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El Obispo de Córdoba y el nombre exacto de las cosas

Antonio Manuel Rodríguez

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Cuando era niño estudiaba en el cuartillo de la casa de mis padres. Era pequeño y con el techo de Uralita. En invierno me moría de frío y en verano de calor. Para colmo, la estufa de gas se rompió y empecé a utilizarla como librería. En ella guardaba los apuntes y los libros de bachillerato. Sin embargo, a nadie en mi casa se le pasó por la cabeza cambiar el nombre a la estufa porque ya no cumplía su funcionalidad original. A nadie se le ocurrió llamarla librería. Ni librería, antigua estufa. Siempre fue y nunca dejó de ser una estufa antigua. Porque las cosas se llaman por lo que son reconocidas. En el nombre reside su identidad. Quien se atreve a cambiar el nombre de las cosas se arriesga a no ser comprendido. A menos que sea lo que persiga:  sepultar su memoria para que pierda su identidad. Como un enfermo de Alzheimer.

El Templo Romano de Córdoba no ha perdido su nombre pese a que ya no alberga culto desde hace dos mil años. Ni la Sinagoga de Córdoba ha dejado de serlo pese a que ya no acoge rezo judío. Ni los Baños Árabes han caído en el anonimato porque no se usen para tal fin. Ni la Iglesia de la Magdalena ha dejado de llamarse iglesia a pesar de su uso civil como auditorio. Ningún Papa se atrevió a suplantar el nombre del Pantheón en Roma, a pesar de su conversión en iglesia. Tampoco el Sultán lo hizo con Santa Sofía en Estambul, ahora desacralizada. Sin embargo, un Obispo que no entiende ni siente la identidad de la milenaria ciudad de Córdoba, está intentando borrar el nombre y la memoria del monumento que llevamos tatuado en la sangre, con la complicidad del fanatismo nacionalcatólico y su propaganda.

Etimológicamente, Obispo es el que observa. El de Córdoba, mira pero no ve. Como el ciego que utilizó Cervantes en “El coloquio de los perros” para simbolizar al pueblo que prefiere no ver y aceptar la gramática difamatoria de la Inquisición con tal de salvar el pellejo. Su nombre es Demetrio y proviene de la Diosa griega Deméter. Quizá porque no pueda soportar que en su nombre lleve incrustado una deidad distinta a la católica, en 2010 exhortó a la ciudad de Córdoba para que llamara en exclusiva Catedral lo que todo el mundo y en todo el mundo se conoce por Mezquita. Hablamos del mismo Obispo que en su homilía “La familia, esperanza de la Humanidad”, pronunciada en la Mezquita-Catedral de Córdoba el 26 de diciembre de 2010, arremetió con estas palabras contra la institución que declaró Patrimonio Mundial el lugar donde las pronunciaba: “la Unesco tiene programado para los próximos 20 años hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual. Para eso, a través de distintos programas, irá implantando la ideología de género, que ya está presente en nuestras escuelas. Es decir, según la ideología de género, uno no nacería varón o mujer, sino que lo elige según su capricho, y podrá cambiar de sexo cuando quiera según su antojo. He aquí el último ”logro“ de una cultura que quiere romper totalmente con Dios, con Dios creador, que ha fijado en nuestra naturaleza la distinción del varón y de la mujer”.  Sobran los comentarios.

Decía Juan Ramón: “Intelijencia, ¡dame el nombre exacto de las cosas!”. Intellegere se compone de dos términos latinos: inter “entre” y legere “leer o escoger”. La persona inteligente es la que escoge y acierta. Sin duda, el Obispo de Córdoba ha escogido mal y se mantiene testarudo en su actitud excluyente con la intención cateta y catequética de dogmatizar el aire que respiramos. No sabe el daño que esta haciendo. Y la ciudad medrosa que mira hacia otro lado, tampoco. El otro día, unos turistas se acercaron a la Calahorra preguntando en el mostrador dónde estaba la Mezquita. Allí le dijeron que era el monumento que se veía al otro lado del puente, señalando con el dedo. Los turistas negaron con la cabeza: “Venimos de allí y nos han dicho en las taquillas que es la Catedral”.

Este gobierno de ultraderecha demuestra parecer más inteligente que el Obispo porque escoge ambas denominaciones según mire hacia fuera (Mezquita) o hacia dentro (Catedral). En la web del Ministerio de Cultura la llama Mezquita de Córdoba cuando la quiere vender como joya universal para el turismo. Igual hace cuando se dirige a la Unesco y a otros organismos internacionales. Incluso cuando Gallardón escoge la palabra perversa, malintecionada, manipuladora y falaz de “expropiadores”, uniéndose al coro de nacionalcatólicos de golpes en el pecho que difaman impunemente contra sus propios mandamientos, también la llama Mezquita. Me refiero al Ministro que se ha cargado la Justicia Universal, la ley del aborto y que con su amnistía registral consagrará la mayor apropiación de bienes por la Iglesia católica en la historia de España. Nadie sabe cuántos ni el valor de esta operación inmobiliaria, perpetrada inconstitucional y clandestinamente, gracias a la contradesamortización de Aznar y a la avaricia anticristiana de esta jerarquía católica que se encuentra a miles de galaxias del mensaje conciliador del Papa. Escuchando a Francisco, el Obispo de Córdoba parece Dark Vader.

Deméter es la Diosa griega de la Agricultura. Estoy convencido que el Obispo Demetrio recogerá las tempestades de los vientos que está sembrando con los cientos de miles de folletos y la sorpresiva conmemoración del 775 aniversario de la Catedral. La verdad es hija del tiempo. Y como decía Henri Bergson, “donde quiera que viva alguna cosa hay abierto, en alguna parte, un registro donde el tiempo se inscribe”. La jerarquía católica ha inscrito la Mezquita en el Registro de la Propiedad para apropiarse del nombre y de su titularidad. Pero en el registro del tiempo, donde se inscriben las verdades, seguirá llamándose Mezquita porque la titularidad de su memoria es eterna, pública, imprescriptible y nos pertenece.

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