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El hambre

Miriam tras recoger alimentos en el Colegio Antonio Gala | MADERO CUBERO

Redacción Cordópolis

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Solo hay que rascar un poco. Esta semana, en este periódico, publicábamos un reportaje del reparto de alimentos en el colegio Antonio Gala de Córdoba. De manera ordenada, cientos de personas esperaban su turno. Guardaban su metro y medio de distancia social para no contagiarse, mientras esperaban algo con lo que poder alimentar a sus familias durante unos días más.

En Estados Unidos, el país más capitalista del mundo (no sé si le gana Chile), no paran de repetirse imágenes de enormes colas de coches esperando su turno en grandes explanadas. Van a por un poco de comida. Casi siempre, como está ocurriendo en Córdoba, es donada. La solidaridad, de momento, está manteniendo la situación. De momento.

El alcalde de Córdoba, José María Bellido, calcula que hay al menos 2.000 personas a las que ya asiste en el Ayuntamiento y que habría otras 3.000 llamando a la puerta. 5.000 personas tienen dificultades no ya para llegar a final de mes, sino para poder comer. En Córdoba capital.

Si la crisis golpea con fuerza en Europa, el golpe en Córdoba es doble. La ciudad mantiene a tres de los barrios más pobres de España (Guadalquivir, Moreras y Palmeras). Tiene un nivel de paro insoportable y una economía muy delicada: casi un tercio depende del sector servicios, bares, restaurantes y hoteles. Esos que van a ser los últimos en abrir.

Lo peor, además, es que el mercado laboral en esos sectores es un desastre. Muchos camareros (ojo, hay muchas excepciones, que conozco y admiro en el mundo de la hostelería) están dados de alta un puñado de horas. No todas las que trabajan. Eso impide que se puedan acoger a un ERTE y seguir cobrando lo mismo que antes.

Y en esos barrios vive mucha gente que no tiene trabajo pero que se busca la vida. Y esa vida se la busca en B. Para ellos tampoco va a haber una solución legal que les permita mantener los ingresos.

Y lo que es peor: en Córdoba hay una inmensa mayoría de la población que vive al día. Hipotecados hasta las cejas, con alquileres altísimos o con unos gastos a veces insoportables. La crisis los deja muy expuestos. A un paso de esas terribles colas que no paran de repetirse. Y que parece que van a ir a más.

De momento, insisto, está funcionando la solidaridad. El Banco de Alimentos, Cáritas y la plataforma Todos por Córdoba del Ayuntamiento están sosteniendo el primer golpe. Pero en su inmensa mayoría dependen de donaciones, que han sido muchas ahora pero que me temo que van a ser muy pocas dentro de poco. Y es que esto va a ser largo.

La solución, ya, no va de solidaridad ni de caridad. Hay que ser más ambiciosos. La pasada semana en una entrevista en este periódico Gabriel Pérez Alcalá detallaba que nuestro estado del bienestar ya tiene soluciones. En Andalucía, por ejemplo, ya existe una renta mínima vital. Pero hay un problema: apenas tiene presupuesto.

Lo que viene, que ha dejado de la noche a la mañana a miles de personas expuestas a la miseria, necesita soluciones rápidas y muy ambiciosas. Esa renta mínima andaluza, o estatal, necesita fondos extraordinarios. El Ayuntamiento, por su parte, tiene otro instrumento: los fondos de emergencia social. Se crearon en su día para atender a esos vecinos que no podían pagar la luz, el alquiler o el agua de sus casas. E incluso a los que no tenían para comer, antes incluso de la crisis inmobiliaria. Tras el estallido del ladrido, se multiplicaron. Ahora deben andar por cuatro veces el presupuesto que tuvieron al principio. Aún así, son insuficientes. Yo diría que el Ayuntamiento necesita casi su remanente de tesorería para atender a esos miles de cordobeses que se han quedado con una mano delante y otra detrás de repente.

Gobernar es cuidar de las personas. Y ni la legislatura en el Gobierno, ni en la Junta ni el mandato en el Ayuntamiento de Córdoba es ya el que era hace dos meses. Todo aquello se acabó. La prioridad pasa por evitar el colapso de todas estas zonas, de todos estos barrios y de todas las personas que viven mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos. El reto es titánico. Y no hay ni un segundo que perder.

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