Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.
Mejor sin mascarilla
La cortina de humo es una película de 1997 que desnuda la política como una gran mentira, como un espectáculo que entretiene y, sobre todo, distrae al iluso votante cambiándole el foco de lo que es esencial a lo que es anecdótico, de la paja al grano. ¿Qué tengo un problema interno? Pues me invento una guerra en Albania para los medios afines pongan su maquinaria a trabajar, cambiando el tema del día y reorientando ficticiamente la conversación de eso que se llama “la opinión pública”. Así de fácil.
Nada nuevo bajos el sol 25 años después. El problema es que como España tiene una nula actividad internacional, no podemos inventarnos ninguna guerra con la que distraer sobre lo que pasa dentro. La actividad exterior del gobierno de Sánchez en el último mes se ha limitado a dejar que Marruecos nos chulee, 27 segundos de peripatética cumbre bilateral con Biden y un chapurreo en coreano. Y con eso no nos da. Ni un especial de La Sexta ni cien editoriales de El País son capaces de arreglarlo, así que aquí también nos hemos apuntado a lo de las cortinas de humo. Más bien, a las mascarillas de humo.
El viernes nos podemos quitar la mascarilla porque lo dice él, el mismo que se inventó un comité de expertos y que ha decidido darnos ese gusto ahora, como podía haber sido hace un mes o dentro de dos semanas. ¿Por qué ahora? Para distraer, no le des más vueltas, para lanzar su particular cortina de humo antes de firmar los indultos a los responsables del golpe de Estado en Cataluña. Dice mi amigo Sebastián que para eso es mejor tener la boca al aire y ventilar las tragaderas, y puede que no le falte razón.
Mientras sacamos el careto al aire, nos llegarán los mensajes de la magnanimidad, del entendimiento, de la generosidad, del diálogo y la altura de miras, una falacia que sólo servirá para mantener en su sitio a alguien a quien sólo la historia y la perspectiva del tiempo juzgará como una de las mayores calamidades que le han pasado a nuestro país. El Estado al servicio del interés personal.
Pero mientras asistiremos al espectáculo de Ferreras, Évole y compañía vendiendo motos y lanzando humo para distraer con lo superfluo y esconder lo mollar. Mientras tanto, tú y yo estamos pagando la gasolina al precio más alto de los últimos siete años y la luz más cara de nuestra historia. Pero de eso no-in-te-re-sa que se hable. Viene bien hasta la cagada de la selección en la Eurocopa, la polémica con Luis Enrique y los pitos a Morata. Lo que sea con tal de distraer, de entretener al populacho.
Hace un par de semanas, Alfonso Alba se cuestionaba aquí mismo que seguía “sin entender que el Gobierno más progresista de la historia esté tomando una de las decisiones que más afectan a los que menos tienen”. La respuesta es sencilla, pero dura y difícil de aceptar: porque de progresista no tiene nada.
Os la han colado, chavales. Entiendo que entre una masa de progres de salón y batucadas varias existe un amplio sector de la población con un sentido concepto de la izquierda y de lo que ellos llaman progresismo, gente con la que se puede hablar y que no está cegada por la superioridad moral y la poca vergüenza de Carmen Calvo o de Adriana Lastra. Seguro que hay mucha gente que con su mejor intención y voluntad se creyó todo lo que les contaron y pensó que definitivamente este gobierno de coalición, con Podemos haciendo fuerza dentro, sería lo que ellos esperaban. Pues no, y mientras antes abráis los ojos, antes se os quitará la decepción.
Todo en este gobierno es un puro disfraz, una farsa, un decorado de cartón piedra, una máscara de Fidela, un fuego de artificio, esa herramienta barata que compras en el chino de la esquina y que rompe a las primeras de cambio. El gobierno del pueblo te la está colando hasta el corvejón y pasa de ti olímpicamente, y por eso te va a dejar que te quites la mascarilla de la boca, quizás para que te la pongas en los ojos y no veas todo lo que está pasando. Humo…
Sobre este blog
Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.
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