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100 semanas líquidas

100 semanas líquidas.

José Carlos León

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En abril de 2019 estaba en pleno proceso de conocimiento de eso que Zygmunt Bauman había denominado “el mar de la incertidumbre”, una forma como otra cualquiera de describir la sociedad líquida e inestable en la que nos movemos, donde nada es lo que parece y, sobre todo, nada será como antes. Arrancaba entonces un proyecto vital y personal con más miedo que vergüenza, sin saber si llegaría a buen puerto y ni siquiera si saldría a la mar. En esas, quedé con Paco Merino para desayunar en un bar de Fidiana y llegó una propuesta tan inquietante como narcotizante: “¿Quieres escribir en Cordópolis?”

¿Yo? ¿En Cordópolis? ¿En el periódico digital más leído de Andalucía? ¿Dónde escriben Monterroso o Palomo (ahora se le han sumado Anna Freixas y Rakel Winchester, casi nada)? ¿Ahí? Hacía entonces cinco años que había abandonado el periodismo, acumulando desamor y despecho a partes iguales, feliz por haber pasado a mejor vida porque los periodistas de provincias no tienen vida, tienen una mierda. El problema es que están enganchados a esa basura por una mezcla de pasión, vocación y masoquismo. Y sin embargo, quería, deseaba volver a tener la oportunidad de escribir, ya sin la presión de un cierre, sin la tensión de la noticia y el peso de la competencia. La respuesta iba a ser sí, pero ahora había otra pregunta: “¿De qué?”.

“De lo que te dé la gana”, me dijo Paco, abriendo de par en par un cúmulo de dudas que despertaron todos los fantasmas que me han acompañado durante años, los que me infravaloraban, los que se cuestionaban mi talento y los que tantas veces se habían afanado en echar por tierra cualquier aspiración más allá de la mediocridad. ¿Estaré a la altura? ¿Tengo algo que aportar de valor? ¿Pinto yo algo en Blogópolis? Todavía hoy me cuesta encontrar respuestas, pero el caso es que van casi dos años de cita semanal, 100 lunes con más o menos fortuna en los que he tratado de plasmar algo de lo que he aprendido a lo largo de 45 años de más errores que aciertos. 

Durante estos dos años he escrito textos didácticos, algunos divulgativos, otros son directamente una basura, y la mayoría son ejercicios de catarsis personal, espacios en los que me permito soltar bilis y canalizar emociones que de otra forma podrían acabar a hostias con el primero que se me cruzara. Porque además, durante estas 100 semanas hemos tenido que atravesar la pandemia que marcará para siempre a un par de generaciones de españolitos. Por si no teníamos bastante, llegó lo que los gurús llaman un cisne negro, un impacto exógeno que cambia por completo todo lo que hasta entonces se daba por hecho. Y lo hará para siempre. A mí esta columna me ha servido para explicarla, somatizarla, sentirla, vivirla y llorarla. Sólo por eso para mí han merecido la pena, y espero que para también para quien haya querido leerla.

De hecho, que yo escriba en Cordópolis es un milagro por muchos aspectos. El primero es, simplemente, porque me dejan, lo que habla de una enorme temeridad por su parte. Lo segundo es porque éste se jacta de ser un medio abiertamente progresista, a veces demasiado. Lo es de pensamiento, palabra, obra y omisión, a veces por postureo y ahora hasta de accionariado. Tiene un público que sabe lo que esperar cada vez que escribe la URL y que rara vez se lleva sorpresas. Sus periodistas no engañan a nadie porque lo hacen desde la convicción, más o menos equivocada, más o menos sesgada. Por eso, que cada semana haya un espacio para mí en este nido de progres confesos es casi una anomalía, pero un bello y escaso ejemplo de pluralidad. 

Ha habido días (más de uno) en los que se me ha ido la pinza y he tenido serias dudas de que fueran a publicar el artículo. Pero en dos años no he recibido ni un mensaje, ni una consigna, ni un toque de atención. Sólo he recibido respeto y a estas alturas de la película eso es mucho más de lo que se despacha en la mayoría de medios. Por eso sólo puedo dar las gracias a Alfonso Alba, al que conocí hace más de una década en el periódico del que los dos acabamos saliendo. Entonces ya era un peligroso activista sindical, un guerrillero de los despachos y los convenios que ahora trata de madurar, de equilibrar sus posiciones con la obligación de dirigir un medio de referencia. Que cada semana trate con cariño mis textos, atienda mis correcciones y no me toque ni una sola coma es una de las mayores e inesperadas satisfacciones que podía llevarme cuando uno ya espera poco de nadie.

Gracias a Paco Merino por abrirme esta puerta, por su amistad y por todo lo que me enseñó. Y gracias sobre todo a ti, que cada semana dedicas cinco minutos a leer algo que escribo buscando el equilibrio entre el corazón y la cabeza, con la única intención de divulgar o aportar algo sin caer en la trampa del adoctrinamiento. Tú eres el único sentido de este trabajo. Por respeto a ti llevo 100 semanas sin faltar a nuestra cita con la liquidez de la incertidumbre, y a lo mejor nos quedan otras cuantas. Espero que te guste. Feliz lunes.

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