Azaústre: “No me gustan los escritores llorones”
Llega ligeramente tarde. Normal. Cosas de la promoción y de una agenda apretada. Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) vive un nuevo arreón de promociones. Toca presentar Vida y leyenda del jinete eléctrico (Visor, 2014, Premio Gil de Biedma de Poesía) y el trajín le lleva a Córdoba, ocasión que aprovecha CORDÓPOLIS para sentarse una hora con él.
Saluda con un fuerte apretón de manos al reportero, al tiempo que no puede evitar sonreír a otra persona que se cruza a su lado y que le palmea la espalda. “Muy buenas, Joaquín, ¿cómo estamos?”. Muchos conocen a Azaústre en el bar donde hemos quedado para la entrevista, el Gaudí, donde casi han visto crecer a este poeta y escritor desde que venía acompañado de su padre.
La conversación con Azaústre versará sobre su último libro, su literatura, eternos debates bizantinos sobre la belleza del arte y el compromiso social, el cine de Robert Redford (que aparece en la portada de su libro, junto a Paul Newman) y Cosmopoética. Pero comenzamos por lo más importante de todo: los bares.
PREGUNTA. ¿Por qué nos has citado aquí?
RESPUESTA. Es un sitio que me gusta porque puedo venir a cualquier hora del día a tomarme una cerveza y a comer algo. Cuando era pequeño me gustaba por unas razones y ahora me gusta por otras. Es un sitio distinto aquí en Córdoba, tiene estilo, tiene su eco modernista y su barra es magnífica. También me gusta porque es un sitio donde puedes encontrarte a gente de muy variado pelaje. No me gustan los sitios predeterminados -a veces me gustan porque no te llevas sorpresas- pero me gustan más los lugares donde puedo encontrarme con gente más diversa.
P. ¿Este sitio lo tienes relacionado con la escritura o la lectura?
R. Yo aquí he venido mucho siempre y me he sentido a gusto. No sé... En el Gaudí me siento cómodo. De todas formas, me gustan los bares en general. Son espacios de convivencia en el que a veces suceden cosas. Durante muchos años pensé que las cosas solamente sucedían de noche, pero me he dado cuenta de que no; de que suceden a cualquier hora del día, lo que pasa es que quizás tienes que estar un poco más pendiente.
P. Eso o que nos hacemos mayores...
R. Sí y quizás más observadores. Lo que pasa es que en la noche hay unos códigos que son más fácilmente detestables, mientras que en el día no. En el día está todo muy mezclado. Mi último libro no es un libro nocturno, es más bien un libro diurno basado en la contemplación de lo que ocurre y que busca darle una respiración poética a la realidad. En la noche, los códigos -aunque a veces sean confusos- en general están más claros. En el día no. Pero ocurren más cosas que en la noche porque el contexto es más complejo y también más enriquecedor. Y sí, nos hacemos mayores. Y eso está bien. Y también lo está aprender a detectar cosas nuevas para ver los claroscuros allá donde se encuentren.
Durante muchos años pensé que las cosas solamente sucedían de noche
P. Vida y leyenda del jinete eléctrico lo has escrito en todo tipo de lugares, también los bares. No son lugares ajenos para ti para escribir, entonces.
R. Para la poesía no me son ajenos, pero no puedo escribir novela en un bar. Yo no me veo escribiendo un poema en la intimidad de mi casa, quizás porque la poesía para mí tiene un punto de ahondamiento en la ya de por sí solitaria escritura. Pero cuando escribo novela, al mismo tiempo que me siento más acompañado, necesito más tranquilidad. Además necesito una mesa de trabajo porque allí echo muchas horas. Y eso en un bar sería insoportable. Hemingway escribió Fiesta en el bar Closerie des Lilas, en París, pero tampoco creo que estuviera allí 12 horas diarias. La novela tiene una cuestión que es puro desgaste físico y que me obliga a estar un poco más cómodo. Casi me pongo en chándal para escribir, aunque eso no sea muy literario. Pero con la poesía no me ocurre; su tiempo de escritura es más breve; puedes estar dos horas en un bar tomándote una cerveza y escribiendo un poema. Y como además en la poesía tengo mayor sensación de soledad, me ayuda más escribirla en lugares públicos porque estoy al mismo tiempo solo y acompañado.
