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Érase una vez Montoro...

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Alejandra Vanessa

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Érase una vez la niña Rosario Amo Camino, nacida y criada en Montoro. Allí vivió hasta los dieciséis años trabajando, trabajando y trabajando. Al quedarse en paro su padre, tuvieron que dejar el pueblo y encaminarse a una nueva aventura: Córdoba. Vino con la peor edad que se puede venir una persona joven. En poco tiempo, pasó de la peluquería del pueblo a otra en la capital cordobesa y desde entonces no ha parado de trabajar, trabajar y trabajar.

Aunque asistía muy obediente a todas las clases, la peluquería siempre fue su pasión. Cuando salía del colegio, llegaba a la casa, soltaba la cartera, cogía la merendilla y se iba a la peluquería. Así hasta los trece años. Una vez terminó octavo, dejó los estudios y comenzó a trabajar a tiempo completo. Le hubiese encantado seguir estudiando, le flipaban los idiomas, pero en su casa no había medios económicos, era solo trabajar. Incluso en la época de inmigrantes en Gerona, en Playa de Haro, en los hoteles, sus notas eran impecables, ¡no suspendí ni un solo curso!

De la infancia conserva dos grandes amigas: la guapa (María Rosa), la inteligente (Rafi Ávila) y yo la normalita; también Conchi Vacas. Amigos tenía pocos, los niños con los niños y las niñas con las niñas: en aquellos tiempos era así. Iban juntas al colegio, jugaban, paseaban... pero, sobre todo, ¡escuchaban radionovelas! Una vez su madre le dio una tunda... Faltaron al colegio para escuchar una radionovela en casa de la guapa, las tapaba la madre de ésta, pero algo falló porque las otras madres descubrieron el pastel.

Si el día pintaba bueno, cruzaban en barco al otro lado del río. Allí se tumbaban a tomar el sol y charlar sin relojes que marcasen el tiempo: los ojos mediocerrados, la piel y el cabello calentándose, los pies descalzos y las manos bien abiertas. Debió ser allí donde aprobaron con matrícula y honores el título de parlanchinas.

En Montoro sólo había un baile y quiso el destino que lo ubicasen justo frente a la casa de Chari. Para colmo, el portero y su padre eran íntimos. ¡Ay! olvidaba destacar el carácter estricto de su padre, cariñoso pero estricto ¡estricto! Tenía que darle toda la vuelta al pueblo para entrar por la otra puerta y bailar en las escaleras, de modo que su padre no la viese.

Lo de su padre es otro contar, no se sabe quién era más ojito derecho de quién: si el padre de la hija o la hija del padre. Cuando éste llegaba del trabajo, Chari siempre iba corriendo a recibirlo a la moto. ¿Qué le habría guardado del canastillo que su madre le cocinaba para el almuerzo? A lo mejor un pedazo de tortilla del día anterior, pero todo lo que viniese de su padre era para ella una bendición, su padre era un crack. Y claro, la madre siempre: “mira tú esta niña, tú te crees”, y el padre: “anda ya, mujer, tan mala no habrá sido”, para librarla de las riñas.

Con diferencia, la Feria era la fiesta que más le gustaba. Siempre estrenaba algo de ropa, ahora estrenas ropa todos los días pero antes eso era cosa rara, y los horarios parecían más flexibles en esa época del año. La Feria traía consigo aires de libertad. En la plaza de toros tenía lugar el espectáculo de la banderita. Las muchachas en el taller de bordado cosían por las mañanas una especie de banderines, les ponían una punta y una argolla. Las nenas a las que les gustaba un nene o tenían novio ponían su propio nombre en el banderín y lo adornaban con bordados y flores. Luego explicaban a los nenes “el mío es el amarillo o el que lleva esto o lo otro” porque después ellos, subidos a una bicicleta que llevaba un pincho, tenían que engancharlos mientras rodeaban el círculo de arena. La barca vikinga y la banderita, lo que más me agradaba de la Feria, aunque yo era más chica y no tenía edad para eso. A su hija Ana le dice medio en broma medio en serio: “cuando me muera coges mis cenizas, te subes a la noria y dices ¡ahí va mi madre!”.

Vivían del campo y el campo tampoco dejaba mucho. Su hermano y ella empezaron a trabajar muy chicos, los días pasaban trabajando, trabajando, trabajando, con la mentalidad del pueblo: trabajar mucho, disfrutar poco y ahorrar más, cosa que ahora no entra en sus esquemas: “ahora trabajo para vivir un poquito mejor, que a mucha gente se le olvida vivir”. Su vejez sabe que está en Montoro, tiene que ser allí, tarde o temprano volveré. Y cruzará de nuevo el río para tomar el sol y dejar que éste caliente su piel y sus cabellos, los ojos mediocerrados, las manos bien abiertas y los pies descalzos.

Pincha y escucha el estreno de Chari como peluquera: Peluquería en la residencia de ancianos

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