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Un océano de imágenes

Redacción Cordópolis

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Pocos directores hay tan adecuados como Jean Epstein para celebrar las posibilidades del cinematógrafo, para cantar la audacia del espíritu experimentador, para loar el ansiado deslumbramiento del ojo que se negaba a continuar cerrado, en definitiva, para liberar al cine de las servidumbres que lo sometían a una industria, a una platea, a un modelo de interpretación profesional, a un registro que no creía en la cámara ni en el ojo, ni tampoco, nos atrevemos a decir, en la poesía del mundo físico que se abría puro e inocente ante el objetivo. El cine podría haber comenzado y terminado con Epstein y habría sido, por méritos propios, un arte mayor.

Trazar un bosquejo de la carrera de este artista único supone repasar algunas de las mejores décadas del cine francés, que Epstein atravesó como un meteoro, como una estrella fugaz, moviéndose desde el centro a la periferia, desde la gran industria (Pathé, Societé Albatros) hacia la arriesgada independencia, el aislamiento y la soledad del verdadero pionero, que son algunas de las señas de identidad de su etapa final, rodada, en su mayor parte, en la Bretaña.

Poeta, filósofo, teórico y cineasta, Epstein llama la atención desde su debut en 1922 con Pasteur. Las películas de esos primeros años, antes de su entrada en la exitosa empresa de Alexandre Kamenka, no muestran titubeos ni compromisos, son la promesa y la esperanza de hacia dónde se dirigía ya desde sus inicios. Efectivamente, Coeur fidèle (1923) y La Belle Nivernaise (1923) revelan la búsqueda de una nueva poética, otra forma de mirar el mundo en la que la cámara reclama un papel protagonista, en la que los fondos, los segundos planos, a través de sobreimpresiones, se funden con los protagonistas en una mélange fastuosa, exaltación de lo cósmico donde todo es importante, donde lo grande y lo pequeño, lo fugaz y lo eterno, lo íntimo y lo comunitario comienzan a amalgamarse. Como en la secuencia final de Coeur fidèle, con los protagonistas subidos a un carrusel, Epstein, gran admirador de Abel Gance, se lanza como un poseso a la rueda, al movimiento, a la vorágine y el vértigo, a la velocidad de las imágenes del nuevo medio.

En 1924, Alexandre Kamenka es nombrado director de la Societé Albatros, una productora, situada en Montreuil y fundada en 1919, que se había encargado de acoger a los cineastas rusos que huían de la revolución y que traían consigo el constructivismo, la experimentación y la vanguardia. El mítico estudio, sobradamente conocido por los estudiosos y amantes del cine mudo, fue un vivero de talentos, gracias en parte a los consejos de su mayor estrella, el actor Ivan Mosjoukine -director, también, de Le Brasier ardent (1923)-, responsable de recomendar a Kamenka que contratara a Jean Epstein, Marcel L'Herbier y René Clair. Gracias a ello, el catálogo de Albatros tiene entre sus obras más celebradas, ahí es nada, además de los cuatro filmes que allí rodó Epstein y el citado título dirigido por Mosjoukine: Kean (Alexandre Volkoff, 1924), Les Ombres qui passent (idem, 1924), Feu Mathias Pascal (Marcel L'Herbier, 1926), Gribiche (Jacques Feyder, 1926), Carmen (idem, 1926), Les Nouveaux messieurs (idem, 1929), La Proie du vent (René Claire, 1927), Un Chapeau de paille d'Italie (idem, 1928), Les Deux timides (idem, 1928), La Tour (idem, 1928) o Les Bas-fonds (Jean Renoir, 1936).

Su paso por Albatros nos dejó Le Lion des Mogols (1924), L'Affiche (1924), Le Double amour (1925) y Les Aventures de Robert Macaire (1925). Culminación -al igual que gran parte de las obras maestras del expresionismo alemán y el cine de la UFA, los filmes mudos para la Fox de Murnau y Borzage, o Feu Mathias Pascal y L'Argent (Marcel L'Herbier, 1928)- de la grandeza de una maquinaria industrial perfectamente engrasada que, además, había incorporado algunos de los avances y experimentos introducidos por las vanguardias; esta etapa permitió a su autor explorar otras vías, más allá de las suyas propias, y afianzar su posición dentro del mundo del cine, preparando el camino para el siguiente paso, en el cual arriesgaría su propio capital.