P. Últimamente llevas un ritmo de publicaciones bastante alto, casi un libro por año.
R. Un poco por debajo pero sí que he publicado bastante. Aunque con la suerte de que he publicado lo que he querido publicar. No he vivido esa angustia de los cajones llenos de libros pendientes de editar. De todas formas, los últimos libros míos han sido de una escritura muy necesaria para mí.
P. ¿Por qué?
R. Porque tenían que salir de alguna forma. En mí hubo un cambio cuando publiqué Las Ollerías [Editorial Visor, 2011, Premio Loewe de Poesía].
P. Hablamos de hace casi lustro.
R. Pasamos por fases. En ese libro cerré un ciclo y empecé otro. Por un lado, acabó esa etapa de búsqueda de la identidad personal en ese álbum familiar que supone para mía Las Ollerías pero al mismo tiempo abrí otro ciclo de una cierta veracidad en lo que escribo. Y comenzaba una época en la que parte de mi personalidad como escritor, como reflexiones existenciales por ejemplo, que antes estaban distribuidas entre mis columnas periodísticas diarias, se fue impregnando en mi literatura una vez que las columnas pasaron a ser semanales. Y tanto Vida y leyenda del jinete..., como Los nadadores [Anagrama, 2012], son para mí libros que han sido imposibles no escribirlos. Vida y leyenda del jinete eléctrico lo llevo pensando desde hace años.
La novela tiene una cuestión que es puro desgaste físico y que me obliga a estar un poco más cómodo. Casi me pongo en chándal para escribir, aunque eso no sea muy literario
P. Años de combate, además, porque así has definido su escritura. Pero pienso que escribir siempre es una lucha contra uno mismo, contra el lenguaje, contra los lectores, incluso. En tu último libro, ¿cuál de estas luchas es la que te ha sido más difícil de librar?
R. (Silencio) Saber dónde cargar la intensidad lírica y dónde aligerarla. Ir sopesando los equilibrios y los desequilibrios que hay en el libro con respecto a su intensidad de fogonazo lírico. Hay momentos que son más irracionales y momentos que son una selección de imágenes que yo sé adónde llevan o adónde quiero llevar al a lector, aunque no se vea expresamente. Y hay otros pasajes en el poema que son de una dicción y un discurso mucho más directo. Como esa donde se dice: “Qué nos hizo pensar qué nos hizo creer que la hacienda era vuestra que era vuestro el jornal que el regadío era vuestro”. Ahí todo está claro y se entiende rápidamente pero hay otras zonas del poema en que no. E ir modulando, digamos, las distintas tonalidades del libro era muy importante porque no quería que el peso estuviese solo en uno de los dos extremos. Mi otra lucha, por último, era por saber cuándo acabar.
No he vivido esa angustia de los cajones llenos de libros pendientes de editar
P. ¿Y cómo se mantiene el ritmo en un poema largo? Ya no solo entre la intensidad lírica, el hermetismo y la claridad, sino el propio ritmo musical que tiene cualquier texto.
R. Yo he repetido ritos. He escrito siempre a una hora determinada del día, siempre por la tarde y siempre después de nadar. La natación sigue teniendo para mí algo de misterioso: de pronto me zambullo y suceden cosas, te vienen fogonazos. Y he procurado estar siempre muy abierto a todo lo que sucedía a mi alrededor: a una conversación que escuchaba por ahí; a las noticias del día; a mi propia temperatura emocional de ese momento... son ritos que he mantenido. Y lo que sí he notado mucho es que esta escritura mantiene cierto pulso de combate. Hay un verso en el primer fragmento que lo ejemplifica. Dice así: “Soy la respiración soy el nervio y el golpe”. Es casi una definición vital que marca todo el tono del libro. “Soy la respiración soy el nervio soy el golpe”. Primero soy la respiración, estoy aquí, he de respirar para escribir. Pero soy también el nervio que me hace reaccionar. Por eso soy el golpe.
P. Yo también lo veo como un poema expirado, al no tener puntos ni comas parece un torrente, una larga confesión expirada.
