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El orgullo es memoria y resistencia

José Carlos Ruiz.

José Carlos Ruiz, concejal de Hacemos Córdoba

27 de junio de 2025 20:00 h

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Culminó en Las Tendillas aquel primer Orgullo de Córdoba, donde la fortaleza de toda una comunidad sonó al unísono. Un grito común que llenó la plaza de dignidad.

Este año, también ondearon las banderas, solo que esta vez lo hacían sin cuerpos que las sostuvieran porque algo, sin duda, había cambiado. Ese grito que resonaba en nuestra memoria, había desaparecido dando paso al silencio más atronador. Era una foto vacía que no representaba, ni mucho menos, a todos, todas y todes.

El movimiento LGTBIQA+ vive hoy una encrucijada entre la memoria y el retroceso. Entre la celebración, la lucha y la escucha. La escucha de esas voces que debemos recuperar para no correr el riesgo de desandar lo que tanto nos costó conseguir.

Vivimos tiempos difíciles, y no hace falta nombrarlos para saber quiénes son los responsables. Se han colado en las instituciones, en los medios, en los discursos de nuestros hijos, hijas e hijes y nuestras madres. Puede que crean haber conseguido que el miedo haya vuelto a nuestras vidas y que la vergüenza o el odio de sus palabras, carentes de argumentos, nos hayan hecho agachar la cabeza y volver a cerrar con llave las puertas de esos armarios que rompimos con rabia.

Puede que crean que, con sus bramidos, su sonrisa triunfante y sus corbatas, creamos que somos los responsables de su odio hacia cualquiera que se diferencie, aunque sea mínimamente, de ellos. Porque lo diferente les asusta.

Para ello, han tenido que mentir haciendo creer a parte de la sociedad, que la diversidad del ser humano, es un peligro. Y lo que es peor: mucha gente les ha creído.

Se han sentido con el derecho de ocupar un espacio público que no les pertenece, y no lo han hecho solos: les han abierto la puerta quienes, por un puñado de votos o por aprobar un presupuesto, decidieron que nuestros derechos eran moneda de cambio. Han pactado con quienes quieren borrar a la identidad de las personas transgénero. Con quienes quieren devolvernos al armario, censurar libros, borrar la cultura, negar nuestra existencia. Porque recordad: “el saber es poder”, por eso necesitan a una sociedad ignorante y fácilmente manipulable. Y sin más, sin pudor alguno, se han puesto en la foto del Orgullo apropiándose de una marcha que no les afecta, ni siquiera les importa lo más mínimo. Se han colocado detrás de unos colores que no respiran. Que no les duelen. Que no les representan y que lo dicen a boca llena como si eso fuese lo “cool” del momento que vivimos. Como si no tuvieran responsabilidad del blanqueamiento a un momento tan significativo en nuestras vidas. En nuestra MEMORIA.

Hoy me paro y pienso: “Por desgracia, también hay algo que mirar en casa”. La realidad es que hemos estado más pendientes del selfie que de resistir y agarrar nuestros logros sin ser conscientes de que hemos permitido que nos dividan. Hemos dejado que el individualismo nos gane terreno y esto nos ha llevado a celebrar más que a resistir. Hemos confundido visibilidad con victoria. Y, mientras tanto, ahí fuera, hay personas que vuelven a sentirse solas, señaladas y silenciadas. Los armarios de cristal.

Apelo aquí de nuevo, a la memoria. A esa memoria colectiva que nos trajo hasta aquí y que no nos debe permitir olvidar a quienes nos abrieron camino cuando hacerlo les costaba la vida. A quienes fueron golpeados en las calles por ser visibles. A quienes murieron de VIH mientras el Estado les daba la espalda. A las personas trans que sobrevivieron a la humillación, al desprecio, a la pobreza. A quienes fueron expulsados de sus casas y de sus trabajos solo por amar o por ser.

La memoria es también una forma de resistencia. Es saber que no estamos aquí por casualidad, sino por quienes antes que nosotros marcharon, pelearon, escribieron, cuidaron, protegieron, incluso en soledad. Y es, también, un compromiso: el de no permitir que lo que costó tanto vuelva a ponerse en peligro.

No podemos seguir perdiendo derechos y afectos mientras algunos reparten pulseras arcoíris en junio y aprietan el botón del recorte en julio. No podemos mirar hacia otro lado cuando se ataca a un menor en un instituto por su orientación. No podemos dejar que el miedo vuelva a colarse en nuestras casas, nuestras plazas, nuestras escuelas.

Este artículo no es para rendirse. Es para despertar. Porque también hay esperanza. Porque también hay orgullo que no se fotografía, que no se vende, que no se rinde. El que está en quienes acompañan a alguien a denunciar una agresión. El que marcha, aunque duela. El que escucha, el que acoge, el que protege. Ese orgullo no sale en las noticias, pero es el que sostiene todo.

Ahora toca volver a encontrarnos. Recuperar lo común. Recordar por qué empezamos a luchar. Y hacerlo sabiendo que no es solo por nosotros: es por quienes hoy se sienten solos y solas, por quienes aún no pueden contarlo, por quienes vendrán.

Que volvamos, pero esta vez, para quedarnos.

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