Inteligencia artificial
Es una infamia contra la democracia
La inteligencia artificial está causando serios estragos en la reputación de la gente. Ahí tienen el sorprendente caso de Alfonso Guerra. Usted lo escucha y reconoce su tono de voz, su hache aspirada, sus gafas de pasta negra, sus ojos redondos como cilindros, su falsa modestia y sus chanzas de mercado de abastos. Es él. No hay duda. Y, sin embargo, la idea de España que articulan sus labios es la de don Manuel Fraga Iribarne.
La inteligencia artificial ha alcanzado un nivel de sofisticación tal que es capaz de introducir en el cerebro de cualquier sujeto un discurso reaccionario sin que en el timbre de voz ni en la gesticulación se le perciba el más mínimo cambio. De tal forma que el Alfonso Guerra de los años ochenta podría sufrir un síncope de caballo si escuchara por un instante al Alfonso Guerra que ahora se pasea por la cadena de los obispos con la familiaridad de un coadjutor de parroquia.
El injerto de voz de alta tecnología es ya una epidemia en este hermoso país. Un día te encuentras a Chiquito de la Calzada hablando en genuino inglés de El Perchel y otro escuchas al mismísimo señor Aznar defendiendo la reducción de condena de etarras como contrapartida a un acuerdo de paz. “No nos pongamos dramáticos”, aduce el ex presidente en una intervención televisiva de los años noventa a todas luces manipulada por este diabólico sistema de simulación. La verosimilitud de sus palabras es tan asombrosa que hasta la periodista Isabel San Sebastián se frota los ojos presa de la incredulidad.
El caso de Guerra es particularmente sobrecogedor. Conmueve escuchar a aquel mitinero explosivo, voz de los descamisados y látigo de la derechona, fustigar durante horas al Gobierno de su partido en estos días decisivos de la democracia española. Es capaz de destripar la acción del Ejecutivo sin decir una palabra del histórico incremento del salario mínimo, la revalorización de las pensiones, la recuperación del poder negociador de los trabajadores, el tope del gas en el atraco de la luz, la supresión de los falsos autónomos, el ingreso mínimo vital o el impuesto a la oligarquía eléctrica nuestra de cada día. Seguramente porque no es la palabra del señor Guerra la que escuchamos, sino el verbo sibilino de Cuca Gamarra.
Hay días en que no para de firmar manifiestos laudatorios del rey Demérito, defraudador fiscal y presunto comisionista, como si se hubiera apoderado de él Jaime Peñafiel. Cómo será la perfección de la inteligencia artificial aplicada a la voz que el presunto Alfonso Guerra soltó un exabrupto machista contra la vicepresidenta del Gobierno en hora de máxima audiencia y nadie se dio cuenta de que quien hablaba por su boca era el mismísimo Rubiales. Por todo ello, y por lo que vendrá, no se lo tengáis en cuenta.
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