R. Sí, puede ser. Expirar es un poco hundirse.
P. Y hundirse es un poco desaparecer. En Los Nadadores la gente desaparecía. En las zonas más oscuras de Vida y leyenda del jinete eléctrico ¿también hay desapariciones?
R. He pensado durante mucho tiempo que la gente estaba desapareciendo. O que, directamente, estaba desaparecida. Era inconcebible, con todo lo que estaba ocurriendo con la crisis y la depresión económica y social, que no hubiese un movimiento ciudadano más potente. Y cuando estaba metido de lleno en la escritura de la primera fase de Los nadadores fue cuando estalló todo el 15M. Afortunadamente, comprobé que la gente no estaba desaparecida. Y cuando digo la gente subrayo que digo la palabra gente; lo que antes se llamaba el pueblo, una palabra que al parecer está descatalogada y que creo que tenemos que recuperar. Me alegré de esa coincidencia y de que la gente apareciera y tomara la calle de alguna manara, aunque fuese intermitentemente.
"Soy la respiración soy el nervio y el golpe". Es casi una definición vital que marca todo el tono del libro
Ahora creo que la gente ya no está tan desaparecida y que tiene capacidad para hacer cosas. Y estoy bastante en contra de ese discurso que trata de quitarle valor o vigencia a los movimientos ciudadanos con la excusa de que no forman partidos políticos. Los partidos son únicamente un instrumento de convivencia que pueden llegar a ser absolutamente prescindibles, si es que no lo son ya. Es como el que tiene un andador para poderse desplazar y un día descubre que sabe andar solo o que le viene mejor otro tipo de apoyo. Tratar de deslegitimar un movimiento ciudadano, una pura expresión libérrima de gente, con la excusa de que no es un partido no lo entiendo. ¿Por qué? Es la ciudadanía la que da legitimidad a un partido, no al revés. No olvidemos nunca esto. La gente parece que está ahora un poco más calmada pero me gusta ver que todavía somos capaces de movilizarnos.
P. Sí, pero has señalado que percibes cierta actitud acomodaticia en la sociedad y tú mismo dices que, en parte, formas parte de esa corriente un poco pequeñoburguesa, usando un término clásico...
R. La crisis que vivimos por un lado está sacando lo mejor de nosotros y no está haciendo ser más generosos, solidarios y preocuparnos más de los que le sucede al otro. Pero no podemos olvidar que antes mucha gente estaba también centrada en su presunta opulencia y no miraba lo que estaba pasando fuera. Gente que, ahora, está tan preocupada de su propia supervivencia que tampoco ve lo que está pasando justo al lado. Creo que el miedo nos vuelve más egoístas. En nuestro sector de la cultura, el arte y la prensa, he visto actitudes absolutamente loables y humanamente edificantes, pero también ejemplos puramente mezquinos. Y eso lo produce el miedo, el miedo te hace más débil y peor persona.
Los partidos son únicamente un instrumento de convivencia que pueden llegar a ser absolutamente prescindibles, si es que no lo son ya
Yo creo que hay un verdadero interés en que seamos ciudadanos asustados. Seguramente desde el poder político pero sin lugar a dudas desde el poder económico. Un ciudadano asustado es un ciudadano sumiso que no hace preguntas; una persona que está tan preocupada de lograr sacar la cabeza, aunque solo sea un palmo, del charco que no va a liderar ninguna revolución. Tenemos que ser osados y gallardos para sobreponernos a ese miedo; pensar que podríamos estar mucho peor; que no estamos tan mal pues hay mucha gente que está infinitamente peor que nosotros; gente en la que nadie piensa y que muere ahogada en un océano de arena como el desierto del Sahara; gente como nosotros con brazos, cabeza, piernas, unos padres que les engendraron y que a su vez han engendrados hijos. Y es gente que muere mientras nosotros estamos en una especie de lamento plañidero colectivo, mirándonos a nosotros mismos cuando resulta que seguimos formando parte de una zona privilegiada del primer mundo.
