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Carmen Prada: “La soledad está provocando que más personas desarrollen conductas suicidas”

Entrevista N&B a Carmen Prada, jefa de la Unidad de Gestión Clínica de Salud Mental del Hospital Reina Sofía

Alejandra Luque

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El Hospital Provincial de Córdoba tiene en sus alrededores un pequeño parque que es, para algunos pacientes, un verdadero remanso de paz. Por allí pasean a diario los pacientes ingresados en la Unidad de Gestión Clínica Salud mental; un respiro de aire para quienes la vida les ha llevado a ingresar porque su estado psíquico ha estado a punto de costarles su existencia. Como paraguas de todos ellos y gestionando esta unidad del Hospital Universitario Reina Sofía está Carmen Prada (Hinojosa del Duque, 1959), quien durante la siguiente entrevista ofrece una visión completa de una realidad real, valga la redundancia, que está azotando a Occidente: el suicidio. El aumento de casos a lo largo de las décadas llevó a la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP ) a promover que el 10 de septiembre, este sábado, fuera conmemorado como el Día Internacional para la Prevención del Suicidio. Avalado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), esta efeméride tiene el objetivo general de crear conciencia acerca de la prevención del suicidio en todo el mundo.

Y de ello trata esta entrevista. Prada insiste en la necesidad de hablar del suicidio en todas las esferas de la vida y de estar atento a todos los factores de riesgo que pueden llevar a una persona, en un momento dado, a acabar con su vida. De su paso por Montilla, donde estuvo ejerciendo durante casi dos décadas, rinden cuenta unos cuadros que marcan el camino hacia su despacho. Son unos pequeños tesoros que le acompañan allá donde van; son las obras que realizaron unos pacientes durante unos talleres de salud mental. Los más especiales, aún si cabe, los tiene dentro de su pequeño despacho, rodeados de manuales, papeles y entre viñetas de El Roto. De aquellos pacientes y de los que trata día a día saca una conclusión vital: la importancia de que el ser humano, la persona, se sienta querido y arropado para, así, desarrollar un aparato psíquico fuerte que no le lleve nunca a pensar que no vale la pena vivir.

PREGUNTA (P). Hay una parte del periodismo que considera que informar de suicidios tiene un efecto llamada. Sin embargo, la OMS asegura que los medios de comunicación pueden ayudar a reducirlos ¿Qué hay de cierto todo en esto?

RESPUESTA (R). Creo que informar de una forma clara, precisa y con unos contenidos correctos, clarifica, y las cosas que clarifican, sean de la índole que sean, nunca son malas. A los medios de comunicación les corresponde esa parte de educación de la población. Lo que no es conveniente es que se dé una información sensacionalista en la que se acaben difundiendo modos de conductas disfuncionales porque eso acaba siendo un entramado que repercute en el conocimiento y en una forma de afrontar la vida. Lo mal comunicado es incorrecto y tiene riesgo. Lo bien comunicado, además de dar una perspectiva de situación de posibilidad de ayuda, es beneficioso. Tener las cosas ocultas hace que estén llenas de muchos fantasmas y eso no es bueno. Transmitir imágenes falsas, tampoco.

Hay cierto estigma a la hora de decir que un familiar se ha suicidado

P. ¿Una persona que se quiere suicidar tiende a hablarlo?

R. Hay veces que sí y otras veces, no. Los deseos de muerte, cuando están en el pensamiento y en la emoción de una persona, no siempre tienen la misma manera de expresarse. Hay veces en las que, en el estilo de la persona está el retraimiento o la inhibición; una situación en la que la comunicación está más bloqueada y, entonces, no tiene por qué expresarlo. Hay otras veces en las que sí, se hace una manera más o menos directa una expresión de deseos de muerte, de pensamientos suicidas. Expresarlo o no varía en función de las características de la persona, de la situación en la que se está desarrollando ese pensamiento y del contexto con el que se relaciona. Y es que también hay una situación clave para la comunicación humana: hay contextos y personas con los que se da la facilidad de la comunicación y otros con los que no. A veces, la comunicación de unos aspectos de la vida es más fluida y, sin embargo, la explicitación de las emociones puede estar muy bloqueada. En general, la expresión de las emociones no es algo que esté favorecido en nuestra sociedad y la facilidad de comunicar situaciones adversas, menos todavía. Contar cosas geniales no resulta difícil; hablar de emociones, sí, y mucho más cuando son desfavorables o conflictivas.

