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Parada realidad

Alfonso Alba

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El bus entre la aldea y la ciudad va recogiendo almas. Conduce Manuel, bacalaero algo pasado de moda, peinado a la última, chaqueta de chándal adidas, bermudas vaqueras rotas y sobre los pedales unas zapatillas ùltimo modelo, con una suela que lo eleva 10 centímetros del suelo y hace imposible sentir el acelerador.

Lleva la ventanilla abierta. El fresco de la mañana y el olor a excremento de vaca lo despejan. Sintoniza una emisora imposible de dj esquizofrénico. Nadie presta atención a la música. Es demasiado temprano para hacerlo.

Amanece y Manuel se coloca las gafas de espejo, más vintage imposible. En la tercera parada no sube nadie. Dos señoras, una turista y una opositora esperan a que cierre la puerta y continúe la ruta. Suben un ama de casa con ordenador y tableta digital, una mujer y su carrito de la compra y de pronto un hombre, extraño entre tantas viajeras.

El bus es en realidad un microbus de 19 plazas y muchos kilómetros recorridos. Sólo tienen cinturón de seguridad los asientos situados a la derecha del conductor, como si sólo tuviera derecho a vivir un tercio de los viajeros.

Es el chófer sustituto y se nota. Se detiene en cada parada haya o no alguien esperando. Desconoce los precios del billete, que varían según la parada en la que se suba. Confía en los viajeros habituales y les coge el dinero que le den.

En la novena parada, mientras una mujer sube, otra aprovecha para vociferar su queja “tenemos frío aquí detrâs”. Ha usado el plural y no está claro por boca de quién habla. Nadie se ha quejado hasta ahora. Manuel tira del freno y cierra la ventana cenital sin pronunciar palabra. Cuando se ha girado ha enseñado el principio de su trasero, sospechosamente bronceado. La turista mira descarada e imagina la vida oculta de un conductor de autobús, al que en un momento ya ha colocado como bailarín en una discoteca de moda, quizás relaciones públicas. Tiene unos labios perfectamente perfilados que seguro hacen las delicias de las clientas. Imagina una doble vida: chófer hortera de día; interesante y crápula amante de noche. Decenas de mujeres esperando su sonrisa como quienes aguardan en la parada a que salve su alma.

Han llegado a la terminal. Las viajeras empiezan a bajar. La turista se recrea recogiendo sus maletas. No tiene prisa. Su imaginación ha ido demasiado lejos. Quiere quedarse a solas con èl, segura de que bajo esa capa macarra se esconde un misterioso ser, complicado y apasionante.

Entonces la ve. Es una mujer menuda. Ha recorrido la dársena empujando el carrito de un bebé que dormita ajeno a las últimas llamadas y al ir y venir de autobuses. No debe tener más de 20 años, aunque la amargura de su rostro dificulta adivinar su edad. Llega hasta la ventanilla que Manuel ha abierto. Sonríe y recoge el termo que la muchacha ofrece desde abajo.

- Desayuna. Anoche te esperé despierta. El niño no dejó de llorar. Estoy agotada ¿volverás hoy?

- No, hoy doblo jornada. Hay que aprovechar, la paga es doble.

La turista huye. La realidad no es una parada en la que interese detener su viaje.

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