constituyentes) en 1977 dieron aire democrático a España, pero restaba lo esencial: que hubiera también comicios locales. La Ley de Reforma Política de 1976 no abrió esa puerta y hubo que esperar a la Ley 39/1978 de Elecciones Locales, aprobada en 1978 antes incluso que la Constitución. Ya el 26 de enero de 1979 se convocaron al fin los primeros comicios municipales, fechados el 3 de abril -tal día como el próximo miércoles-. El alcalde de Córdoba, como los del resto de España, volvería a ser elegido a través de las urnas 40 meses después de fallecer Franco. Comenzaba entonces para muchos, probablemente la mayoría, la nueva era democrática del país. Pero antes de votar para los ayuntamientos había que hacerlo para el Gobierno: los escaños del Congreso se ponían en juego el 1 de marzo.
Julio Anguita triunfa tras una rara campaña
Poco cambió el panorama nacional en las elecciones generales de 1979 pues venció de nuevo Unión de Centro Democrático (UCD) de la mano de Adolfo Suárez. Fue este partido el que obtuvo la victoria en Córdoba con más de 36.000 votos en una jornada con una participación del 74,59%. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) logró más de 34.000 papeletas y el PCE, más de 27.000. Así, se proyectaba de cara a los comicios del 3 de abril un ajustado triunfo de UCD. Según los resultados mencionados, los 27 concejales que entonces conformaban el Pleno Municipal se repartían en nueve para el partido en el Gobierno, ocho para el PSOE, cinco para el PCE, cuatro para el PSA (Partido Socialista de Andalucía, germen del Partido Andalucista -PA-) y uno para Coalición Democrática (CD, en la que se incluía la Alianza Popular -actual Partido Popular- de Manuel Fraga). Sin embargo, los datos fueron muy distintos.
En un principio, fueron once las candidaturas inscritas para las elecciones locales en Córdoba. Tres se retiraron, entre ellas la de CD: la derecha perdía en la ciudad la que era su principal baza. Mientras, con sólo un mes y algún día de por medio, la campaña resultó rara. O fría, véase como se quiera. Por la ciudad sólo pasaron, como líderes de sus partidos, Santiago Carrillo (PCE) y Felipe González (PSOE). La lucha por los votos se llevó a los barrios, al contacto directo, más que a los grandes espacios para mítines no menos poderosos -a diferencia de ahora-. Fue ahí quizá donde ganaron la partida los comunistas y, sobre todo, Julio Anguita. El caso es que quien después se convirtió en primer alcalde democrático de la ciudad tras el franquismo no era el primer elegido por el PCE para liderar su lista: la encabezaba en un inicio el abogado Rafael Sarazá. Un acuerdo con el PSOE para recibir apoyo en la Alcaldía de la capital a cambio de un gesto recíproco en otras conllevó el cambio. También en los socialistas, que colocaron como cabeza de cartel a Antonio Zurita por Joaquín Martínez Bjorkman, senador en la época y reconocido entre la ciudadanía. Cada hecho referido provocó, a buen seguro, el desenlace tras el paso por las urnas.
El PCE obtuvo en Córdoba, el 3 de abril de 1979, más de 32.000 votos. Fue el partido con más apoyo, por delante de UCD (30.336) y PSOE (27.598), en una jornada con un 69,29% de participación. El vuelco fue total en relación a las Generales del 1 de marzo y ninguna fuerza con presencia en el Pleno, entre ellas el PSA, puso en duda el triunfo de Julio Anguita. Los comunistas sumaron ocho concejales, la coalición en el Gobierno y los socialistas consiguieron siete y los andalucistas llegaron a cinco. Décadas después, el primer alcalde electo de la capital aseveró que lo fue porque el PCE “era un partido muy imbricado en la sociedad”, el PSOE “no puso al candidato que debiera” -“yo no era conocido”- y “la derecha no fue a votar, se abstuvo, no confió en el equipo de UCD” (entrevista a Periodista Digital el 4 de diciembre de 2013). Sea como fuere, quien enseguida fue apodado como el Califa Rojo, estaba llamado a comandar la particular transición cordobesa.
Una proclama y un gobierno de concentración
Como el más votado de los candidatos, Julio Anguita -con apenas 37 años- fue investido como alcalde el 19 de abril de 1979. El PCE contó con la adhesión de PSOE y PSA -como estaba fijado-, mientras que UCD respondió en blanco. Tras la sesión, otro acto tuvo lugar en el Salón de los Mosaicos del Alcázar de los Reyes Cristianos, donde el nuevo primer edil lanzó un mensaje sin rodeos tras recibir el bastón de mando: “Y ahora, a trabajar” (recogido por Francisco Solano Márquez en Crónica de un sueño: memoria de la transición democrática en Córdoba). A ello se puso el Califa Rojo, a quien desde un primer momento no le gustó tal sobrenombre. Su plan fue el que Santiago Carrillo, líder de su partido, mantuvo en relación al Ejecutivo Central: la configuración de un gobierno de concentración.
Así, el primer paso que dio Julio Anguita fue reunir a los cabezas de lista de las demás fuerzas representadas en el Ayuntamiento y proponer un reparto equitativo, conforme a los asientos en el Pleno, de áreas de trabajo. La idea fue aprobada y, en efecto, los cuatro partidos con concejales obtuvieron responsabilidades. Arrancaba entonces la ardua tarea de conducir el progreso de Córdoba, ciudad vista en la época como banco de pruebas del nuevo régimen local por parte del PCE -en el fondo por parte de todos-. Durante dos años, sólo más o menos según la visión, funcionó el experimento. Fue en parte gracias al alcalde y su talante. Esto es al menos lo que opinaban algunos de los miembros de la oposición constructiva del momento.
“Si este Ayuntamiento funciona bien y existe colaboración entre las diferentes fuerzas políticas es, en buena medida, gracias a este señor que se sienta tras la mesa de alcalde”, aseguró ya en 1980 Juan Antonio Hinojosa, concejal de UCD (en el reportaje de José María Baviano para El País del 8 de abril de 1980). Pero la chispa había saltado ya con anterioridad. Terminó por hacerlo después, en una época en la que el Ayuntamiento de Córdoba todavía no se encontraba donde ahora -el traslado a su actual sede tuvo lugar en 1985- y se enfrentaba a problemas tan simples hoy en día tales como la limpieza o la seguridad en las calles. Por supuesto, era necesario dar un paso al frente en infraestructuras, control de deuda municipal o empleo. Y las batallas de ayer son aún las de ahora, cuando los cordobeses acuden a las urnas a nivel local, sólo un mes tras unas generales, 40 años después.
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