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Extra Omnes

Juan José Fernández Palomo

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Ayer me contó una amiga que había recibido una llamada para pedirle disponibilidad y presupuesto de los servicios del negocio que dirige. No puedo citar su nombre porque mi amiga es una emprendedora decente y no quiere que aproveche para hacer publicidad gratuita de su empresa sin antes haberlo acordado con el servicio comercial de Cordópolis.

Mi emprendedora amiga ha hecho de su pasión un nicho de negocio y ha montado una empresa de comida a domicilio y catering para todo tipo de eventos. No le va mal. Poco a poco, como cualquier nuevo reto en estos tiempos.

Sin embargo, la llamada que recibió le produjo cierta desazón y vértigo ante las dimensiones del encargo. Por eso acudió a mi consejo, sabedora de que soy, para ella al menos, una especie de asesor externo sin sueldo definido y no presencial en las oficinas de la empresa. Ya saben de qué les hablo.

Según me dijo, la llamó Tarsicio Bertone, camarlengo del Papa Emérito Benedicto XVI y, actualmente y de manera interina, jefe del Estado Vaticano y director del Colegio Cardenalicio que está preparando el inminente cónclave para la elección de un nuevo pastor de la Iglesia Católica.

Como se anuncia en internet, es decir, urbi et orbe, los funcionarios de protocolo vaticanos le habían sugerido a Su Eminenza Bertone la posibilidad de contratar los servicios de esta joven empresa.

Preguntas normales en estas tomas de contacto, ya se imaginan, cuánto costaría, número de comensales (entre 110 o 117, aún no estaba claro del todo), si incluía tres comidas diarias o sólo brunch y meriendacena y, qué platos ofertaba. Parecen preguntas sencillas pero mi amiga, con toda la razón, estaba angustiada. ¿Qué hacer? ¿Qué productos cocinar? ¿Para cuántos días?

Yo le sugerí lo siguiente: lo primero, obviamente, que aceptara con valentía el reto, que sería una bendición para su negocio. Lo segundo, que no abusase de la sal ni del azúcar porque la edad media de los comensales, además de la responsabilidad que afrontan, hará que haya entre ellos personas con problemas de hipertensión o diabetes. Tercero, que opte por el concepto “meriendacena”, porque es posible que las noches se alarguen en deliberaciones y de grandes cenas están las sepulturas llenas. Cuarto, que no olvide que el cónclave se realizará en tiempo de Cuaresma, así que nada de carne y sí mucho bacalao, verdura, legumbres y fruta (con su ensalada de naranjas, cebolleta y bacalao de Castro del Río desalado aliñada con aceite de Baena puede triunfar). Quinto, que no les dé bollería industrial que la Curia es muy exquisita con las cosas de dulce. Sexto, que intente averiguar si en la Capilla Sixtina hay microondas, además del chubesqui ese donde queman las papeletas o bien, se cerciore si comerán en la vecina Casa de Santa Marta, más cómoda para los refrigerios (entendemos que cocinar o almorzar bajo los frescos de Miguel Ángel debe resultar embarazoso).

Y séptimo, que se meta ya en las cocinas de su negocio, cierre sus puertas tras echarnos a todos los ajenos de allí -extra omnes-, selle las cerraduras y se ponga a manejar los pucheros (entre ellos también anda Dios, como sabéis).

La responsabilidad es grande, lo sé. Pero mi joven amiga emprendedora triunfará porque tiene jigo para eso y para más. Y mis humildes consejos no caerán en vacío.

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