Vienen tiempos preocupantes de fractura entre poderes, de subidas inverosímiles de intereses, de más, muchas más, revisiones judiciales por mor de leyes que no respetamos.
Vienen tiempos de más guerra y cada vez menos paz, de más psicópatas por el mundo y de otros que pretenden volver. Vienen tiempos de elecciones, de políticos incansables agarrados a su trono, de crisis y más crisis, de empresas incapaces de aguantar la presión fiscal y la inflacionaria; tiempos de concursos de acreedores solo para que se forren los de siempre, designados siempre a dedo por los mismos.
Vienen tiempos de trincones, de que todo vale si está justificado por el dinero; de derechos humanos cada vez más pisoteados a la vista de cualquier telediario; de que palabras como lealtad, compromiso, coherencia, honradez, igualdad o justicia (esta última con minúscula y tristemente también con mayúscula) no valgan absolutamente nada.
Mis amigas, esas de siempre, ya saben, no esas que solo dicen serlo y un día descubres que son solo un “bluf” (la RAE con esta palabra estuvo fina y no ahora con “panetone” - ¿qué? -o “mamitis”-, lo de “conspiranoico” vaya Usted a saber en qué pensaban-), me explican que ante un panorama tan desolador tenemos que refugiarnos en la espiritualidad. Algunas lo hacen con Dios y la Iglesia y hasta con retiros que dicen les transforman, otras con las enseñanzas del siempre sabio budismo tibetano, y las hay, incluso, que lo hacen con un libro que traen a mi casa titulado “Un curso de milagros”. Yo las escucho y aprendo siempre, pero confieso que nada de esto me consuela.
Yo creo en el ser humano, sin más, sin imposiciones, ni vueltas de tuerca, y en la necesidad de creer y saber que tú eres lo que haces cada día y lo que proyectas. En estos momentos duros y en este día de Navidad prefiero releer a Nelson Mandela y recordar lo que dijo en el histórico discurso con el que se convirtió en el presidente de una Sudáfrica que venía de las tinieblas y el horror, citando el poema de la escritora Marianne Williamson, sobre nuestro miedo más profundo: el ser poderosos sin límite.
Como dice el poema, es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta. Porque jugar a ser pequeños no sirve al mundo, porque todos tenemos nuestra propia luz que cuando la liberamos da permiso a otras personas para que hagan lo mismo. Porque sacudirnos nuestros miedos construidos, es lo que liberará a los demás de los suyos.
Y el presidente terminaba:
“Que haya justicia para todos.
Que haya paz para todos.
Que haya trabajo, pan, agua y sal para todos.
Que seamos conscientes de que nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestras almas se han liberado para que podamos realizarnos…
Que reine la libertad“
Que así sea. Una vez más.
¡Feliz Navidad!
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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