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El debate público hoy
Habitualmente y cargados de buena voluntad, los ciudadanos asistimos a un monótono y aburrido debate público sobre los asuntos que ocupan a los principales partidos políticos: corrupción y amnistía. Los casos de corrupción son un problema recurrente que se airea en función de intereses partidistas pero que no se somete al control necesario para erradicarlos. Por su parte, el tema de la amnistía viene protagonizando el debate político meses -por no hablar de lo que nos queda- cuando, con independencia de supuestos jurídicos y de simbolismos, los portavoces del PSOE calculan que podría afectar a unos 400 ciudadanos y los propios independentistas no suben la cifra de afectados más allá de los 1.000.
No se trata de menospreciar estos temas; pero ¿qué sucede con los problemas cotidianos de los 47 millones y pico de españoles? En un ambiente cada vez más sucio, provocado principalmente por los portavoces de la derecha y la extrema derecha (de quienes no se recuerda otra propuesta que la bajada de impuestos, sin concretar cómo y dónde se aplicarán los correspondientes recortes), no se habla de cómo minimizar el desempleo, de cómo acabar con la precariedad de sueldos de algunos y de los sueldos millonarios de otros, de la falta de estabilidad y expectativas de los jóvenes ni de cómo mejorar las condiciones de muchos trabajadores inmigrantes rayanas en la esclavitud. Envueltos en este lodazal que invade el debate público en la actualidad, no se profundiza en el papel del Estado en aspectos críticos para el bienestar de la ciudadanía, como lo son la sanidad, la educación o la dependencia, ni de dónde saldrán los recursos necesarios para su financiación.
Constituyendo estas y otras cuestiones de política económica aspectos relevantes para el bienestar, mucho más significativas son sus consecuencias cívicas, que suelen estar más alejadas aún del debate público, como sostiene el filósofo estadounidense Michael Sandel en El descontento democrático. Rara vez se reflexiona sobre cuestiones como ¿a qué tipo de sociedad aspiramos? ¿a qué tipo de ciudadanía y con qué vínculos sociales? ¿cuánta desigualdad sería considerada aceptable? ¿hacia dónde nos conducen las actuales políticas económicas?. Ya en el siglo IV a. C., Platón mencionaba en la República el tipo de individuo que genera cada régimen político y, en particular, destacaba cómo la oligarquía, asentada en el ansia de bienes materiales, conlleva un tipo humano “acumulador de tesoros”. Los oligarcas gobiernan a favor de los intereses de su clase social: la acumulación de riqueza en sus manos y el empobrecimiento de los demás, no sólo provoca profundos desequilibrios y conflictos sociales sino que además en dicho régimen político se extenderá un modelo de ciudadano convencido de que, para mantener la posición social, el honor es menos efectivo que el dinero, que descuidará la educación y los servicios públicos. Y esto es lo que nos sucede en la actualidad, en pleno siglo XXI.
Sandel destaca en su obra cómo la relajación de la legislación antimonopolio y la desregulación financiera que se aplica desde Clinton, pasando por Bush, Obama y Trump, son el origen de los oligopolios dominantes hoy. Las grandes tecnológicas como Google, Amazon, Meta, Apple, Microsoft, Nvidia,… o las conocidas plataformas como Netflix, Booking o Arbnb son el resultado de ello y se han sumado a los tradicionalmente conocidos oligopolios de los sectores energético, financiero o farmacéutico que tienen en común dos aspectos de suma importancia: a) eludir el control democrático y fiscal de los gobiernos locales y b) su enorme poder sobre los legisladores a través de sus correspondientes grupos de presión o lobbies. Y a ello, habría que añadir además que, en la preocupación popular ante el papel de estos oligopolios, damos más importancia a su influencia sobre los precios o las condiciones de acceso al producto o al servicio (léase la banca española) y obviamos o relegamos los aspectos antes expuestos. Y ello constituye uno de los logros más importantes del neoliberalismo: anteponer nuestra condición como consumidores a la de ciudadanos comprometidos con el bien común, aspecto esencial para el funcionamiento de nuestra democracia y la soberanía de los Estados. Ello está generando una sociedad con una desconsideración sin precedentes hacia los derechos humanos ante la tragedia de la inmigración o hacia la tremenda desigualdad en ingresos y patrimonio derivada de la actual organización del trabajo, que alcanza hoy cotas nunca vistas antes, motivada (las más de las veces) por una sobredimensión de la actividad financiera sobre la economía real. Una sociedad donde Los ricos no pagan IRPF, libro de reciente aparición de los técnicos de la Agencia Tributaria, Carlos Cruzado y José M. Mollinedo.
