Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
Veraneos 26. Valencia
Fui a Valencia desde Córdoba en un tren lento. Un tren lento, hoy, es un tren que tarda más de tres horas y pico en moverte de un sitio a otro de la Península Ibérica. Al parecer hemos avanzado tanto que la lentitud se asimila al fracaso, o algo así.
El tren al que me subo sale de Cádiz y su estación termini es Barcelona. Hace un zig-zag por eso que alguien acuñó como “la piel de toro”, como un bisturí que la corta hacia al centro y luego gira hacia el este buscando el Mediterráneo, que nunca se ve, y tira hacia arriba, al norte. Parezco un sastre peletero, un forense o un serial killer caníbal, pero sólo soy un usuario de la red ferroviaria. Me acuerdo del mapa que había en mi aula del cole y no necesito google maps.
Es curioso: viajar más lento es más barato. El capitalismo sigue primando la inmediatez, no dejar espacio para pensar, para la reflexión, para tocarse las narices, para demorarse, para cazar moscas… Eso no es bueno.
A mí me gusta esta lentitud, que el tren se detenga en Andújar, Espeluy, Linares, Manzanares, Valdepeñas, Vilches, Alicante o yo qué sé… ya he dejado de ver las paradas por la ventana, estoy leyendo un libro de Manuel Vicent. Porque voy a Valencia y no doy puntada sin hilo. Por eso me tomo un bocata de pimientos con bacalao, hecho en casa ex profeso (porque voy a Valencia, insisto) y me bebo una lata de cerveza, carísima, comprada en el vagón restaurante.
En Valencia me hospedo en un ático del barrio de El Grao, el Puerto, me traducen. Y es cierto, no está lejos de la Marina (el puerto deportivo) ni de las playas urbanas de El Cabanyal o La Malvarrosa (otra vez la soleada literatura de Manuel Vicent en la memoria).
No se ve el mar desde esta octava planta. Es curioso; hay ciudades de costa que viven a espaldas al mar. Yo lo veo como una bordería, una suerte de chulería del tipo “tengo mar y me la suda; y tú, no”.
En Valencia, en el barrio, suenan cohetes. Gol de España: petardos. Gol de Inglaterra: petardos. Gana España la Eurocopa, más petardos.
En el barrio de El Grao hay fruterías en cada esquina regentadas por pakistaníes que no venden alcohol, badulaques donde orientales venden de todo, una armería que vende libremente reproducciones de armas de película que se disparan con aire comprimido, colombianas que pasean a ancianas en sillas de ruedas y un bar donde pasan el tiempo que creen que les queda ex yonkis elegantes a los que un botellín de cerveza les dura toda la tarde.
Cuando se acerca la medianoche y se aproxima el encendido de castillos de fuego o el anuncio de los petardos, por las manzanas de los bloques, las azoteas o los patios de luz del barrio, se escuchan las risas expectantes de los niños esperando los estallidos.
Pensé en otros niños, en otros edificios, en otras escuelas, en otros ruidos, en otros petardazos en la noche…
Pensé también en lo que me dijo una vez un amigo: “Creo que me he enamorado, pero no sé de quién ni para qué”.
Creo que es la metáfora del verano. La metáfora del pasmo.
Sobre este blog
Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
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