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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

Villanueva

Ganado bovino pastando en una dehesa.

Juan José Fernández Palomo

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El otro día fui al poblado de mis ancestros, Villanueva de Córdoba, en la comarca de Los Pedroches. Es la visita prenavideña habitual, para ver a mi octogenaria tía, a mis primos, tomar café y aguardiente con ellos, cambiarnos décimos de lotería, comprar morcillas y lechón en uno de los escasos puestos que quedan en la plaza de abastos y poco más. A mediodía ya estaba de vuelta en la capital. 

La dehesa está verde y preciosa cuando el coche recorre el trayecto entre Adamuz y Villanueva mientras amanece a las ocho de la mañana. La luz se refleja en la escarcha entre encinas, jaras y esa piedra negra de granito que ha servido desde siempre para eternizar basílicas y dividir pequeñas fincas. Desde la carretera se ven, alternativamente, algún rebaño de ovejas, vacas retintas y morosas desayunando pasto fresco y piaras de lechones oscuros metiendo el hocico en el suelo para zamparse bellotas. 

Voy tan poco al pueblo que mi tía, cuando me ve a la puerta de su casa, me pregunta: “¿Quién se ha muerto?” Porque sólo me recuerda ya de asistir a funerales. Le digo que no se preocupe, que “nadie; ni siquiera tú, tita”. Y nos da la risa.

Para acompañar el anís, mi tía me ofrece un vaso de agua de una garrafa. No me la puede dar del grifo. No se bebe de ahí desde hace meses.

De pequeño, yo pasaba los veranos en el pueblo, leyendo la saga de “Los Cinco”, de Enid Blyton, que compraba en una librería que ya no existe y recuerdo al “tío de la cuba” que pasaba por las calles con una cisterna verde tirada por una mula para llenar los cántaros de las casas. Después ya también pude ver llegar el agua corriente a los grifos. El “agua de boca”, que se dice ahora y que, ahora, no te puedes acercar a los labios.

Parece un agujero de gusano, un círculo espacio-temporal apenas a una hora en coche de mi casa en la capital.

Y mientras, ya digo, el paisaje, al menos ahora, es verde, verde; con su escarcha blanca y húmeda.

Alguien ha hecho algo mal. O no ha hecho nada. 

Ojalá a mi tía y a mí nos toque algún pellizquito en la lotería. Nunca ha pasado, pero puede suceder.

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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