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Un crimen social

Alberto Almansa

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La primera noticia cuando abro el ordenador es que Lourdes Castro, la desahuciada y okupa de su casa del Campo de la Verdad de  Córdoba, ha sufrido un aborto. El crío que llevaba dentro  se ha suicidado, como ya hiciera el librero granadino cuando lo iban a humillar públicamente dejándolo en la calle por no pagar. El bebé de Lourdes, pese a las caricias y mimos con las que su  madre lo ha ido criando en su interior, se ha dado de baja en este mundo que le niega una cuna con techumbre, un dormitorio con peluches y un futuro digno. El renacuajo sumaba dos vidas inciertas, precarias, temerosas.

Una pareja de parados sin muchas expectativas ni anhelos. Dos números de la estadística del último dato del Inem: 99.129. El feto se ha rebelado y ha explotado salpicando su muerte a los responsables de su corta existencia. Esos mismos que ahora vienen clamando por los derechos del nasciturus, concebido dice Gallardón que no emplea el latinajo porque se le ve la sotana sacristana y hay que guardar las maneras, pese a la creación de este Estado religioso al que nos conduce el PP, donde impera la ultra moral católica que va imponiéndose a la sociedad civil.

La inminente reforma de la Ley del aborto, nos retrocede de nuevo a la clandestinidad. A los tres supuestos, pero menos. Sostiene el ministro que  “un embarazo no deseado no tiene que ser malo para la madre” y que 22 semanas es mucho, caso de que se presente un caso de malformación congénita. Se apelan a Convenciones Internacionales, Derechos Humanos y asociaciones de disminuidos para defender el Derecho a la vida, al tiempo que se niega la más importante de las Garantías: el de una vida DIGNA.

Lourdes deseaba tener su bebé. Había comenzado una nueva relación y quiso anudarla con esa vida en común que nace de la voluntad, del derecho a decidir libremente. Su aborto ahora grita contra este sistema hipócrita que dice defender la vida, al tiempo que ampara una existencia mísera, llena de calamidades y tristezas. Una condena impuesta a los desgraciados que no cumplen con la ley y dejan de pagar. La hemorragia de esta madre, empaña un horizonte que la riqueza niega a tantos como sobran en el nuevo orden del lucro internacional. Desangra su caso el autismo social, la indiferencia solitaria, la soledad ante la pantalla, la inmersión en el alcohol, la desesperación del salto al vacío.

El aborto de Lourdes representa el fracaso común de una vida truncada por la violencia que ejerce un banco, que legitima el político, que ejecuta un juez, que rubrica un secretario, que protege el policía y cierra el cerrajero. Difícil será que el padre pueda demostrar que ese aborto es en realidad un homicidio social y que muchos son los que habrían de sentarse en el banquillo y responder por el crimen. Aunque tú y yo sabemos que son ellos los culpables de esa muerte prematura, de ese tajo a la esperanza. Un revés cruel que hunde aún más a esta familia en la amargura de su infortunio.

Tras leer las declaraciones de Gallardón, una náusea profunda inunda mi interior en el recuerdo amargo de las manos de Lourdes acariciando su incipiente tripa, calmando a su criatura  inquieta y temerosa ante el presumible regreso de la autoridad que los pateará a la exclusión. Luego, pienso, aparecerán los ideólogos del Ministro y celebrarán una comida solidaria para recaudar unos donativos para estos desgraciados, conciliando el sueño de la acción benefactora.

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