En definitiva, el gran logro del neoliberalismo es un paulatino desvanecimiento de los vínculos entre los ciudadanos, sustituido por un individualismo feroz, un consumo desmesurado y una ausencia de reflexión sobre el tipo de sociedad al que aspiramos. Parece existir cierta unanimidad en desear una sociedad segura; pero no se alcanza a debatir siquiera en qué consiste eso y menos aún cómo llegar a ella. No se suele hablar de solidaridad o de justicia, menos aún de la fiscal; ¿para cuándo la igualación de la tributación de las rentas de capital -en SICAV, SOCIMI y similares- con las del trabajo?. En la obra mencionada antes, Sandel rescata de la historia del movimiento obrero estadounidense a los “Caballeros del Trabajo”, organización sindical de carácter reformista que, a finales del XIX, reivindicaba tiempo, espacio y medios para que los trabajadores se informaran acerca de los asuntos que incumbían a todos los ciudadanos. Aquí, en España, Juan Díaz del Moral, en su Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, se refería a cómo los jornaleros -entonces, mayoritariamente analfabetos- se reunían en las ventas y cruces de caminos para escuchar la prensa de boca de quien supiera leer. Ahora, con toda la información al alcance de la propia mano y muchos más medios, se evidencia el desapego por los asuntos públicos siempre que no se trate de defender el propio interés. Los partidos políticos mayoritarios han abdicado de su responsabilidad en la formación cívica de la ciudadanía, absolutamente necesaria para atender asuntos como el conocimiento y la asunción de la Constitución o la complejidad del Estado de la Autonomías, cuestiones clave para poder debatir sobre el futuro de la sociedad a la que aspiramos; por no hablar de comportamientos cotidianos, absolutamente indignos, como los relacionados con el anonimato en las redes sociales o los que presenciamos en los campos de fútbol.
Estas carencias locales son trasladables también al ámbito de la Unión Europea pues resulta inaudito que a menos de dos meses de las elecciones al Parlamento Europeo, no tengan espacio en el debate público, en la línea expuesta por Sandel, qué tipo de ciudadano europeo queremos ser, qué tipo de Unión queremos para el futuro, qué grado de integración europea, cuál debería ser la forma de adoptar decisiones, las futuras ampliaciones, etc. Y junto a las cuestiones mencionadas deberían tener relevancia en ese debate las relativas a la política económica como la necesidad de lograr una convergencia en los niveles de bienestar, los seguros europeos de depósitos o de desempleo, o las implicaciones de la aplicación de las reglas fiscales sobre el déficit y la deuda sobre la inversión pública para hacer frente al cambio climático y la digitalización, entre otros muchos y variados aspectos.
Por ello reclamamos la urgencia de dedicar tiempo y medios a una formación democrática ciudadana y un rearme ético y riguroso en todos los ámbitos.
Mientras terminamos estas líneas ha saltado a los medios la carta del presidente del Gobierno manifestando su hartazgo ante la actual situación del debate público. Por una forma digna de hacer política, nuestro apoyo al presidente Pedro Sánchez y al Gobierno de coalición. En línea con lo expuesto aquí, no parece existir alternativa más honrosa.
*Virginia Ruiz Navarro y Carlos Martínez Callejo, profesores jubilados de Enseñanza Secundaria
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