Me volvió a la memoria cuando ayer desayunando donde suelo hacerlo reconocí la voz del hombre que estaba sentado con otro en una mesa próxima. Ha envejecido de mala manera, pero allí estaba.
De repente regresó la sensación olvidada, mezcla de coraje y asco, tras aquel restriegue a la fuerza de unos labios ajenos y no deseados contra los míos. Lo peor, sentir la vulnerabilidad, el abuso y la prepotencia de quien se creyó con un derecho que no tenía.
Hace veinticinco años era un conocido familiar, médico de mi padre. Durante una enfermedad que requirió de su asistencia médica, hube de tener un trato continuo con él, dado el ingreso hospitalario de mi padre y sus lógicas visitas. Sus continuos piropos eran muy incómodos para mí, pero entonces las mujeres debíamos soportar sin más el piropo, incluso el más inapropiado de quien te desnuda mientras con la mirada. Si, además, te habías divorciado con poco más de treinta años y estabas “sola”, eso era para muchos como llevar en la frente el cartel de “facilona”.
Así que, en vez de mandarlo a la mierda, o decirle en la cara lo poco que me gustaban sus babosos piropos - reconozco haberlo hecho mucho después con otros, tal vez cuando aprendí de esto- me limité a torear al morlaco como pude, sacando mucha mano izquierda.
Un día se presentó en mi despacho, sin cita, ni invitación por mi parte. La relación que había con la familia le daba para saber a lo que me dedicaba y donde trabajaba. Llegó con la excusa de saludarme y hacerme una consulta profesional. Cuando me avisaron salí, lo saludé sorprendida y le hice pasar a mi despacho. El desenlace no se hizo esperar. Iba directo al grano. Al cerrar la puerta, allí mismo, me agarró la cabeza con ambas manos y acercándomela a la suya, me estampó con fruición el famoso “piquito”.
Lo recuerdo con una nitidez inusual. Se me han olvidado muchos de los besos deseados de mi vida. Se me han olvidado, incluso, los que yo desee que me dieran y nunca llegaron, pero este jamás lo olvidaré, por repugnante y mucho más. Por esa sensación de sentirte una auténtica mierda y culparte de haber hecho algo que diera pie a un comportamiento así para contigo.
Nadie supo de aquello y decidí guardarlo en el cajón del olvido, ese que me ayudó mucho en la vida para seguir adelante sin quedar atrapada en hechos y personas que no lo merecían. Pero el piquito de Jenny abrió ese cajón. Bueno eso y sentarme en un café a la hora mágica de mi desayuno, cuando estoy sola y feliz y oír de nuevo esa risa bronca y esa voz aguerrida que escupe palabras con la solvencia de quien impone siempre su criterio.
Jenny nos ha devuelto a muchas la sensación de no estar solas, ni ser únicas, ni haberlo merecido. En su caso decidirán los tribunales. Yo me conformo con percibir que ha cambiado la conciencia social y la repugnancia casi colectiva que aísla y no tolera a los “rubiales” de la vida.
Por todas las que fuimos y las que vendrán.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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