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Versiones de nuestra vida

Sergio-Manuel Tejerina-Campanero

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En el número siete de la calle Gravina de Madrid se fabrican, desde 1915, las que para muchos son las mejores guitarras del mundo.

Leonard Cohen parecía tenerlo bastante claro aquel 21 de octubre de 2011 en que se  dirigió solemnemente al  ilustre público que abarrotaba el Teatro Campoamor de Oviedo recordando, en primera instancia, el olor a cedro, a madera aún viva,  de la  guitarra Conde que  había comprado hace más de 40 años.

Según las actas del jurado, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011 le galardonaba por la creación de un imaginario sentimental en el que la poesía y la música se fundían en un valor inalterable. “La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Es difícil aceptar un premio de una actividad que yo no controlo, es decir si supiera de dónde vienen haría más canciones.”

Poco amigo de premios y reconocimientos, Cohen estaba allí para saldar una vieja deuda con nuestro país.  “Agradecer esta fragancia al suelo, a la tierra, a este pueblo que me ha dado tanto”.

En aquel histórico discurso habló sobre su infancia. Sobre cómo buscaba su propio estilo, equivocadamente, estudiando y versionando el estilo de  poetas ingleses; y del impacto que causó su primer encuentro con la poesía de Federico García Lorca. Fue entonces cuando encontró su verdadera  voz interior. Ese Yo, no del todo terminado, que lucha por su propia existencia:   “De Lorca aprendí a nunca lamentar, y a que si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza”.

Recordó a Lorca y a su único profesor de guitarra. Un virtuoso español que conoció en un parque de Montreal;  y que tres clases y seis acordes más tarde había cambiado su forma de entender la música para siempre.  Un anónimo guitarrista español que nunca se presentó a su cuarta clase, porque ese mismo día se quitó la vida en la habitación de su pensión. Pero cuya profunda e imborrable huella le vincula para siempre a nuestra tierra.

A mediados de los noventa Antonio Arias líder de los granadinos Lagartija Nick andaba obsesionado con la idea de grabar unos poemas de Lorca en clave de punk y flamenco. En esa misma época, también  en Granada,  Enrique Morente trabajaba en un disco de versiones de Cohen. De un encuentro inesperado entre los dos nacería un año más tarde Omega. Quizá el disco de versiones más importante de la música española. Ese que unió en trece canciones a Cohen con su admirado Lorca.  Disco único y celebrado que cambió el flamenco para siempre.

Adoro las versiones, además de a las pijas de mi ciudad como cantaría La Costa Brava.

Las versiones

pueden ser calcos, pueden ser libres, buenas adaptaciones e incluso malas. Al fin y al cabo las versiones no dejan de ser canciones. Canciones que de pequeño escuchabas en un Seat 127 amarillo, mientras Balbino (Papá) conducía y Rosa (Mamá) nos amenizaba el trayecto. Mucho Antonio Machín y Victor Manuel, un poco de Triana, ritmos de Rumba Tres, mezcla de Los Brincos y Formula V, pasando por “su poquito” de Boney M. Esa era nuestra banda sonora atravesando despeñaperros camino de León, salvo que se colara la radio o incluso un disco perdido de Paloma San Basilio. Canciones que escuchabas por las ventanas de tu barrio mientras jugabas a los cromos de futbol o mariposas. Canciones que tarareaba el tendero mientras comprabas el pan después del colegio. Canciones que escuchabas cuando empezabas a ir al Burguer de barrio a gastar la paga semanal.

Canciones de los primeros amores, de los primeros “escondidos”, de las primeras desilusiones… Canciones para el amor y el odio. Canciones que empezaste a escuchar en el Sin Embargo, en Level o en tantos bares que no recuerdas.

Canciones que algún día alguien decidió revisarlas y me gustan.

En estos tiempos en que las versiones más sonadas son las windows, reivindico el poder de la copia, de la réplica, de la mejora como herramienta del subconsciente para llevarte a universos pasados. Esos que hace tiempo una persona imaginó y despues otra  se atrevió a reformular. Todo esta inventado dicen por ahí, quizás en la música y en la vida llegue el momento en que todos seamos versiones de alguien o versiones de uno mismo. Seguramente somos seres en constante fase Beta que evolucionaremos cual Android desde el 1.0 a 100.0.

Mientras analizo en que versión de mi mismo me encuentro, para ver si me actualizo o no, escucho canciones del hoy y del ayer para volver en sueños a Groenlandia. PD: Tras revisar mi hardware y mi software os comunico que mi organismo está en versión Dancing Queen, al fin y al cabo lo que siempre he querido ser. Siempre con mis respetos a la Silvia Sommerlath y sin hacer caso a la leyenda.

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