Una verdad impenetrable

 

"El cuerpo amado nunca es solamente un cuerpo"

(Aurora Luque. Poeta)

De vez en cuando, uno se encuentra un trozo de verdad descarnada, llameante, en el océano tempestuoso de internet. Entonces se enciende la luz y se apagan todas las frases absurdas que a menudo colgamos por aquí. Esa luz que tienen ahí arriba sí es una verdad sin aditamentos. No me pregunten qué clase de verdad encierra porque no sabríamos explicarla en este trozo de papel, pero es una verdad cósmica o quizás una verdad subterránea o tal vez una verdad incorpórea. Precisamente incorpórea. Cualquiera sabe.

El cuerpo amado nunca es solamente un cuerpo, de acuerdo, pero qué diablos es. Por qué es ese cuerpo y no otro el que nos electrocuta cuando apenas lo tocamos. ¿Acaso todos los cuerpos no están hechos de las mismas células, de los mismos tejidos carnosos, provistos de las mismas terminales nerviosas que transportan la información al cerebro? Nosotros, que somos gente terrestre, racional hasta el disparate, no tenemos la menor idea. Es más: no tenemos ni puta idea. Podríamos buscar una razón bioquímica, antropológica si se quiere, una razón atravesada por la ciencia de las emociones, que bucee en los orígenes milenarios del ser animal que somos. Pero, ¿encontraríamos una respuesta?

Y si la encontráramos, ¿serviría de algo? ¿Apaciguaría la electricidad que produce una corriente de alta tensión como la que acabamos de describir? Ustedes se preguntarán qué carajo hace esta frase indescifrable en un escaparate como este frecuentado por alcaldes, parlamentarios, economistas, funcionarios, banqueros y otros administradores de la realidad que nos circunda. Gente, en definitiva, que dicta su vida y la nuestra, que promulga leyes, que ejecuta desahucios, que anuncia cataclismos financieros, que archiva expedientes cada día.

Y resulta que, de pronto, en un tuit perdido de tu smartphone emerge una verdad impenetrable, ininteligible, a la que es de todo punto imposible practicarle un análisis morfo-ilógico.