En 1926, Epstein fundó su propia productora con la que, a lo largo de dos años, rodó cuatro largometrajes y un corto, teniendo en 1928 que liquidar la empresa que acumulaba una deuda de dos millones de francos. Si Mauprat (1926) es aún una cinta que no ha roto del todo sus lazos con su anterior etapa en Albatros, las otras tres, sin embargo, muestran a un cineasta que va varias décadas por delante de lo que la industria y la mayoría de sus colegas de la época podían aportar al cinematógrafo, y de lo que, cabría añadir, el público estaba preparado para asimilar: La Glace à trois faces (1927); Six et demi, onze (1928); La Chute de la maison Usher (1928). Como apunta Philippe Haudiquet: “... en La Glace à trois faces un estilo muy sutil permitió a Epstein fundir en una sola aventura tres momentos de la vida amorosa de su protagonista, lanzado sin saberlo a una carrera de automóviles mortal, conjugar en presente tres fragmentos del pasado y crear una temporalidad autónoma. Las investigaciones del cineasta dentro de ese campo, encontraron su prolongación en La Chute de la maison Usher. Se trataba en esta ocasión de expresar una sobretemporalidad en los confines de la vida y la muerte. Para ello, Epstein utilizó, como nadie, la técnica de la cámara lenta: así, mientras la vida se va de los seres, parece animar a los objetos que les rodean. La Chute de la maison Usher tiene algo de sueño. Es una obra tejida con imágenes hechiceras, robadas a la realidad por un poeta, y no extraída del almacén de accesorios del cine fantástico...”.

Marcado por el fracaso de su empresa, el cineasta tendrá que poner fin a sus sueños de total independencia y entregarse a una serie de producciones de Marcel Vandal y Charles Delac, comerciales y parlantes, destinadas a saldar sus deudas económicas: L'Homme a L'Hispano (1932), La Châtelaine du Liban (1933), Coeur de gueux (1936).

Sin embargo, en 1928, el mismo año del desastre de su aventura independiente, Epstein, con el concurso de la Société Générale de Films y la distribución de Gaumont, había abierto un nuevo frente que, adelantándose en muchos años al neorrealismo, constituiría a la postre el colofón más hermoso imaginable a una carrera llena de epifanías. De espaldas a los grandes estudios y lanzándose a lo desconocido -también a la sonorización de sus filmes-, el cineasta se dirigió a la Bretaña y al océano como inspiradores de una serie de inolvidables poemas cinematográficos. En las islas de Banec, Balanec y Ouessant, entre pescadores y recogedores de algas, Epstein culmina todas las intuiciones y promesas que se anunciaban desde sus primeras obras: un registro del mundo físico lo más exacto y fiel posible; personajes que no necesitan interpretar nada para ser reales puesto que son en lugar de pretender ser; un guión que es tan sólo un punto de partida y no un fin en sí mismo; una visión cósmica del espacio y el tiempo; lugares aislados, salvajes y desnudos, cercanos al mito de los orígenes. Todo eso y mucho más es Finis Terrae (1928), el resto forma ya parte de una de las páginas más hermosas del séptimo arte: Mor'Vran (1930), L'Or des mers (1933), Chanson D'Ar-Mor (1935), La Bretagne (1936), Le Tempestaire (1947), Les feux de la mer (1948); las canciones filmadas: Le Cor (1931), La Chanson des peupliers (1931), Les Berceaux (1932), La Vilanelle des rubans (1932); sin olvidar La Bourgogne (1936), Les Batisseurs (1938) y Vive la vie (1938) dedicada a los albergues juveniles en la época del Frente Popular.

La Cinémathèque française le ha dedicado un extenso ciclo, que recoge prácticamente toda la obra que se conserva de Epstein, del 30 de abril al 26 de mayo. Coincidiendo con éste, en Francia se han publicado un par de libros consagrados al cineasta y un cofre de 8 dvd editado por Potemkine, Agnés B y la Cinémathèque française.

El pack es la mayor compilación de sus obras editada en DVD hasta el momento. Está compuesto por un libro de 157 páginas y 3 minipacks (de los cuales, dos de ellos pueden adquirirse individualmente a menor precio) cuyas características son las siguientes: Chez Albatros, que formado por 3 DVD recoge cuatro de sus tres filmes (el que falta es L'Affiche) para el célebre estudio; Première Vague que incluye, en dos discos, los cuatro largometrajes rodados con su productora Les films de Jean Epstein, falta el corto Au pays de George Sand (1926), que se ha perdido; y Poèmes Bretons que, repartida en 3 DVD, nos trae una maravillosa compilación de sus películas filmadas en la Bretaña, entre las que se incluyen Finis Terrae, Mor'Vran, L'Or des mers, Chanson D'Ar-Mor, Le Tempestaire o Les Berceaux; este último minipack añade el documental Jean Epstein, young oceans of cinema, ensayo filmado a cargo de James June Schneider.

Todos los títulos, salvo Les feux de la mer, han sido restaurados en HD, con la recuperación, en el caso de los títulos Albatros, de los tintados originales. Aunque habríamos deseado una integral Epstein (al menos la inclusión de todos sus documentales fueran o no de de la serie bretona), suponemos que la Cinémathèque française no ha podido restaurar al completo la parte de su obra que ha sobrevivido; no obstante, hemos podido comprobar en la página informativa del ciclo que algunos títulos que ya están restaurados (La Bretagne, Les Batisseurs, Efforts de productivité dans la fonderie y La Chanson des peupliers) se han quedado fuera del cofre, ignoramos si por problemas de derechos de autor o por alguna otra razón aún más absurda.

El pack, zona 0 y con subtítulos en inglés, tiene un precio de 100 euros pero puede encontrarse rebajado en algunas tiendas especializadas y sites populares, mientras que los packs individuales están disponibles a 40 euros.

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