P. ¿Cómo suelen gestionar las familias este hecho cuando llegan al hospital?

R. Cuando la familia escucha o sabe que su familiar no se encuentra bien, suele tener una posición de alarma y preocupación frente a algo desconocido. Como en el resto de los componentes humanos, según sea la relación en esa familia, esta tendrá una escucha de comunicación y empatía mayor o menor. Puede hacer una valoración proporcionada, sobrevalorada o banalizar determinadas expresiones del paciente. El conjunto familiar es el vínculo emocional más importante y más significativo.

P. Y, ¿qué buscan los pacientes que llegan a esta unidad?

R. La llegada de los pacientes a los servicios sanitarios tiene niveles de petición de ayuda muy diferentes. Para todo, tenemos el primer nivel, que es la Atención Primaria. Muchas veces llega ahí el propio paciente o los allegados. Cuando lo hace el paciente, pide ayuda y, a su vez, su caso se canaliza a servicios especializados. Hay otras veces en las que la expresión de esos pensamientos suicidas llega a los servicios de Urgencias, que puede ser de Atención Primaria o la puerta de Urgencias del hospital. Ahí, el paciente llega igual, pidiendo ayuda, o lo hacen sus allegados. En otras ocasiones, el caso nos llega a Urgencias porque ha habido una conducta concreta de acción contra sí mismo, bien sea una acción medicamentosa o lesión como cortes, ahorcamiento o precipitaciones. La situación autolítica tiene diferentes maneras de expresarse: desde una ideas de expresión de muerte como “yo si me muriese….” o “me voy a tirar o voy a guardar pastillas” hasta situaciones concretas, unas veces con planificación y otras, con inmediatez.

Sufrir cuando te están pasando cosas es normal; otra cuestión es cómo lo gestionas

P. ¿Cuáles son los suicidios más repetidos: los impulsivos o los premeditados?

R. La impulsividad suele acompañar al momento concreto de la acción. En patologías mentales graves, como son los trastornos afectivos graves como la bipolaridad, conllevan un riesgo alto de ideación o de planificación suicida. Luego, hay otras situaciones que corresponden más a crisis agudas en las que el suicidio se produce por inmediatez. Un aspecto muy fundamental es que, incluso sufriendo una enfermedad mental diagnosticada e identificada, la situación de la concurrencia del consumo de tóxicos es un factor muy grave y muy precipitante de la actuación concreta. Los tóxicos, ya sea alcohol, cocaína o cannaboides, inciden mucho sobre la capacidad de control de impulsos y sobre la inmediatez en la acción. En situaciones que la persona puede tener más o menos controladas o con menor disposición a la actuación, cuando se añaden tóxicos, se produce la explosión de la conducta, como la precipitación, el ahorcamiento o los accidentes de tráfico.

P. A nivel global, ¿el riesgo de reincidencia es alto?              

R. Sí. Las conductas autolesivas repetitivas, sobre todo cuando ha habido una situación en la que se entremezclan deseo, idea, gestos suicidas, se produce esa reincidencia. La repetición de ingesta de medicamentos  se da con bastante frecuencia. Hay momentos críticos en la vida de una persona en los que se repite la intoxicación medicamentosa. Las conductas de una persona identifican el riesgo de la repetición y hay que tenerlo en cuenta a la hora de valorarlo. Hay que ver cuál es su situación básica de esa persona, los contextos históricos y biográficos que tiene –como los antecedentes familiares- o sus propios contextos, es decir, si en otras ocasiones ha intentado suicidarse, y factores precipitantes, como situaciones de crisis emocional, económica o laboral. En definitiva, situaciones que pueden generar una implosión de vivencias desfavorables porque, concadenados todos esos factores, puede llevar a una persona al suicidio.

