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Felicidades Pedro, tienes la razón

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José Carlos León

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Felicidades monstruo, has ganado. Para ti la perra gorda. Te prometo que me has derrotado. Ya casi ni me enfado cuando sales en la tele para no decir nada, no me quedan fuerzas ni para indignarme. Has triunfado en la batalla del relato, de la propaganda y de la mentira, porque has entendido a la perfección que la mayoría de la gente es básicamente idiota y, por tanto, fácilmente engañable. Manejas los medios como nadie, y con la ayuda de tus mamporreros has conseguido que la catástrofe se convierta en una nimiedad y que lo anecdótico pase a primera plana. En eso eres un fenómeno, te lo reconozco. Como diría Guardiola, que te den tu particular Champions y que Ferreras te entregue la copa, porque en la sala de prensa eres el puto amo. No me has convencido, y probablemente tu gestión y tus palabras no lo hagan nunca, pero a estas alturas da igual. Felicidades Pedro, tienes la razón.

En coaching, cualquier proceso de mejora parte de una toma de consciencia, un proceso a veces largo y trabajoso que consiste en que el individuo u organización se ponga cara a cara con su situación actual y concluya en la necesidad de comenzar un cambio de estrategias para modificar sus resultados. Para eso deben darse dos situaciones: la asunción de un estado no deseado y el deseo de mejora. Pero ya hablamos hace un par de meses de que eso, que aparentemente es tan sencillo, no es tan fácil porque no hay más ciego que el que no quiere ver. Según el DRAE, la consciencia es “la capacidad del ser humano de percibir la realidad, reconocerse y saber relacionarse con ella”, pero todos conocemos a gente que vive en una realidad paralela, en un Matrix ajeno al mundo real y diseñado a su antojo. Ahí estás tú, Pedro, en ese estado previo a la toma de consciencia. En la inconsciencia más absoluta.

¿Qué quieres tener, razón o resultados? Preguntamos muy habitualmente cuando alguno de nuestros clientes es víctima de la ceguera, de la incapacidad para asumir que hay algo que no está haciendo bien, y por tanto no encuentra motivos para salir de la inacción. Comprometerse con los resultados implica unas enormes dosis de humildad y de autocrítica, porque asume el fracaso o la ineficacia de una estrategia. Puede que esta no sea mala, pero si a la vista de los resultados se muestra ineficaz nos vemos obligados a cambiar de rumbo y redefinir nuestros pasos. Eso siempre que nuestro foco esté puesto indefectiblemente en el objetivo declarado. Parece lógico, pero no siempre es así.

Porque el problema es que no hay nada que nos guste más que tener la razón, aferrándonos a nuestra forma de ser y también de hacer las cosas. My way, que diría Sinatra. Es una droga enormemente adictiva y que retroalimenta nuestro ego, por mucho que cada vez nos encontremos más alejados de eso que decimos que queremos lograr. Hay quien está dispuesto a morir por tener la razón, y eso significa estar listo para dejar cadáveres por el camino, incluso el propio. Por eso cuando alguien quiere tener la razón a toda costa es mejor quitarse de su camino, porque estará dispuesto a llevarse a quien sea por delante con tal de imponer su criterio y sus estrategias aunque el resultado sea absolutamente decepcionante. Mejor morir a mi manera que ganar a la de otro.

Por eso eres peligroso Pedro. No tú, que me la pelas, sino tu gestión y la de todos los que te rodean, porque esa nos afecta a todos. Porque estás desarrollando ese tic psicopático que es la ausencia de empatía hacia los demás, la absoluta incapacidad para identificarte con los problemas ajenos poniendo siempre por delante el interés propio. ¿Los resultados? Más de 20.000 muertos oficiales, aunque quizás nunca se sabrán los reales, y el triste orgullo de ser el país del mundo con más fallecidos por millón de habitantes. A eso le podemos sumar un millón de parados, la ruina de millones de autónomos y pequeños empresarios y el panorama más sombrío al que jamás nos hayamos enfrentado dos generaciones de españoles. Evidentemente, tú no tienes la culpa de la causa, pero sí la responsabilidad de la gestión. Pero eso a ti te la suda. ¿Qué importan unos números cuando se puede imponer la razón del discurso oficial, de esa Arcadia feliz construida por Tezanos, con palmitas de las ocho e himno prefabricado?

Porque claro, todo esto tendría sentido si tu resultado fuera querer aprovechar que la pandemia pasa por Valladolid para mangonear las instituciones, moldear la libertad de información e institucionalizar el discurso único con la oscura intención de eternizarte en el poder de esta neo Venezuela cañí. Pero no hombre, no creo que eso sea así.

No hay nada que hacer contra alguien que sólo quiere tener la razón, porque ese es su único foco. Cada alocución de Simón, Duque, Illa, Calviño, Montero, Lastras, Yolanda Díaz o tuya sólo está encaminada a aportar explicaciones que refuercen el relato oficial, buscando enemigos y disidentes, y repitiendo cual mantras mentiras o inexactitudes hasta que calen en el subconsciente de una masa boba y adormilada. No hay opciones, no hay alternativas, no hay soluciones. Sólo hay propaganda, y ahí lo bordas.

Hace un mes escribí que presidías “un gobierno de mentira, una broma pesada, un ejecutivo facilón experto en lo accesorio y nulo en lo mollar. De memoria histórica e inepcia presente, de exhumaciones televisadas y cambio de nombre de calles, pero de una idiocia infinita ante lo realmente importante”. Pero da igual, Pedro. Tienes la razón. Venías para gobernar en lo simple a golpe de tuit y titular dictado en el Telediario, y esto no estaba en tus planes. Te recuerdo que Aznar se fue marcado por el 192 de Atocha, y aún no sabemos qué cifra quedará junto a tu nombre en los libros de historia. ¿Pero qué más da? ¿Para qué enfocarte en los resultados y los caprichosos números cuando puedes tener la razón?

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