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Mi primer gazpacho

Juan José Fernández Palomo

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Sí, efectivamente, ávido y curioso lector, en el título he parafraseado a Elena Medel, autora de Mi primer bikini, editado en la desaparecida editorial DVD. Lo he hecho porque me apetece y por que, como en aquel poemario, voy a hablar de una especie de rito iniciático.

El primer gazpacho de la primavera se parece a la primera mariposa que revolotea curiosa cerca de tu ventana a media mañana o te sorprende en tu deambular por las calles de una ciudad que aún crees amable. Cuando la ves, te cuesta pensar que antes fue un gusano que se construyó un capullo para meterse en él y transvestirse y, luego, salir al aire con sus mejores galas.

Uno cree que, paseando por la ciudad, sólo va a cruzarse con gusanos o capullos, pero existen las mariposas. Es primavera, pues. No quiero extenderme más sobre esto.

Mi primer gazpacho empieza en la tienda del barrio, eligiendo los tomates, “éstos son más dulces, aquéllos ácidos, esos otros son mejores para ensaladas o la tostada del desayuno. ¿Y los de Alcolea? Aún no es tiempo”. Luego el pepino y una punta de pimiento (de Almería), y ajo de Montalbán.

Lo mezclo todo en una batidora americana de vaso que me regalaron los reyesmagos, con vinagre de Montilla, unas lágrimas de aceite de Baena y sal gruesa. En un alarde, hasta puedo romperle una hoja de albahaca o hierbabuena. Y agua fría.

Bebo un trago del vaso del primer gazpacho de la primavera y mi bigote canoso se impregna con una película anaranjada y “tomatosa”.

Me miro en el espejo y éste me devuelve la imagen de un tipo con los bigotes manchados. Es un niño.

El niño que una vez tuvo un álbum de mariposas adhesivas y troqueladas que regalaban con los pastelitos de “panrico” que compraba en el kiosko de las afueras de su colegio.

Un álbum que ha perdido.

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