P. ¿La literatura es pues tu activismo social?
R. No lo creo, decir eso sería querer ponerme a mí mismo en una línea de combate que... No, creo que sea activismo social, la verdad. Pero sí es cierto que ahora, por las circunstancias, mi escritura se ha ido impregnado de un lado más comprometido. Después de escribir Las Ollerías me di cuenta de que algo había cambiado aunque con Vida y leyenda del jinete eléctrico no tenía ningún planteamiento previo en ese sentido. No fue hasta que presenté el libro en Madrid, en la librería Méndez, cuando un periodista de solo 19 años que se llama Enrique García derivó en una entrevista el discurso del libro por el lado del compromiso. Yo ya sabía que en el libro estaban los desahucios y la calle -“sacaremos el sofá y la madera a la calle”- pero este chico, de una manera muy brillante, me lo hizo ver nítidamente en la entrevista que me hizo. Y de alguna forma, ha sido la sucesión posterior de críticas y entrevistas, las que han puesto en valor esa característica social del libro.
P. Pero también te has tenido que enfrentar con ese discurso previo que defendías de “el arte por el arte”.
R. Y que lo sigo manteniendo y lo sigo defendiendo, aunque ahora lo defiendo más como lector o espectador que como creador y autor. Ahora me interesa el conflicto cívico que vivimos. Un conflicto que tiene dos extremos, uno netamente social de crisis colectiva como sujetos de derecho y otro extremo que es puramente existencial pues nos crea una zozobra, una tensión con nosotros mismos, con nuestra presunta sociedad del bienestar y con nuestra presunta tranquilidad. Y he de reconocer que, aunque como lector sigo consumiendo un poco todo, me gustan los textos que, desde distintos ángulos, ya sea con una poesía del lenguaje tan elaborada y sólida como Entreguerras, [Seix Barral, 2012] de Caballero Bonald o una relectura de Albert Camus o la lectura de un artículo, hagan que me movilice y responda de alguna manera.
P. Hace casi dos años, con aquella edición de Cosmopoética dedicada a los novísimos que tú dirigiste, entrevisté a Vicente Molina Foix y terminamos hablando de este eterno debate sobre si el arte por el arte chocaba o no con esa visión social.
R. Sí, recuerdo aquella entrevista. Sigo pensando que una obra de arte contribuye a cambiar el mundo por el simple hecho de ser. Sigo pensando que la poesía de Góngora nos hace mejores ciudadanos y que tenemos ahí una puerta abierta como sujetos para asentarnos en nuestra individualidad y nuestra dignidad como personas, incluso. Creo que la cultura es un ejercicio de civismo en sí y que no requiere necesariamente un discurso ético colindante. Pienso eso, pero al mismo tiempo el cuerpo me pide más. Tengo una manera de leer muy corporal y el cuerpo me pide más. Y estamos viviendo una época en que eso se pone de manifiesto en la escritura, sin duda. En el último libro de Pere Gimferrer [Alma Venus, Seix Barral, 2013] también hay elementos reales y sociales. Y le han preguntado por qué le surge a él, que es el emblema de los novísimos. ¡Pero es que en su poesía siempre ha estado presente la actualidad! Y de forma muy viva, pero cargada de imágenes, de plasticidad, de belleza sensorial y plástica; pero la actualidad siempre estaba como un material más con la que trabajar. Yo, desde luego, creo que esa dicotomía entre culturalismo y compromiso es un error porque nos amputa como ciudadanos una mitad de nosotros mismos. ¿Solo se puede enarbolar un compromiso ético desde un discurso ramplón? ¿O el compromiso estético únicamente puede ser alto y bello si está desprovisto de discurso cívico? ¿Por qué? No lo entiendo.
Sigo pensando que la poesía de Góngora nos hace mejores ciudadanos y que tenemos ahí una puerta abierta como sujetos para asentarnos en nuestra individualidad y nuestra dignidad como personas
