La moral del cabello, ¡sin límites!
Parece mentira que unas minúsculas y aparentemente insignificantes fibras, como lo son las de una cabellera, que solo forma parte del cuerpo humano en la cabeza, no en toda la extensión física de un sujeto, como podría ser la indumentaria, produzcan reacciones morales negativas en numerosísimas personas, quienes se obstinan, cerrándose en banda total, sin admitir nada más que su criterio (el que a ellos les produce, no por realidad cierta), sobre el gusto o presencia que se quiera dar o transmitir a otros por el verdadero propietario de la cabellera. Insólito, pero tan real como la misma vida.
Es cierto que el cabello, ya desde la más remota antigüedad y en diferentes culturas, ha sido protagonista de sucesos relevantes sobre la moral que a otros les influye negativamente, sin ser ciertamente mala ni peyorativa hacia ellos, tal como si les perteneciera por enjuiciamiento parcial propio. Y es que parece que el cabello sea transmisor de tales ideales para algunos impositores de ideas dictatoriales. Sí, dictatoriales, porque a ellos no les pertenece ni el cabello de otros ni los sentimientos que les embarguen a quienes desean mangonear, dirigir destinos, ni los que desean comunicar a otros mediante su peinado, de la misma manera que con la indumentaria, los complementos de moda, el maquillaje, o su forma de andar, de gesticular, de expresarse…
También es real el hecho en algunos/a que incurren en maneras de expresión que no son del todo sociales, sean orales, gesticulares o con sus movimientos corporales, los que quizá debieran reprimir de algún modo para no dar la impresión de ser molestos, bien por toscos en unos, por pedantes en otros, por ser en broma, pero que luego representa una “paliza” el hecho de escucharlos, a lo que algunos le añaden el típico “dale que dale” en el brazo al otro (los toca-toca), lo que molesta cantidubi, a pesar de algunos callen por prudencia.
Sin embargo, contrariamente a lo anterior, con el cabello no sucede igual mediante un corte, un color o colores, una forma o volumen, aunque sean extremados o en algunos (que son muchos) se le hagan raros. Quienes no lo admite suele pasar a la siembra de la duda: “Huy, ¿qué te has hecho? ”¿A qué peluquería has ido que te veo…, no sé, algo extraña?“. Otras veces pasan a la acción, al menos de opinión: ”Pareces un pollo mareado“, ”Es ridículo“, ”No me gusta nada de nada“. Y es casi generalizado, sobre todo por familiares, entre ellos los padres (hacia sus hijos e hijas) los que dicen restándoles libertad de expresión cuando se rapan de forma singular, imponiendo si es de izquierdas: ”¡¡Ya te puedes quitar eso, que parecer un nazi!!“. De ser largo en los chicos y ser sus padres o uno de ellos de derechas, suelen alegar: ”Pareces un hippy , uno cualquiera de Podemos, que son todos unos porreros insatisfechos“. Y si son los maridos o novios haclia sus respectivas, con desprecio, casi dentro de un ataque de celos, se explayan disimuladamente, pero inflexibles: ”Con eso que te has hecho en el pelo no voy contigo a parte alguna“ o ”¡¡Qué adefesio!!“ o ”¿Qué quieres, dar la nota?“ Es similar a lo de la falda corta o al escote o al dejarse la barriguita al aire o el hombro de buen ver. En ambos casos no debiera consentirse. Cada cual es muy libre de ejercer el derecho a exhibirse como quiera, pues es la manera de verse guapa/o o, simplemente lucirse para atraer, para sentirse seguro de sí mismo, mientras a los impositores de ideas parece que todo ello le degrada, sin ser –insisto- una cuestión que les pertenezca, que les reste empaque o categoría social, a no ser entre los carcas. Aquí es el pájaro, y no la jaula, la encargada de los trinos. O porque el lujo de los altares no despierta el misticismo, sino que es logrado por el sentimiento religioso de los creyentes.
¿Costumbre maniaca en ellos?. Pues sí, y en gran medida. Quizá por eso de los condicionantes sociales, que parece ser los que mandan e imponen, como los grandes empresarios en los políticos, esos mismos de perfil angelical -que luego son diablos enrevesados y dañinos- quienes nos meten lo que quieren, al precio que les favorece y en el momento que más le interesan para enriquecerse, dominándonos a su antojo, a su libre albedrio, mientras nos empobrecen.
No es extraño, pues, que a Sansón le cortaran sus melenas, atribuyéndole sus enemigos su descomunal fuerza y a causa del miedo, del pasmo, de su cobardía ante él, si eran dominados por esta causa, de la misma manera que ahora, en la actualidad, pudiera ser que, por tales miedos, los impositores de ideas pelambreras se pudieran verse desfasados y, con ello, hacer más el ridículo que esos otros que desean verse de otro modo a las anticuallas que lucen sus amigas/os, padres, madres, o parejas. O como los caciques de las tribus antiguas, amenazando con las cabelleras de antiguos difuntos expuestas en sus enseñas. O cortándoles las suyas propias por ser desobedientes a sus mandatos, a sus elucubraciones, o para degradarlos, como efectuaban los indios en el Oeste americano. O prohibiéndole al peluquero actual que le corte el pelo de una u otra manera cuando le sugieren algo más moderno que el clásico corte de chico o chica, tal como lo tiene el padre o la madre, quienes mentalizados por añoranza, por sentarle bien a él o a ella cuando era niña/o, por no significar una rebeldía moderna, se lo recriminan al peluquero, prohibiéndoselo. ¡¡Con lo bueno que es la rebeldía para avanzar!!
En fin, que el pelo (y la vestimenta) tiene su moral, la imponen los tiempos en función a la mentalidad, incluso a la de un próximo futuro en los jóvenes. Esto significa ser como la palabra probatoria: Nadie podrá impedir manifestarla por más muros o rejas de cohibimiento que impongan. La fuerza de las modas se impone, a pesar de ir todos con el mismo rapado, y ellas con su alisado cabello o rizos a base de plancha, ciertamente sin distinción alguna. Pero allá ellas/os con sus modelitos, como sucede con los generalizados pantalones vaqueros, esos mismos pantalones “americanos” que ya lucíamos los jóvenes de mis tiempos por los años sesenta. Y, ya veis, somos los que levantamos a España. De cualquier manera, tengámosle respeto a las modas capilares de la actualidad en esta juventud tan desbordante. Y confiemos en la educación y respeto dado por nosotros para ellos, que es la base cierta del desarrollo personal y social. Después de todo, nada de sus modas influenciará a su provenir ni para nuestras pensiones, a pesar de su aparente irrespetuosidad hacia quienes así no las vean.
¡¡Viva la libertad!! Esos sí, comenzando por el pelo, ese mismo que está encima de nuestra fuente del pensar y del sentir.
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