P. Hablaba de antecedentes familiares: ¿Las tendencias autolesivas se heredan?

R. La genética en los problemas psiquiátricos está muy cuestionada y muy debatida. No hay un determinante como tal que certifique que un gen interviene en el desarrollo de las conductas suicidas. Es cierto que el bagaje genético de una persona lleva a ciertas particularidades pero, en las enfermedades psíquicas, es más la construcción del aparato psíquico de una persona. Es algo que se va construyendo en la interacción afectiva-relacional de la persona, desde que nace, con todos sus contextos familiar y social. Esto va haciendo que construyamos nuestra estructura psíquica con la que, progresivamente, nos vamos enfrentando a los avatares de la vida. En esa interacción surgen las situaciones de crisis cuando la vulnerabilidad entra en conflicto con la realidad. Cómo se gestiona esto último conlleva a una digestión adecuada de las situaciones conflictivas o bien a un análisis disfuncional. En cómo se expresa también va a variar. Frente a un mismo estresor vemos que una persona lo sufre, otra desarrolla síntomas leves, otra, muy graves; y en otras personas hay, desde muy pronto, un desarrollo de una sintomatología grave psiquiátrica que va condicionando una situación de, todavía, más dificultad de adaptación. Siempre se dice que la enfermedad mental es multifactorial y los aspectos relacionales y afectivos son los que realmente forman parte del entramado y riesgos. En cómo funciona esa gestión de emociones y conflictos es donde reside una situación patológica o no. No es patológico estar triste, pero sí la manera de gestionar determinadas situaciones que generan a la persona una tristeza que no es ajustada a la realidad. La enfermedad psíquica no es tener determinados sentimientos o vivir determinadas situaciones, sino el cómo funciona el aparato psíquico de la persona ante ello.

La sociedad no favorece la expresión de las emociones

P. ¿El ocultamiento que hoy se produce en la sociedad a la hora de hablar del suicido es el causante de que a los propios familiares de un paciente les cueste identificar señales de riesgo?

R. Sí, porque una tendencia humana es la negación ante situaciones muy graves y no es infrecuente que no se produzca. A veces se está en esa situación de infravaloración y de no darse cuenta porque no se identifican muy bien esos riesgos. La explicitación del deseo de morir no siempre se da. Hay que dejar clara una cosa: hay situaciones sociales muy precarias; personas que no tienen una familia estructurada; familias muy complicadas en las que varios miembros son complejos y tienen muchas dificultades. El entorno no siempre es cuidador o está alerta a cada uno de sus miembros y qué le está sucediendo. Por desgracia, hay situaciones de una precariedad muy grande de recursos relacionales y humanos. La vivencia de soledad real o sentida a raíz de determinadas dificultades va siendo cada vez más fuerte y se está convirtiendo en un factor de riesgo muy importante en los sentimientos de desapego de la vida y en los deseos de muerte, en el desarrollo de conductas suicidas.

P. ¿Hay cada vez más pacientes que se han sentido solos y han decidido suicidarse?

R. La soledad en este mundo va siendo muy grande para todos porque desarrollamos vidas en las que hay mucha acción y menos espacios y componentes para la red de los entramados afectivos, que consiste en es una comunicación de intercambio de sentimientos. Por las circunstancias históricas y sociales que viven las sociedades, sobre todo las occidentales, hay muchos contactos pero poco contenido afectivo en esos contactos. Es una dinámica socio-cultural en la que estamos instalados y es un factor de riesgo. A esto se ha llegado por una dinámica de mayor confort para el ser humano. Tenemos más espacios así, pero eso ha ido construyendo un camino que ha dejado un precio y un menoscabo de otras cosas. Una de las acciones que están menoscabadas es la interacción de comunicación afectiva entre los seres humanos, es una realidad.

Los conflictos familiares son factores de riesgo para que un niño o un adolescente se autolesione

P. ¿En qué punto quedan entonces las redes sociales y la adolescencia?

R. La adolescencia se ha ido instalando en las redes sociales. Cuando yo era pequeña no había teléfono en todas las casas y había televisión con carta de ajustes. ¿Qué hemos ido teniendo? Un logro técnico que ha aportado calidad y confort en un montón de cosas, pero nos ha puesto en otro contexto de relación. Los jóvenes hacen una comunicación muy numerosa, cuantitativamente, porque están todo día con los dispositivos, pero con menos ligazones porque la interacción del ser humano y el contacto físico se ha reducido. Evidentemente, las redes sociales son elementos con mucho poder para transmitir material, que no información, y no siempre es sano ni protector. Los jóvenes son muy proclives a usarlas porque han nacido con ellas, pero les lleva a tener una cantidad de material que no es saludable. Las redes sociales son buenas, pero pone a los jóvenes frente a situaciones de potencial riesgo. También hay que destacar que un estudio que han hecho unos compañeros ha señalado que las redes sociales también se usan para pedir ayuda. O sea, es un instrumento de comunicación fuerte. Están, no van a volver atrás, pero hay que identificar qué factores de riesgo tienen y cuáles son protectores y cuáles, no. En la etapa de la adolescencia, la escucha de voces externa es muy fuerte por el propio desarrollo del ser humano.

