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Resaca materna

Juana Guerrero

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Tener descendencia dicen que te cambia la vida. Unos piensan que para mejor y otros, cuya sinceridad es altamente valorable, que para peor. Sin duda, cambiar, lo que se dice cambiar, cambia. Un ejemplo de ello lo encontramos en las salidas nocturnas, las cuales, aunque igual de intensas a pesar del cansancio que acumulas, son mucho menos frecuentes porque casualmente los virus de la criatura suelen aflorar los fines de semana. No obstante, realmente notas que algo ha cambiado en tu esfera vital, cuando tratas de sobrevivir después de una juerga. Si desde que cumples los treinta vivir una resaca es “incómodo”, al añadirle a la misma una criaturita, la escena es demoledora. A Pocholo le daba yo un hijo (bueno.., yo no, es una forma de hablar…) y ya veríamos si cambiaba la nocturnidad por las tardecitas de paseo.

24h con tu retoño con una resaca monumental, es una prueba de fuego. Intuyo que hay quien decide no salir no por no alejarse del retoño (esa es la sufrida excusa oficial) sino por no sufrir la fase postlúdico-festiva. Y lo entiendo, porque es duro, pero señoras madres y señores padres corresponsables, no teman, si nuestros cuerpos han superado, partos de 48h y el insomnio perpetuo sumidos en la casi inanición, pueden permitirse unas happy hours, y cambiar las irritant… simpáticas canciones de Miliki por un poquito de Rock and Roll, y mañana...mañana ya se verá. ¡CARPE DIEM¡

Los primeros meses resulta imposible despegarse de la criatura no solo por una cuestión emocional y afectiva, sino porque la energía no te llega ni para levantar un chupito. Pero antes o después, porque lo llevas en la sangre, vas haciendo pequeñas incursiones en la vida lúdico festiva. Empiezas por echar un cafelito, otro día te enredas con la cervecita, que si una cena rápida que me tengo que ir, que si la última y me marcho, y al final acabas cerrando los bares y bailando La Conga hasta el coche. Si total, la criatura lleva dormida desde las nueve…qué más da que me retrase. Pues bien, te darás cuenta de que las consecuencias de pegarte una fiesta nocturna son muy diferentes a las de tomar un tímido y vespertino cafelito cuando, tu criatura, a las siete de la mañana, justo cuando has conseguido que la cama deje de girar, suelte su primer “¡MAMÁ, MAAMAAA¡”.

Despegados los párpados de esa gruesa capa de rimmel que  también se ha extendido hasta las orejas, ves en medio de una nebulosa a tu criaturita, a la cual tratas de trasmitir la misma frescura de cada mañana. Logras balbucear un “buenos días, mi amor”. Pero, después de haber fumado como si fueras accionista de Tabacalera, tu tono de voz, hace que la criatura, mirándote con extrañeza, lance un “¿papá?”. Ahí ya sabes que este no va a ser un gran día, y que, aunque la criatura no ha notado tu ausencia durante la noche, no va a tener clemencia contigo durante el día. Y el “explota, explótame, explo…” de Rafaela de Carrá define a la perfección lo que está ocurriendo en tu cabeza. Bendito ibuprofeno y bendito el café cortado de medio litro que te rescata del mundo de los zombis.

Sin saber muy bien cómo, consigues atender en lo más básico a la criatura. Y, atrincherada en el sofá, tratas de controlar sus movimientos, los cuales, aunque rápidos los percibes con gran lentitud. Y los gritos…, ¡ay, cómo grita¡¡. Le repites una y mil veces, bajito, muy bajito: “cariño, shssssssss, que mami hoy está malita”. Y de nuevo la gravedad de tu voz hace que piense que te has tragado a su padre. Pero no tiene piedad y hoy, precisamente hoy, le da por aporrear el tambor: ¡POM, POM, POM¡.

Si crees que la fiesta te la pegaste tú ayer, te equivocas, debido a tu incapacidad transitoria para ejercer tu voluntad, la fiesta se la pega la criatura hoy. Arrancas de la pared el panel de las normas de la Supernanny y si tu pequeño anarcoide no quiere comer, que no coma; andar sin zapatos, buenísimo para la circulación; que después del bibi quiere gusanitos, sin problema, no puede masticar y gritar a la vez; que cambia la configuración de todos los canales de la tv, no pasa nada, al menos está en modo silencio; y si echa aceitunas en la pecera, pues como están rellenas de anchoas confías en que el pececito sea caníbal. Lo que no vas a perdonar es la siesta. Ahí ya hay que ponerse seria. ¡Por Dios que deje de dar saltos en la cama¡. Acabas durmiéndote tú antes y tu retoño, probablemente intoxicado por tu aliento aún etílico, crees que no tarda demasiado. Un gran reto será el paseo vespertino: te colocas tus gafas de sol más grandes y vas arrastrándote hasta el parque, y te limitas a introducir piedrecitas, una a una, en un cubito. Eso es lo más complicado que tu cerebro podrá hacer hoy.

Cuando tu organismo ha recuperado casi todas sus funciones, te prometes que no vas a volver a salir jamás. Ni a beber. Bueno lo mismo sales pero sólo un ratito. Y no más de un par de vinitos. Bueno es que el próximo finde tengo un par de compromisos. Quizá ya el siguiente no salga. Bueno, es que ese hay un concierto, y al otro un cumpleaños. En fin…que para un día, a la semana, que sale una…(si los virus lo permiten).

Desde aquí mi inestimable agradecimiento al padre corresponsable, sin cuya colaboración y aversión a las resacas, difícilmente podría tener esos ratitos de dispersión tan necesarios.

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