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Jornaleros del siglo XXI

Alfonso Alba

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Ya no viven en chozas de paja, ni son analfabetos. Ya no tiene conciencia de clase ni tienen sólo un par de pantalones para trabajar. Ya no se orinan en las manos para que no se le agrieten (como Azarías) ni mueren matados a trabajar cuando no han llegado ni a los 60 años. Ya no visten harapos, ni están desdentados, ni tienen piojos, ni llaman “amo” al dueño de la tierra.

Ahora fueron y han dejado de ser. Tuvieron coches. Muchos muy buenos. Tuvieron otros trabajos con los que ganaron mucho. Vistieron bien, los que tuvieron mejor y peor gusto. Gastaron. Fueron a fiestas, conocieron la playa. Se apuntaron al gimnasio para perfeccionar esos músculos que les daba la vara de un olivo. Se compraron una casa, un piso o, incluso, se hicieron (con sus propias manos, eso sí) una parcela. Pudieron estudiar. Algunos lo hicieron. Y tienen hasta títulos universitarios. Todos tienen cobertura sanitaria. Se duchan a diario. Aún comen caliente. Aún quedan para tomar cañas. Qué menos que una cerveza de vez en cuando.

El campo andaluz ha cambiado mucho en un siglo. Sus habitantes, más. Hasta sus costumbres están cambiando y a veces cuesta trabajo si se está en la ciudad o en algún pueblo.

Pero está pasando algo. La crisis está acelerando un proceso que se creía imposible: la emigración de la ciudad al campo, la doble reconversión del jornalero en albañil (o cualquier otra cosa) y regreso a jornalero.

El campo ha cambiado mucho en un siglo. El país entero lo ha hecho. Pero hoy parece que nada ha cambiado. Los hijos y nietos de los históricos jornaleros andaluces vuelven a serlo. No hay trabajo en la ciudad. Habrá que buscar en el campo.

Este verano, en plena crisis de los carritos del Mercadona, entrevisté a Juan Manuel Sánchez Gordillo en la finca Las Turquillas de Osuna (Sevilla). Le pregunté qué había cambiado en las luchas jornaleras de finales de los 70 en Andalucía, que él lideró, y las protestas que ahora mismo estaban incendiando el campo andaluz. Y me dijo algo que todavía me sobrepasa: “No es lo mismo pedir sin haber tenido nunca que pedir después de haberlo perdido todo”.

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