Hay una norma no escrita que nunca falla: cuando algo te parece muy hortera con dieciséis años, a los treinta lo ves casi normal, con cuarenta te gusta y a mi edad puede que lo adores. Me ha pasado con Raphael. Me daba hasta vergüenza escucharlo y ahora resulta que me parece un ser de luz, un hombre incombustible y el artista más grande del planeta cuando canta eso de “Digan lo que digan”.
Con Camela, por ejemplo, no me pasa. Pero es que la regla no se cumple si es a los cuarenta cuando algo te parece hortera, porque a los sesenta te lo sigue pareciendo sin remedio. Puede que lo toleres. Sin más.
Y es que en la vida las visiones de la misma realidad las enfocamos de distinta manera. Según la edad es normal. Lo preocupante es hacerlo según en el lado en que te hallas. Si tu casa está en el casco histórico, el turismo te parece un coñazo y una lacra a combatir. Si eres el dueño del hotel, es tu vida y sustento y si eres el turista sentado en los escalones de la Mezquita con una tortilla en la mano, ese momento es pura magia.
Viajar es muy cosmopolita cuando somos nosotros los que cogemos la maleta y desgastamos los escalones del Coliseo, pero enormemente turbador para nuestra paz espiritual cuando somos los que soportamos a los turistas. Por cierto, ojo a la demonización del turismo en una ciudad como la nuestra. Reguladlo sí, pero, por Dios, protegedlo como un sector del que vivimos.
Nuestra ciudad es lo más si nuestros hijos han conseguido trabajo aquí, pero si están trabajando es una auditoría de nombre extranjero en Madrid, entonces la ciudad es un churro. Aunque trabajen catorce horas diarias y tengan que compartir piso con tres más a los treinta años. Si vuelven un día, volvemos a cambiar de opinión.
A aquellos emigrantes españoles que marcharon un día muy lejos, en busca de un futuro mejor, los consideramos ejemplo de resiliencia y valor. Mantuvieron a sus familias y hasta trajeron recursos a sus pueblos. Pero si ahora son otros - de piel más oscura - los que llegan aquí para hacer lo mismo, resulta que vienen a chupar de nuestro bote. Las pensiones alemanas que cobran los emigrantes españoles de los años 50, ¡hombre, eso es distinto!
Si estás en la oposición, la cesión del estadio de fútbol municipal te parece lo peor porque es entregar por dos perras un inmueble de todos a unos que lo que pretenden es hacer negocio; pero si ahora estás en el poder y eres el que lo entregas, entonces es un día histórico para la ciudad, aunque haya más sombras que el día del eclipse total.
En fin, que cuando el ser humano solo es capaz de regirse en función de sus circunstancias mediatas, sin trascender, ni moldear sus pretensiones y emociones por parámetros más objetivos y comunes, me embarga una gran desesperanza en el ser humano. ¿Dónde queda la capacidad crítica? ¿Dónde queda la objetividad que nos permite examinar en cada caso nuestra propia actuación?
¿El abogado de Begoña no hace autocrítica? ¿Aconsejar al cliente no declarar ante el juez para dar su versión de unos hechos “falaces” que unos desalmados le imputan? Error. Digan lo que digan, como diría Raphael.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
2