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¿Qué cantan las sirenas?

Sebastián De la Obra

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"Ni teme ni desea ni espera, sólo mira fijamente al sol que desciende" (Primo Levi)

En los últimos tiempos ha adquirido un peso desorbitado un modo de actuar y un lenguaje, que ampara y justifica ese modo de actuar. Este modo de actuar, y el lenguaje que lo acompaña, está protagonizado por los denominados dirigentes, gobernantes, elites financieras, consejos de administración y por aspirantes (sean políticos, económicos, culturales...). El modo de actuar es la negación de la escucha. El lenguaje utilizado es perentorio, genérico, fundado en el vacío (un lenguaje que termina escondiendo muchísimo más que lo que pretende explicar). Una estúpida vanidad de palabras huecas (y, a veces, grandilocuentes). Una desmesurada inversión en el propio nombre que da como resultado un ridículo éxito, de catorce minutos de actualidad, en la red o una imagen en los medios que más tarde (al día siguiente) servirá de embalaje de los desechos producidos. Están en permanente estado de propaganda (los que están y los que aspiran a estar). Cuando sacian la sed y el apetito (cosa harto difícil) se olvidan de todo (cosa harto frecuente). Los hay, frívolos e ignorantes, que se dejan llevar por el viento de turno y el odio del día, mientras no paran de sonreír. Unos miden su poder por el número de tierras que poseen, los otros por el número de rebaños. Necesitan de esta temporalidad acelerada, lo contrario les obligaría a pensar fuera de sí, (o lo que es lo mismo, a escuchar) y no están dispuestos. No quieren. No saben. No pueden. El escepticismo de mucha gente, honesta y crítica, supone un distanciamiento racional de esta vertiginosa carrera hacia el abismo. Un exilio voluntario de esta bárbara ambición; de esta agotadora carrera de soberbios y ambiciosos; de esta fatal ausencia de escrúpulos; de este desafinamiento perpetuo. Los testigos de las heridas infiltradas sólo queremos (y podemos) escuchar los desechos. No somos hijos del resentimiento, somos hijos de la desilusión (y cierta amargura). No creemos en los alegres fuegos artificiales. Tenemos rabia. Sabemos de este tiempo árido... por eso somos tan obstinados. Continuamos escuchando a Mafferoli, para descubrir lo que sucede en nuestras ciudades, continuamos leyendo los irreverentes textos de Debord para desvelar los discursos de los dirigentes y aspirantes.

Nota: la humanidad lleva miles de años obnubilada e intentando conocer lo que cantaban las sirenas en la Odisea. Algunos hemos decidido poner nuestro oído en otro sitio. Ya no nos interesa. Sabemos lo que cantaban y continúan cantando.

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