P. Y en esas que llega Robert Redford y pone a ambos mundos de acuerdo.
R. Robert Redford tuvo muchas opciones en su vida. Pero él llegó a un momento de encrucijada muy pronto. Redford, después de hacer Dos hombres y un destino, se convirtió en una gran estrella, aunque aquello era el resultado de haber tomado decisiones inteligentes. Por ejemplo, había una serie muy famosa en aquella época en Estados Unidos que se llamó El virginiano y a él le ofrecieron ser el protagonista, pero se negó. Esto tiene mérito porque cuando se negó no tenía prácticamente un duro, pero tuvo la lucidez de pensar que no se quería encasillar en eso ni dedicarse a la serie de televisión los siguientes años de su vida. Pero cuando hizo Dos hombres y un destino se convirtió en una de esas estrella de cine que no podía ir a ningún sitio, era como ahora Brad Pitt. Y él podía haber optado por una vía de cine comercial del que saliera bien parado para responder a ese estatus de estrella. Pero no, pronto empieza a decantarse en proyectos que a él le interesan como ciudadano. No olvidemos que Redford es un tío que le dan una beca de atletismo en la universidad de california muy jovencito pero renuncia y se va a París porque él quiere ser pintor. Y se tira tres años viajando por Italia, España y Francia viviendo con la poca comida que robaba de las tiendas y que se metía en el bolsillo del abrigo raído que llevaba. Esa juventud de Redford es muy desconocida, tanto como su faceta pictórica. De hecho, él para hacer las películas que dirige, primero las pinta: porque cuando empezó Gente Corriente se dio cuenta de que aquello no funcionaba y de qué el no controlaba las cámaras y entonces decidió pintar la película.
Creo que esa dicotomía entre culturalismo y compromiso es un error porque nos amputa como ciudadanos una mitad de nosotros mismos
P. Un story board.
R. Absoluto. También le gustaba escribir poesía. Es un experto en Scott Fitzgerald y de hecho aparece en muchas películas de Redford no solo porque hizo de Gatsby en El Gran Gatsby, sino porque siempre que hay una referencia literaria aparece Scott Fitzgerald. Desde que tiene posibilidad de escoger, busca siempre proyectos que él siente que pueden ayudar a transformar la sociedad. La historia del Watergate, por ejemplo y esto no se sabe, no es porque él quisiera hacer una película posterior sobre el tema al comprobar que había una una buena historia cinematográfica. Es que cuando él estaba rodando en Inglaterra El Gran Gatsby, la gente del equipo pensaba que era un poco asocial porque no salía de su caravana.
P. Porque estaba escribiendo...
R. No, porque estaba leyendo las pequeñas notas sobre el Watergate que el Washington Post sacaba en las páginas interiores porque, entonces, la propia dirección del periódico todavía no tenía claro que aquello se pudiese sacar en la portada. Llamó por teléfono a Woodward y a Bernstein y les dijo: “Hola soy Robert Redford y quiero hablar con vosotros”. Y Woodward le colgó porque pensaba que era un bromista. Y cuando acabó el rodaje de Gatsby se entrevistó con ellos, les dijo que tenían que escribir un libro que terminó siendo un exitazo.
P. Todos los hombres del presidente.
R. Efectivamente y después siempre han admitido que Redford fue fundamental en el enfoque que le dieron a la historia.
P. En su visión dramática.
R. Efectivamente. Y aquel proyecto era una idea personal de Redford que él mismo quería dirigir. Pero los productores le dijeron que no, que bastante tenían con enfrentarse con la Casa Blanca para que encima aquello fuese un desastre económico. Así que le hicieron ser el protagonista y aunque la película la dirigió Alan J. Pakula, está codirigida por Redford. De manera casi simultánea, cae el Gobierno de Richard Nixon y para un gran sector conservador, el culpable de la caída de Nixon es el propio Redford. Y llega hasta haber un intento de secuestro de Redford en París y su propio servicio de seguridad, con ayuda de la embajada, lo detectan a tiempo y lo evitan. Pero esto no es nada, por ejemplo, para proteger parques naturales se ha enfrentado también con industrias químicas terribles. Las mismas que en Estados Unidos matan a periodistas porque los intereses son de millones y millones de dolares. Tampoco vamos a santificar a Redford pero no es un hombre vulgar, tiene muchos matices, complejidades.
Líbrenos la vida de personas sin complejidades y sin contradicciones
P. ¿Has leído el libro Sexo, mentiras y Hollywood (Anagrama)?
R. No lo he leído.
P. Es de Peter Biskind, un periodista especializado en el mundo del cine que escribió una historia sobre la generación que cambió Hollywood entre los sesenta y los setenta, llamada Moteros salvajes y toros tranquilos (Anagrama). Pues bien luego escribió Sexo, mentiras y Hollywood, sombre el boom del cine independiente en los noventa, a partir de la película Sexo, mentiras y cintas de vídeo.
