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Paradojas de una extraña modernidad

Sebastián De la Obra

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“¡Verán, ya de regreso, los ciegos y palpitando escucharán los sordos! ¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios! ¡Sólo la muerte morirá! (Cesar Vallejo)

Una paradoja es una expresión o mensaje que en apariencia parece absurdo o contradictorio y que se termina revelando como muy razonable o como una  profunda verdad. Una parte de mi vida estuvo rodeada de personas que carecían de casi todo. Ahora otra parte de mi vida está viéndose rodeada de gentes que son denominados como enfermos. Para ellos.

La imagen milenaria de las gentes que carecen de lo elemental, para considerar su vida digna, se asocia con ciertas características físicas y psicológicas: debilidad y fragilidad social; aspecto físico de abandono; actitudes de temor que se transforman socialmente en actitudes de servidumbre y cobardía; exclusión de los itinerarios de reconocimiento social (consumo, ciudadanía, etc.); la imagen de los pobres es la imagen de una debilidad que nace de su fragilidad. La modernidad tiene instalada esa imagen en su percepción. Cualquier cambio provoca que se derrumbe esa certeza percibida.

Si un pobre no tiene la imagen que hemos construido durante siglos, irremediablemente, deja de ser percibido como pobre (y por lo tanto dejaría de ser potencial receptor de las ayudas  y la conmiseración). Esta modernidad nos dice que no solo hay que ser pobre sino que hay que mantener la apariencia (la imagen) de serlo… Una de las consecuencias más evidentes de esta paradoja es que los pobres se enfrentan con otros pobres para demostrar cuales de ellos son y aparentan ser (más) pobres… para las ayudas sociales, para el acceso a viviendas de promoción social, para prestaciones , para… Si alguno tiene el atrevimiento de no parecerlo, porque se rebela, porque su imagen es socialmente pulcra, porque no demuestra signos de temor o servidumbre, entonces… nos desconcierta. Aunque sean frágiles por débiles. Aunque sean débiles por frágiles. Necesitamos verlos como supervivientes, no como héroes. Para nosotros es más fácil percibirlos así.

La imagen milenaria de las gentes que sufren una enfermedad (determinadas enfermedades) se asocia con ciertas características físicas y psicológicas: debilidad y fragilidad social; aspecto físico de deterioro; actitudes de obsesión  que se transforman en un círculo narrativo que termina por cansar a quienes les rodean; dependencia absoluta (y sumisión) al poder de la clase médica que administra y evalúa su condición de enfermo; exclusión de los itinerarios de reconocimiento social (consumo, ciudadanía, grupos sociales, etc.). La imagen de los enfermos es la imagen de una fragilidad que nace de su debilidad. Para nosotros es más fácil percibirlos así.

Si un enfermo no muestra la imagen que hemos construido sobre él, deja de ser percibido como tal. La complicidad bienintencionada de acompañar (un rato) al enfermo se transforma en distancia cuando lo que se percibe no se corresponde con la imagen que hemos construido. Toda la compasión queda arrumbada. Extraña paradoja que desvela nuestra soledad.

Nos mostramos remisos a reconocer que pobres y enfermos pueden romper las imágenes que los crean (como otros tantos). Necesitamos, nosotros más que ellos, continuar ejerciendo el papel que tenemos adjudicado en la función teatral: el de espectadores. Los pobres (en el amplio sentido de la expresión) y los enfermos, que se niegan a ser reconocidos en el estereotipo y estigma, están revelándonos otra forma de vivir. Nos están recordando (los que realizan ese ingente esfuerzo) que los seres humanos somos valiosos en razón de nuestra humanidad… compartida.

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