Regla mental
Hace ya un mes que me tiembla el párpado izquierdo. Ese clásico y molesto tic que nos da de vez en cuando al llegar a la vida adulta, porque que venga alguien a decirme que le temblaba el ojo en primero de EGB. Eso es mentira y además no es verdad.
Me comentan que es de estrés, nervios y derivados, pero yo creo que está relacionado con un pequeño pico de enajenación de estos que tenemos de vez en cuando. Bien cuando somos tan felices que inventamos universos de piruletas en los que tener wombats como animales domésticos está permitido fuera de Australia, bien cuando estamos en estados de mimimimi pidiendo a gritos que alguien nos cruce la cara so pena de continuar dramatizando porque las pipas al punto de sal nos han destrozado el labio superior.
A esos picos de tristeza y locura transitoria sinsentido relacionados con momentos cotidianos poco relevantes los suelo llamar regla mental. Normalmente no superan las 24 horas (lo que tira por tierra mi teoría del temblor parpadil, al final voy a tener que ir al médico pero mientras si alguien tiene algún remedio sería increíble dejar de parecer Millán Salcedo en pleno sketch) y son mucho más comunes en los meses de frío (necesitaba cerrar la frase, pero esto es una invención gloriosa).
Hace años, por regla mental entendía una regla nemotécnica de estas geniales que usábamos para recordar absurdeces en las horas previas a un examen. Era bastante más sencillo recordar que la teoría de Noelle Neumann se llamaba La espiral del silencio (único conocimiento de la carrera de periodismo que no he borrado) pensando en Newman el vigilante de la playa viejuno, calvo y con bigote. O igual no, pero cada uno tenía sus métodos.
Bien. La expresión regla mental, que además podría dar nombre a una genial saga de películas de sobremesa protagonizadas por Shannen Doherty (esta chica vale para un roto y un descosío), se refiere a esos momentos en los que uno mira por la ventana con cara de videoclip de balada pop y piensa todas las cosas chunguers que le afectanchunguers en su día a día de forma pasajera y que de pronto no te dejan vivir.
Las causas pueden ir desde que no haya suavizante para poner la lavadora y no sólo hallan cerrado la tienda sino que aún por encima estás en pijama y no podrías bajar, que pienses que es miércoles y sea martes (o lunes, ¡noooooo!) y otras más 2.0 como que alguien se retrase dos minutos en contestar a un mensaje de guasap (sí, eso es odio). Sea lo que sea lo traduces al instante como clarificación de tu absoluta soledad en el mundo.
Surja de donde surja, en cuanto aparece la regla mental todo es mal. Todo es un horror y somos ultra infelices. ¿El motivo real? Te pasa todo y nada. Y esa es la clave para entender el auténtico estado de la regla mental.
El nombre puede llevar a equívoco. Queridos, a dramas mentales no gana nadie. Son independientes de los genitales de que dispongamos y por ahora desconozco como se dará en casos de hermafroditismo (y no lo digo sólo por sacar el eterno bulo sobre el micropene de Anne Igartiburu).
Actúan sin avisar. Cualquier día (que sí, que lo de que es cuando hace frío me lo he inventado) te despiertas tarde, no te queda café o tropiezas por la calle y… ¡pum! Ahí está. La espiral de la negatividad absurda ha llegado.
Mientras alguien no se haga cargo de este drama social, trato de no usar el eyeliner.
Claro que esto solo vale para lo del temblor del ojo.
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