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“Mire usted, que mi hijo no me come”

Mar Rodríguez Vacas

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No quería pero ha sido inevitable. Me refiero a volver a hablar de alimentación. Me está dando mucha más guerra de lo que esperaba. Sobre todo, si tengo en cuenta que mi hijo mayor abre la boca sin rechistar a todo lo que le ofreces. Creo que no he valorado este hecho lo suficiente y ahora me ha caído un castigo. No sé si divino, pero castigo al fin y al cabo.

De los problemáticos biberones hemos pasado a no querer abrir el pico. Yo lo averiguo rápido con el 'tetapecho' pero ya me han advertido, por activa y por pasiva, que esa no es la solución y que, además, lo único que consigo es empeorar la situación. Pero ¡a ver qué hago! Soy madre, y débil, y si mi hijo me espurrea la papilla de frutas y se pone a llorar como un energúmeno no me queda otra que claudicar.

He probado de todo: combinación de plátano, manzana y pera; sólo manzana y plátano; sólo pera y plátano; sólo pera; sólo manzana; sólo plátano; potitos… Y nada. Que es ver una cuchara y ponerse tieso como una barra de hierro. Y encima vuelve la cabeza para ambos lados, con lo que la fruta llega a donde no os podéis imaginar. “Bueno”, me digo a mí misma, y siempre con la positividad y el optimismo por bandera, “serán los primeros días. Seguro que la papilla de verduras se la come sin problema”. Pero no, tampoco. Así que, tras casi un mes intentando introducir al bebé alimentación alternativa he llegado a dos conclusiones claras. La primera, que mi positividad está por los suelos y, segunda, que el niño tiene las ideas muy claras y sólo quiere 'tetapecho'. Mi único consuelo es pensar que todavía no he visto un adolescente enganchado a la teta de su madre.

En fin, que estoy hecha un mar de dudas. Así que he decidido compartirlas junto con mis penas por todos los pediatras y enfermeras que tengan a bien escucharme. En las consultas me veo como las antiguas: “Mire usted, que mi hijo no me come”. A continuación, la sonrisa o carcajada del doctor. “¿Pero tu no has visto cómo está tu hijo?”, me dicen todos. Y ya me pongo colorada y empiezo con las explicaciones. A ver, yo sé que de hambre no se va a morir, que el niño está rollizo y que además tiene unos mofletes que me dejan por mentirosa allá por donde voy. Pero que no come es una realidad tangible y evidente. Sin embargo, todos coinciden en los mismo: “Hay que eliminar las tomas nocturnas” (las seguimos haciendo y, digo yo, que de eso estará así de gordito). Dicen que el bebé tiene edad más que suficiente como para aguantar toda la noche. Y tienen toda la razón. Además, seguro que esto hace que por la mañana tenga más hambre y en vez de tomarse 70 de bibi se lo trague entero. Pero claro... ahora hay que aguantarlo cuando se despierte en mitad de la noche. No os voy a contar cómo son las veladas en mi casa porque este tema se merece un post aparte, pero me provoca tanto pavor intentarlo que aún no he hecho caso a los profesionales. Es decir, que sigo dándole 'tetapecho' cada vez que el bebé mueve un dedo en su cunita. A ver… por si hay alguien que me entienda: ¿No es mejor cogerlo rápido y darle la toma mientras tú te quedas también casi dormida a esperar a que comience un auténtico concierto nocturno? Sí, ¿verdad? Pues no, porque resulta que le estoy creando un hábito malo, muy malo.

Y todos los días me digo: “Hoy empiezo”. Pero nunca veo el momento porque siempre estoy muy cansada, por algún motivo. Y encima pienso en que al día siguiente no va a comer y me puede la debilidad. Así que ahora la pregunta es… ¿hasta cuándo? Pues yo qué sé… hasta que un día me plante o él coma. Desconozco qué es más probable, lo primero o lo segundo, porque la vida da muchas vueltas. Tantas, que ahora mi hijo mayor, que desterró de su vida los biberones cuando tenía diez meses, me está diciendo que él también quiere un bibi, como su hermano. Me resisto a dárselo pero como me lo pida mucho más al final caeré. No creo que sea un paso atrás. El chiquito me pide lo que ve y ¡al menos no se trata de regresar a los pañales!

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