P. ¿Se están produciendo entonces mayores conductas suicidas en los adolescentes?

R. Lo que estamos viendo en las sociedades occidentales, en España, en Andalucía y en Córdoba es que hay un incremento muy importante de conductas autolesivas en los adolescentes que no llegan a ser premeditadas para conseguir el objetivo de muerte. Algunas consisten en dañarse o hacerse cortes como una manera de descargar rabia o sentimientos, como una conducta de expresión. Tomar pastillas en adolescentes con mayor edad está siendo muy frecuente también. En esta etapa, hay que recordar, el concepto de muerte aún no está muy instaurado porque el desarrollo evolutivo no está consolidado. Además, en los adolescentes, la apreciación del riesgo tampoco está asentada. Un adolescente, de forma natural, tiene menos concepción del riesgo de una determinada situación. Eso significa que factores en los que en otro momento no se vislumbraban porque ni se conocían como posibles, ahora, suceden. Es como cuando, en según qué etapas de la adolescencia, se utilizan unos tacos más grandes u otros. Estas conductas hacen ver que hay algún malestar y que algo no va bien. La manera en cómo se expresa ese malestar está teniendo ahora una mayor concurrencia porque, lo que comentaba antes, se transmiten erróneamente modelos disfuncionales exitosos. El otro día leí un artículo de un hombre que era como una especie de publicidad de sí mismo donde decía que había tenido tres intentos de suicidios, todo ello acompañado de una foto en la que salía guapísimo.

Si nos referimos al acoso en colegios o centros, no es infrecuente que, en los entornos sociales se den situaciones adversas. Ante una vivencia de menoscabo o de atosigamiento en una época en la que el componente de reconocimiento social, de acogimiento, de pertenecer a un grupo social y ser sentido es tan importante, supone un factor de riesgo muy alto vivir esa experiencia en aislamiento, sin protección y con desesperanza. Hablaba antes de la soledad, pero la desesperanza es otro de los factores gravísimos y condicionantes de conductas suicidas. En un adolescente, todo también es de una cierta inmediatez y las cosas son más absolutas. La adolescencia es una etapa de extremos. Ante una situación adversa y no protegida y con la poca apreciación de riesgo, todo contribuye a que se produzca algo. Otra cuestión a tener en cuenta es que los niños y los adolescentes expresan también situaciones que son de tensión emocional del grupo familiar; situaciones críticas que no son protectoras para ellos. Su expresión de malestar se hace en todas las líneas posibles o más accesibles. Los conflictos y las dificultades familiares son factores de riesgo y el niño es vulnerable ante un adulto más consolidado. Entonces, si los referentes del niño o adolescentes, aunque haya problemas, no son protectores y de autoridad en el buen sentido de la palabra, puede haber más riesgo para estas conductas.

No está determinado que la genética intervenga en el desarrollo de conductas suicidas

P. ¿La pandemia ha incrementado estas conductas lesivas en los adolescentes?

R. Veníamos viendo ya desde hacía unos años que se estaba dando. Veíamos que las cifras estaban aumentando. La pandemia ha hecho que se produzca una mayor expresión. Para los adolescentes, un elemento básico de su desarrollo es la interacción social y ha habido una situación en la que se les ha privado. Esto ha hecho que estén más en contacto con las redes sociales y con esa invasión de material de la que hablaba antes. No puedo utilizar la palabra información porque no lo es.

P. Los últimos datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE) señala que en 2020, la principal causa de muerte violenta en Córdoba fue el suicidio, con 84 casos. ¿Es un dato alto?

R. Sí, porque en otra época, el post 2012 que fue muy crítica, en 2013, hubo 84 suicidios en Córdoba; en 2014, 81; después entramos en una ligera bajada con 73, 68 y 73, 58, y 69 en 2019. Aunque el INE todavía no tiene los datos de 2021, sí los tiene el Instituto de Medicina Legal de Córdoba y señala que el pasado año hubo 84. Hay picos y bajadas pero los suicidios van en aumento a nivel mundial y en las sociedades más desarrolladas. Luego, también están las fluctuaciones locales en las que hay más componentes multifactoriales que agravan la vulnerabilidad y los conflictos son más graves, produciéndose más predisponentes al suicidio y más precipitantes. Hay componentes sobre los que tenemos menos accesibilidad o acción y hay otros sobre los que podemos actuar por la identificación de las situaciones o la predisposición al suicidio, como puede ser la forma de estar de los niños en el colegio; situaciones gravísimas económicas o de estructura social. Cuando ha llegado el covid había que ir a la insuficiencia respiratoria, a la UCI y a lo que había para tratar al paciente cuando ya tenía la enfermedad, pero, desde el principio, se querían encontrar los factores que la provocan porque si no los eliminamos… La identificación de los factores de riesgo que crean situación de vulnerabilidad emocional y de salud psíquica se tiene que trabajar.

