Los días que vendrán
El pasado es más seguro que pensar en un futuro incierto. El presente, más tranquilo. De ello y más reflexiona la última obra de Carlos Marqués-Marcet. Una extraordinaria narración de un acontecimiento tan cotidiano como la vida en pareja durante un embarazo. Y es que si hay algo que atrae al cine del director barcelonés son las relaciones de amor entre individuos. En cualquiera de sus formas. Ya sea en la distancia, como propuso en su ópera prima 10.000 KM (2014), o abordando las distintas posibilidades para formar una nueva familia, tema central de Tierra firme (2017). La idea es tocar la fibra. Sobrepasar el sentimiento más banal y rascar hasta palpar la última capa. La que brota desde las entrañas. La piel más pura hilvanada al desnudo. Deshojando membrana a membrana hasta alcanzar la textura final. Así se abre la veda en Los días que vendrán (2019). La realidad a 24 fotogramas por segundo, como decía Jean Luc Godard.
Una reflexión que Marqués-Marcet lleva hasta el límite en dicha cinta. No hay filtros, no hay pretensión. Un perfecto teatro rutinario sin tazas con mensajes motivacionales, ni agendas de Mr. Wonderful empapeladas con notas de colores. Un cajón de sastre sentimental. Cargado de pureza y verdad. No hay decorados. No hay poses, ni postureo impuesto. Hay amor de pareja, hay dudas, hay reflexiones. Hay un día a día constante. Hay dos actores que encumbran un relato sólido. Tanto que es el suyo propio y el de sus personajes. Un trabajo a dos bandas. Una distorsión interpretativa de sus propias vidas.
Vir (María Rodríguez Soto) y Lluís (David Verdaguer) apenas llevan un año saliendo juntos, cuando se enteran que van a tener un bebé. Ahí comienza una aventura de nueve meses, que acompañará a la pareja en su nueva manera de afrontar la relación. Será a partir de ese momento cuando sus vidas den un giro completo. Su día a día estará cargado de nuevos miedos, inseguridades, alegrías. De expectativas frustradas. De nuevas realidades. Retos desconocidos. De la dificultad de explorar y compartir con el otro la experiencia tan radicalmente transformadora que supone dicho acontecimiento.
Un fascinante ensayo entre la fabulación y la realidad. Un trabajo extraordinario de ambos protagonistas, que cobra más sentido si cabe (y a la vez crudeza) al considerar que el embarazo que muestra la película es el que vivió la propia pareja en la realidad. Una consideración que sobrepasa el propio guion. De hecho, la propuesta surge el mismo día en el que la pareja supo del embarazo. El resto del viaje fue una peripecia al tiempo que la nueva criatura se gestaba en el vientre de Rodríguez Soto. Un ejercicio de responsabilidad, pero también de mucho atrevimiento por todas las partes. De lanzarse a la piscina, aun sin saber si había agua. Y el resultado no deja de ser un absoluto proceso natural. Una historia que alterna casi sin que nos demos cuenta entre la ficción y el documental. Y ahí es quizá donde radica la mayor fuerza de su guion.
Escuché una vez al director Rodrigo Cortés decir que, muchas veces, el cine no se hace en virtud a la acción, sino a la reflexión. Y puede que Los días que vendrán sea un perfecto ejemplo de ello. Un bofetón de realidad, al que le da tiempo incluso para salpicar ciertos tintes de crítica hacia la precariedad laboral o al clickbait. Una narrativa que alude a todas las situaciones posibles acerca de lo que se les viene: desde la pérdida del trabajo en el caso de ella debido al embarazo, hasta el miedo a la madurez inmediata por parte de él, pasando además por la constante inseguridad que atañe el hecho de seguir adelante o no.
En definitiva, un relato de conversaciones con un cepillo de dientes de por medio. De cuerpos desnudos y ropa arrugada. Trabajos que agobian. Al fin y al cabo, la vida es eso. Una rutina aparentemente dura pero que se convierte en imprescindible por esos pequeños detalles. De unos miedos de los que, sin saberlo, puede surgir la felicidad. De la necesidad de aprender a ser tres, cuando aún no habías tenido tiempo para edificar la idea de ser dos.
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