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¡Aún estamos a tiempo, entre todos y todas podemos!

Río Guadalquivir a su paso por el Puente Romano
5 de junio de 2022 04:30 h

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Hace años que miembros de la comunidad científica, grupos ecologistas, algunos políticos -los menos- y muchos ciudadanos y ciudadanas sensibilizados y quizás con algunos conocimientos y opinión crítica, llevamos avisando “que viene el lobo”, que estamos provocando con nuestro modo de vida moderno, cómodo y despilfarrador una catástrofe de dimensiones planetarias que no tendrá punto de retorno.

Nos han tomado por locos y locas, nos tachan de alarmistas y exagerados, tenemos que seguir soportando burlas, ninguneos y desprecios. Pero las evidencias científicas son tan indiscutibles que no nos frenan, porque sentimos el deber de seguir gritando para convencer a los y las demás y a las instituciones, para que nuestros hijos e hijas, nietos y nietas tengan un mínimo de posibilidades de vivir en unas condiciones salubres y en paz, o incluso ya, sólo oportunidad de seguir viviendo.

Es normal que términos como pérdida de biodiversidad, efecto invernadero, aumento de CO2, desertización o zoonosis no tengan mayor significado para el grueso de los mortales. Pero aumento de temperatura, escasez de agua, enfermedad, pobreza, migraciones o hambruna si lo tienen. Entonces, ¿qué está pasando? ¿porqué la gente parece estar dormida y sigue sin reaccionar?

Cuando escuchamos que la temperatura global del planeta está aumentando y que los polos se están derritiendo a una velocidad vertiginosa, tranquilizamos nuestras conciencias pensando que la subida del nivel del mar sólo afectará a las viviendas de la líneas de costa, y que será un problema sólo en lugares muy lejanos que no nos preocupan lo más mínimo, o incluso preferimos escuchar a los negacionistas que, sin argumentos ni pruebas, repiten el mantra de “todo es mentira” o “esto ha pasado siempre a lo largo de la historia del planeta”, negando o cuanto menos restándole importancia a este terrible hecho.

Pero no es tan simple. La invasión de la tierra emergida por el agua marina dará lugar a migraciones de millones de personas y otras especies animales, en todos los continentes, que tendrán que buscar otra tierra donde comenzar de nuevo, con los consecuentes problemas sociales y económicos. Ese deshielo también conlleva la desaparición de una gran diversidad de animales y microorganismos necesarios para que los equilibrios de nuestros ecosistemas no se alteren y el ciclo de la vida en el planeta continúe.

Cuando escuchamos que el aumento de temperatura va a traer desertización de muchos lugares que aún disfrutan de vegetación, no somos capaces de traducirlo a que la consecuencia inmediata de la escasez de agua es la falta de alimentos -la cadena trófica tiene su base en las plantas y éstas necesitan gran cantidad de agua-, ni que esto traerá subida de precios de víveres y suministros básicos que muchos no podrán afrontar, pérdidas de empleos, hambrunas, muchas más infecciones y pandemias, crisis económicas y enfermedades. Pero preferimos creer que esto les pasará a otros, claro, en países lejanos.

Incluso seguimos sin reaccionar cuando nos dan datos muy cercanos, de nuestra propia localidad, en mi caso Córdoba, la ciudad donde más se ha subido la temperatura desde 1900 según el Observatorio de la Sostenibilidad, 2ºC, el doble que en la ciudad que menos de nuestro país, medio grado más del límite que la comunidad científica ha determinado como máximo para conseguir mantener el clima en unos márgenes de seguridad compatibles con la vida en el planeta. Aún aquí, mucha gente piensa “total, de llegar a 48ºC o a 50ºC tampoco pasa nada, con poner más el aire acondicionado…”. Pero no nos podemos permitir frivolizar con algo tan serio. Un aumento promedio de algunos grados, durante más veces al año y mantenida durante más días será desastroso para nuestras reservas de agua, tanto superficial como subterránea, para el mantenimiento de nuestras zonas verdes -casi la única opción para atenuar las sofocantes temperaturas-, para el consumo doméstico, agrario e industrial -las restricciones en nuestras viviendas y en las cosechas que requieran regadío van a llegar pronto, de hecho ya han llegado en algunas comarcas de nuestra provincia-, traerá la aparición de nuevas especies de insectos que, además de incómodos, propagarán más enfermedades. Y los que creen que con aparatos de aire solucionarán todo, decirles que su funcionamiento sólo agrava el problema, porque deseca y calienta más aún el aire de nuestra ciudad, y que, por una vez, deberíamos ser solidarios y pensar que la brecha energética que sufren ya un gran porcentaje de familias cordobesas irá creciendo, impidiéndoles incluso conectar un mísero ventilador.

Los datos están ahí y no se pueden ignorar. El último quinquenio, 2015-2019, y el último decenio, 2010-2019, han sido los más cálidos en la Tierra desde que hay registros. Desde los años 80, cada década es más cálida que la anterior. En abril de 2019, el Centro de Investigación Atmosférica de Izaña, de AEMET, registró una concentración de CO2 media diaria de 415 ppm, un valor sin precedentes desde que el ser humano habita la Tierra.

La emergencia climática, ampliamente documentada por la comunidad científica, exige la adopción de medidas de austeridad en el consumo de energía, que deben aplicarse de forma inmediata y con mucha firmeza. Esto va a suponer cambios sustanciales en nuestros hábitos de consumo, imponiéndonos austeridad en el consumo de bienes, servicios y energía. Necesariamente tendremos que vivir un difícil cambio de modelo económico. Tendremos que mirar hacia atrás, y aprender de la forma de vida de nuestros abuelos y abuelas en muchos aspectos.

Las asociaciones y colectivos ecologistas no paran de convocar movilizaciones, haciendo un llamamiento a la ciudadanía para que exija a los gobiernos y administraciones de todos los ámbitos el cumplimiento de sus obligaciones, implementando las medidas necesarias para conseguir reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que eviten un incremento de la temperatura media del planeta superior a 1,5ºC, aún cuando algunas de esas medidas puedan resultar impopulares, porque es la vida de nosotros y nosotras, la de todos los seres vivos, la que está en juego.

Mientras tanto vemos con miedo, tristeza e indignación como el gobierno municipal cordobés, el responsable de la ciudad con más problema de elevación de temperatura de toda España, no toma ninguna medida en este sentido. No favorece el uso de la bicicleta en la ciudad, no reduce el tráfico de los vehículos a motor, no mira por aumentar y conservar las reservas de agua de nuestros acuíferos. Acciones como autorizar la construcción de un nuevo campo de golf, que gastará en riego más de un millón de litros de agua diarios, no son precisamente acordes a una situación de emergencia climática aprobada por unanimidad en el consistorio, una agenda 2030, una cumbre de París o las resoluciones de la ONU en cuanto a la lucha contra el cambio climático y sus terribles consecuencias.

A pesar de todo y no queriendo ser extremadamente pesimista hoy, día 5 de junio, en que celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente, deseo y espero que todas las personas de esta ciudad, y muy especialmente las que tienen responsabilidades de gobierno, comprendan la gravedad de la situación y sean capaces de adoptar medidas, de modificar hábitos y de poner su granito de arena para paliar este grave problema, porque no es una cuestión de color político, ni de clases sociales, es una cuestión de salvar la vida de los y las que ahora estamos aquí, y de las futuras generaciones. ¡Aún estamos a tiempo! ¡Entre todos y todas podemos!

Cristina Pedrajas

Portavoz del Grupo Municipal Podemos en el Ayuntamiento de Córdoba

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