P. ¿Cuál fue en 2020 la tasa de suicidio en menores y adolescentes?

R. La tasa de 2020 señala que los hombres se suicidan más que las mujeres pero los intentos de autolisis son mayores en las mujeres y van en aumento. Me refiero a intoxicaciones de medicamentos, por ejemplo. La tendencia va cambiando pero el suicidio consumado va siendo la forma de expresión de hombres y mujeres. Con respecto a los suicidios de niños y adolescentes, en 2019 no hubo ninguno de menores de 15 años. Sin embargo, de 15 años a 29, una etapa muy crítica, hubo 46. Hay que tener en cuenta que en Andalucía, en ese año, hubo 640 suicidios.

P. Un número muy alto.

R. Sí. Esta primera juventud, en los hombres, el suicidio es la primera causa de muerte. En mujeres está después de las muertes por tumores. Es una etapa en la que la muerte por otras causas es muy infrecuente, salvo por situaciones externas. Hay que contextualizarlo todo porque en esa etapa de la vida, el riesgo de muerte no es muy alto. En 2020 hay identificadas en Andalucía dos muertes por suicidio en menores de 15 años y 67 en el colectivo de 15 a 29 años. Las conductas autolesivas en menores de 15 años han aumentado mucho. Luego, la tasa de suicidios aumenta en la edad de la ancianidad. Son dos etapas críticas. Las últimas aproximaciones que hizo la OMS antes de la pandemia es que para el año 2020 se esperaba que en el mundo hubiera un millón de suicidios. Probablemente se haya sobrepasado esa cifra.

El entorno familiar no siempre es cuidador

P. ¿El hospital cuenta con un censo de pacientes identificados con riesgo autolítico?

R. Sí. Siempre se ha tenido una especial precaución ante todas las situaciones autolíticas o de riesgo. Antes de la pandemia empezamos a sistematizar los casos que llegan a Urgencias ya que son contabilizables, registrables día a día e identificables. Hacemos el siguiente mecanismo: realizamos un registro diario o de fin de semana en los casos que llegan a Urgencias yen los que interviene Psiquiatría si se trata de una conducta autolesiva. En dicho registro se anotan los casos y, su gravedad, por escala, al igual la identificación del equipo comunitario. Tenemos dos en Córdoba, uno en Montilla, otro en Palma del Río y otro en Montoro. A cada una de ellas se les manda, al día siguiente, la identificación de esos casos, la indicación que se les ha dado –la mayoría de las veces, orientación de tratamiento y de asistencia- para que el equipo tenga en cuenta la asistencia a consulta, de si va o no, y hacer un seguimiento. En los casos más graves en los que se hace un ingreso hospitalario por la imposibilidad de realizar al paciente un seguimiento, se hace lo mismo. Cuando se les va a dar el alta, se hace una coordinación con el equipo de referencia, una cita muy próxima y un seguimiento. A su vez, tenemos el grupo de trabajo que coordina todas las unidades que diseña nuevas estrategias de intervención. Estamos trabajando mucho para la identificación y prevención de casos. Estamos procurando que se consolide con ampliación de prestaciones y de sistematización.

P. ¿Cómo se gestionan los ingresos involuntarios?

R. El ingreso voluntario o involuntario, en Psiquiatría, a veces da lugar a equivocaciones. Son términos que identifican la capacidad mental –cognitiva y psíquica- para poder emitir una aceptación de tratamiento hospitalario. En el ingreso voluntario, la persona tiene capacidad y competencia mental para identificar que tiene una enfermedad mental y que necesita tratamiento hospitalario en la Unidad de Hospitalización. El involuntario hace referencia a los casos en los que la persona, a juicio del psiquiatra, no tiene competencia mental en ese momento para poder decidir, con conocimiento, sobre el tratamiento de hospitalización que le indican como imprescindible o necesario. El ingreso involuntario tiene un régimen legal diferente porque no se puede hacer por representación. El involuntario lo decide el psiquiatra y de inmediato lo comunica al juez porque es una privación de libertad y una “imposición de tratamiento” que la persona no entiende necesario. Puede quererlo o no, pero no tiene capacidad mental para aceptarlo. Esto tiene una supervisión judicial con todas las garantías. Con las situaciones suicidas puede pasar que la persona, cognitivamente está conservada, tiene memoria e inteligencia, pero su situación de tensión emocional o la ideación de muerte es muy grave y se considera, por tanto, que la persona está en riesgo y se hace el ingreso involuntario. No es solo que una persona tenga conductas suicidas, sino cómo se sigue planteando hacerlo.

