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Cañizares y Cañizares

Juan José Fernández Palomo

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Ni en el cole, ni en el instituto, ni en la facultad, ni en la mili (sí; yo he hecho el servicio militar, qué pasa, siempre he sido un patriota) tuve jamás un compañero que se llamara Cañizares.

Sin embargo, con el paso del tiempo, la vida me ha dado la poco prestigiosa oportunidad de conocer a dos tipos que comparten ese apellido plural.

Uno es Santiago Cañizares, futbolista. Portero, para ser más concreto. Creo recordar que jugó en el Celta, en el Real Mandril y en el Valencia. Y también en la selección española. Se perdió el mundial del 2002 porque, dicen, en una concentración se le cayó un frasco de colonia en el pie y le rajó unos tendones. He intentado, por todos los medios, conseguir la grabación de las cámaras de seguridad de aquel hotel de concentración para ver la cara de gilipollas que se le pondría al tal Cañizares al comprobar que se perdía estar en el escaparate de ese evento deportivo mundial. Lástima, no he logrado ver su rostro reflejado en el espejo del cuarto de baño de aquella habitación de hotel; pero me lo imagino.

Sí recuerdo ver su rostro en la tele: lloraba cuando perdió una final de la Copa de Europa en una tanda de penaltis. Yo estaba en mi casa y me dio risa. Lo siento.

También conozco a Antonio Cañizares. Es arzobispo de Valencia. Ser arzobispo es como ser pastor, pero en modo más pijo y cuando quedan pocas ovejas.

Un día me llevé a monseñor Cañizares a la Isleta del Moro, en la costa del Cabo de Gata, en Almería. Subí con él a una colina para disfrutar del amanecer. Le dije: monseñor, aunque usted quiera cambiar las cosas, el sol siempre sale por el Este, por ahí, sobre las aguas del Mediterráneo. Ese mar en cuyas orillas han crecido olivos y civilizaciones. Ese mar testigo de flujos y culturas. Un mar que hoy es una tumba ingrata. Usted es algo –no sé qué, pero algo- gracias a este milagro cotidiano de que salga el sol sobre estas aguas. Cállese pues, monseñor, y disfrute del espectáculo.

Santi Cañizares, portero que se teñía de rubio en los cuartos de baño de los hoteles de concentración, y monseñor Antonio Cañizares, arzobispo levantino boca de chancla, os diré la verdad, la única verdad: Dios es Maradona. O nada. Y vosotros no sois nadie.

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