R. Que se estrenó en Sundance.
P. Efectivamente y Sundance y Redford juegan un papel importante. Pero Redford se negó a hablar con él para el libro y la imagen que sale de él llama mucho la atención sus sombras y sus contradicciones.
R. Es natural. Yo creo que las personas, cuanto más interesantes son, más sombras tienen. Líbrenos la vida de personas sin complejidades y sin contradicciones. Esas contracciones son las que nos motivan, las que nos hacen avanzar. Una persona sin conflictos tiene mucho más difícil evolucionar con respecto a sí mismo y a quienes le rodean.
P. Vamos a quedarnos en esto del conflicto y las contradicciones. Vida y leyenda del jinete eléctrico está llena de afirmaciones en un sentido y en otro, de contradicciones. ¿Estaba previsto?
R. No estaba previsto pero es que esa contradicción sí está en mi percepción de las cosas. Hay un momento del libro en el que digo “Hoy voy a darlo todo el idioma o la vida culturalismo compromiso bien eso lo hablaremos en otro momento”. Cuando, en realidad todo el libro habla de eso. Bien. La pregunta no me interesa.
P. (Silencio)
R. No la que tú me acabas de hacer, sino la dicotomía entre culturalismo y compromiso, que es una pesadez en la poesía española por parte de todos. Pero sí me interesa lo que subyace en la pregunta. Me interesa cómo hay un discurso que sin polarizar puede dar lugar a territorios de encuentro. Entre una afirmación rotunda y una contra-afirmación rotunda puede haber un territorio en el que se produzca una cierta mixtura en el que se pueda construir algo. Y no es que nos pasemos el tiempo diciendo una cosa y luego lo contrario; sino que la vida nos obliga a eso. El que no está en la vida, el que no se mancha las manos, el que no se mancha de barro nunca se entera de nada ni de las complejidades que nos abordan. Y una de las cosas que creo que nos resultan más difíciles es mantener cierto tipo de principios y, al mismo tiempo, mantenernos a flote. La propia vida nos dice una cosa y la contraria; y un amigo te traiciona y otra persona que no conoces demasiado te da un ejemplo de solidaridad que te impresiona. Yo tenía claro que el libro no trata de mí, aunque esté presente en ciertos versos y pasajes. Pero sí trata de mi percepción de las cosas. Y ahí está presente continuamente la afirmación y la negación.
El que no está en la vida, el que no se mancha las manos, el que no se mancha de barro nunca se entera de nada
P. La poesía vive otra contradicción entre su esencia intimista y su afán por salir a la calle. Cosmopoética nace de esa contradicción. El festival ya tiene diez años. ¿Sigue siendo una vía para compaginar esa dicotomía?
R. La repuesta tiene varios niveles. Y verás que en mi respuesta también habrá contradicciones porque la vida la entiendo así. Bueno, por un lado veo el plano de la propia escritura, el plano de la gente y el plano de las actividades de festivales como Cosmopoética y similares. Por parte de la escritura, el poeta ha de dejar de escribe para los poetas. A mí eso no me interesa y mira que, a lo mejor este es mi libro más poético y con más torrente de imágenes. No es un libro fácil pero tampoco lo he escrito pensando lo que vayan a opinar oros poetas. Creo que la poesía debe olvidarse un poco del ruidillo de la poesía y la escritura debe salir un poco de su marco acostumbrado. Y es que nos hemos acostumbrado a que la poesía sea algo minoritario que se ocupe de cosas minoritarias. El mundo poético es minoritario pero es pequeño también. Y no creo que en un mundo que es vocacionalmente pequeño se puedan abordar grandes cuestiones de forma, creo que hay una obligación moral por parte de os autores en dejar de pensar en sí mismos y pensar en todo lo que les rodea, dejar de pensar en cómo escribe cada uno, que ya sabemos que tiene su estilo y su manera y ver cómo eso se puede implantar en la sociedad que nos rodea y ver si ahí puede decir algo.