P. El tratamiento hospitalario se complica aún más con pacientes cuyo ingreso fue involuntario.

R. Es difícil, sí, porque la gestión de los pensamientos que hace esa persona es lo que está alterada. Es tratar a un paciente que no lo desea pero que es imprescindible para su vida. Y se le dan todas las aclaraciones. Es cierto que, en muchas veces, conforme el paciente va mejorando, lo va bien poco a poco. Lo que en un  momento dado no es posible, como hacer una gestión adecuada del pensamiento, conforme la crisis mejora, a la persona le llega una información que, aunque no lo comparta del todo, lo puede encuadrar como una intervención sanitaria necesaria para su salud.

P. ¿Tiene en su memoria casos que le hayan llegado profundamente?

R. Muchos. Las personas no somos ordenadores. Es imposible desconectar. Cuando te implicas en la actividad sanitaria, es muy complicado desconectar. La sanidad es una relación persona a persona pero en Salud Mental, el objeto de esa relación son los pensamientos y las emocionales; es una interacción aún más directa. Eso es un atrape interno muy fuerte y hay que usarlo como elemento que te ayuda a empatizar con la otra persona para la armonización y no para la distensión. Irte a tu casa con la preocupación de que no va, no mejora… Muchísimas veces a nivel hospitalario y, en el trabajo, a nivel de equipo. Hasta hace diez u 11 años estuve trabajo en Comunitaria: primero en Cabra, luego en Montilla y en la Salud mental Comunitaria, el primer nivel de asistencia especializada es muy diverso y alto. Tanto a nivel estructural, de servicio, como a nivel humano vas desarrollando estrategias que te dan la mayor seguridad para conseguir también la mayor tranquilidad.

Las redes sociales tienen mucho poder para transmitir material que no siempre es sano ni protector

P. ¿Le faltan recursos a la Salud Mental?

R. Existe una situación importante de falta de recursos y de recursos de soportes sociales que complementen a lo sanitario para poder favorecer una infraestructura protectora y cuidadora de las personas necesitadas. En Salud Mental hay enfermedades en las que la situación exitosa no es posible y tienes que decir: “Pues, hasta aquí hemos llegado”. Esto no solo existe en la insuficiencia cardíaca, en lo hepático, en lo oncológico… La relación de lo sanitario con la salud consiste en aportar el máximo. La enfermedad existe y hay que evitar el menor sufrimiento posible, pero hay que tener los pies en el suelo. Es un bagaje que uno va tragando. Unas veces digiriendo con mayor dolor y otras, con menor. Un hecho muy importante es que, como sanitaria, tengas capacidad de armonía, aunque luego lo apliques a tu vida es otra cosa. Salud mental no es ser feliz o no serlo. Cuando tienes salud es más fácil que puedas ser feliz, pero no tiene que ver la salud únicamente con ser feliz. Que tengas sentimientos dolorosos no quiere decir que estés enfermo psíquicamente. Una cosa es aspirar como seres humanos a tener la mayor confortabilidad en la vida. Es algo loable, pero no se puede equiparar eso con salud psíquica porque, si no, llegamos a una situación de expectativas de solución en lo terapéutico y no solucionamos el problema. Tener frío cuando hace 0 grados no es estar malo. Sufrir cuando te están pasando cosas es normal; otra cuestión es cómo gestionas esa situación. Con hechos adversos es más fácil que enfermes.

P. ¿Qué le han enseñado estos pacientes a lo largo de su trayectoria en Salud Mental?

R. Como persona, tratar con ellos es enriquecimiento puro. Me enseñan la fragilidad del ser humano y la necesidad imperiosa de que participamos de un entramado en el que la interacción afectiva y el alimento afectivo, en todas las etapas de la vida, son fundamentales para consolidar a la persona. Lo mismo que tenemos muy claro que la falta de nutrientes en la infancia y en la adolescencia crea problemas óseos, en el ser humano, la desnutrición afectiva y situaciones de desarraigo o maltrato hacen que haya una “malnutrición” psíquica que condiciona tu vida. También es cierto que la vida no nos trae a todos lo mismo. Hay algunas vidas que son un machaque continuo.

Los hombres se suicidan más que las mujeres

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