Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
Desde el barrio te lo digo
Hace varios años –según el calendario gregoriano-, antes de ayer –según mi propio calendario-, fui a Londres a visitar a una amiga. Ella me recogió en la Estación Victoria, me quitó la cara de cateto con unas risas, me hizo comprar una tarjeta del metro y me llevó a su casa, en East Ham, un barrio alejado del centro, donde compartía piso con una chica polaca, otra de Cerdeña, otra de la que no me acuerdo y unos ratones que hacían ruidito bajo la madera tapada por la moqueta del pasillo.
En ese trayecto, la penúltima estación antes de llegar a casa es West Ham y un cartel explica que es donde hay que bajarse para ir al estadio del equipo de fútbol de ese nombre, un histórico de la Premier League. Un club fundado en 1904 por obreros de la industria pesada del metal que estaba en ese barrio. Por eso se llaman los “hammers”.
Un lunes de partido me bajé ahí para husmear. El West Ham United, que iba último en la clasificación, jugaba fuera contra el Tottenham así que el estadio (Upton Park) estaba cerrado y vacío, pero el barrio estaba en ebullición así que me colé en el pub Boleyn –junto al estadio- a ver el partido con los lugareños y tomarme unas pintas.
Todos y todas menos yo vestían la camiseta color vino tinto y azul celeste de los hammers y cantaban algo así como un himno o consignas o lo que sea. En un momento dado, con el partido recién empezado, entró en el pub una señora de unos setenta años, bajita y con gafas, con unos pantalones de cuadros y su camiseta tinto y celeste. La saludaron con familiaridad y se pidió una pinta de cider –algo así como una cerveza con muy poco alcohol-. Me enteré de que era Mrs. Bloonfield, la dueña de la mercería de enfrente que había cerrado un poco antes, como siempre que había partido, para ir al Boleyn.
Mrs Bloonfield gritó el gol del empate del West Ham como todo el pub, como yo. El árbitro pitó el final del partido justo antes de que
“nuestro” equipo lanzase un saque de esquina prometedor. Nadie en el pub se quejó: uno a uno, el West Ham seguiría, una jornada más, último en la clasificación.
Cogí el metro para East Ham. Mis anfitrionas me recibieron en la cocina comiendo pizza. Yo llevé unas latas de cerveza Stella Artois compradas en un quiosco del barrio que regentaban unos colombianos. ¿De dónde vienes?, me preguntaron sonriendo. De ver el partido del West Ham, respondí. ¿Y…? Maravilloso; empatamos.
Querido señor Florentino Pérez que está en los palcos y en los despachos: venga al barrio, cómprese un par de calcetines en la tienda de Mrs. Bloonfield. Son baratos y buenos.
O vaya a la farmacia y pida una caja de esas pastillas azules que patentó una marca famosa ahora también por sus vacunas.
Evite así los gatillazos.
Sobre este blog
Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
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