Un oficio increíble
"El periodista puede entrar en una choza y en un palacio"
(Manuel Fernández. Presidente de la Asociación de la Prensa)
He aquí una verdad acojonante. Uno se encuentra una lamparita mágica en medio de la calle y posiblemente no te ofrezca tantas prestaciones como este oficio milenario. Hablamos de una de las pocas profesiones que lo mismo te abre las puertas del edén que del infierno. Solo hace falta presentarte con el aplomo propio del gremio y cualquiera te confía su biografía de cabo a rabo en una simple charla de café.
Por ese lado, estamos hablando de un salvoconducto mágico para vivir infinitas vidas, que es una manera mayúscula de vivir la única vida que tenemos. Manuel Fernández, que es un periodista de los de antes, aún se sorprende de esta cualidad sobrenatural de nuestro oficio. Si usted acciona el vídeo que tiene ahí arriba, lo verá fascinado con esta idea al modo en que se asombra un niño con el mecanismo sencillo de un juguete.
Esta realidad alucinante permitió a Manu Leguineche, por ejemplo, recorrer el planeta Tierra unas cuantas veces. Pero no de la manera en que lo atraviesan los agentes de bolsa, engullendo aeropuertos y salas de espera. El suyo era un viaje a las profundidades del ser humano, a sus formas de vida, a sus miserias, a sus pesadumbres, al milagro inexplicable de la diversidad.
Quiere decirse que Manu Leguineche murió hace unos días a los 72 años de edad, aunque en su interior llevaba unos cuantos mundos vividos. Por ahí, era un periodista enorme. Inconmensurable. Un periodista de raíz que un día dijo: “Yo soy del bando de los desolados”. Y eso solo lo puede decir alguien que ha buceado con los ojos abiertos en la aventura insuperable de los países y los continentes.
Pero regresemos al suelo. El periodista puede entrar en una choza y en un palacio, de acuerdo, pero también tiene que denunciar lo que está mal hecho. No lo decimos nosotros: lo dice Manuel Fernández, presidente de la Asociación de la Prensa. Pero claro: la denuncia limita al norte con los intereses publicitarios; al sur, con la línea editorial; al este, con los lectores; y al oeste,
con el poder.
Por este territorio angosto, debe caminar la pluma del periodista. Atrapado entre la lealtad a quien le paga y la lealtad a la propia conciencia. Entonces, queridos colegas, que tengan un buen viaje.
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