Creo que la poesía debe olvidarse un poco del ruidillo de la poesía y la escritura debe salir un poco de su marco acostumbrado
Con respecto a la gente, tampoco nos podemos llevar a engaño, vivimos en un mundo que ha desplazado a la poesía. Desde un punto de vista audiovisual, todavía me sigo llevando bien con los chavales jóvenes de los institutos. Pero cada vez me cuesta más trabajo hablar en un lenguaje que sea común a todos. Hay toda una generación que se está educando con una violencia y una agresividad verbal aplastante. El daño que Telecinco ha hecho a la educación de la sociedad española no se resolverá durante generaciones. Ahí hay un poso de maldad verbal, zafiedad moral y terrorismo emocional que es brutal. Aunque los planes de estudio fueran perfectos en España -que no lo son- sería imposible luchar contra eso. Así que imagínate leer a Juan Ramón Jiménez.
El daño que Telecinco ha hecho a la educación de la sociedad española no se resolverá durante generaciones
Cuando se habla de sacar la poesía a la calle hay que ser muy consciente de lo que se está haciendo. Soy un náufrago, estoy en una isla desierta y estoy solo pero tengo una botella, le meto un papelito y la tiro al mar. ¿Existe la posibilidad de que esa botella llegue a alguna parte? Sí, por eso la tiro al mar. Pero no nos engañemos, es bastante probable que acabe en el fondo del océano.
P. Es una imagen bastante desesperada.
R. Sí. Es que cuando decimos lo de sacar la poesía a la calle... A ver, lo que se ha hecho en Cosmopoética creo que ha tenido un efecto muy positivo con sus acciones más visibles, como colgar poemas de los balcones o hacer montajes y performances. Pero, desde luego, la poesía es coger a Pablo Neruda, sentarte y leerlo. No tiene mucha más historia. Y creo que esto no se debe perder de vista, la poesía nunca ha sido algo mayoritario porque conlleva un aprendizaje. Y ahí sí que hay que poner el acento, enlazando con los festivales y con Cosmopoética, de nuevo. Creo que donde hay que poner el acento es en dar las claves a la gente para que cuando se acerquen a un texto poético lo interpreten. La poesía tiene sus propias claves y códigos. No se nace sabiendo. Puedes saber leer y no saber leer poesía. Y lo más común, para los que tenemos la costumbre de frecuentar clubes de lectura, es que te digan “yo es que la poesía no la entiendo”. Y eso a la gente no le gusta porque se siente ignorante y eso no es agradable para nadie. Por eso, lo primero que hay que decir es que hay otra manera de leer poesía y que puede parecerse más a ver una pintura abstracta o a escuchar una melodía: algo te suscita, una imagen te dice algo, una palabra puede removerte. Partamos de eso, pongamos ahí el asidero y sigamos. No nos centremos en qué dice el texto sino qué nos dice el texto a nosotros. Trabajando en esa línea, creo que es más fácil que la poesía poco a poco se convierta en algo más asequible para la gente. Pero no bajando el nivel de la poesía, sino ayudando a los lectores con herramientas de codificación que les permita acercarse a un texto poético de otra manera.
La poesía es coger a Pablo Neruda, sentarte y leerlo. No tiene mucha más historia
P. ¿Ese papel lo cumplen los festivales de poesía?
R. Algunos sí. En Cosmopoética siempre se ha fomentado el tema de los talleres. Cosmopoética ha dejado un poso muy bueno. Solo el hecho de que la poesía se convierta en tema de conversación pública ya me parece positivo. Y esto, conjugado con las lecturas, los recitales, es una buena simbiosis. Por otro lado, creo que los poetas tienen que implicarse un poco más. A mí no me gustan los escritores llorones -hay demasiados- porque el llanto como actitud ante la vida no me gusta porque no transforma nada. Y la única forma de cambiar y crecer es poner el acento en lo que depende de nosotros. Si tu quieres que la gente te lea y te escuche, háblales. Preocúpate de que haya recitales, avisa a la gente, ponlo en las redes sociales y si además quiere aliñarlo con otras cosas, perfecto. Pero siempre sabiendo que la poesía es estar sentado en tu casa leyendo a Góngora.
El llanto como actitud ante la vida no me gusta porque no transforma nada
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