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Aceite, 8: un sueño logrado en 30 años

Propietarios del patio Aceite, 8 | ÁLEX GALLEGOS

Redacción Cordópolis

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Los sueños, a veces, se cumplen. Pero no cuando uno lo desea, sino cuando llega el momento. El sueño de José Antonio Espinosa, que ahora tiene 60 años y está prejubilado, y el de su mujer, Carmen Lopera, ha sido levantar su casa-patio en la calle Aceite, en el barrio de Santiago, algo para lo que han tardado más de 30 años. Hace unos 33, lo que hoy es una casa de 600 metros de superficie con tres patios a distintas alturas, y con personalidad propia cada uno, era una humilde y antigua casa de vecinos sin valor artístico con habitaciones de uralita en la que antaño llegaron a vivir unas veinte familias. El matrimonio Espinosa Lopera vivía entonces en un piso cercano de solo 45 metros cuadrados con lo básico, bastante estrechos a decir verdad.

Pero José Antonio decidió comprar la antigua casa vecinal para construir allí la suya propia a lo largo del tiempo, de manera que ahora cuenta con la vivienda principal, un dúplex que espera a su hijo que vive ahora en Madrid, un porche de verano, bodega y cuarto para las herramientas. Y como elemento  unificador: el patio. El dueño de la casa cuenta a CORDÓPOLIS que no era su intención “hacer este patio tan exuberante” pero poco a poco es lo que ha conseguido. Se entra a la casa por el patio que llaman “de los chinos” por el enchinado cordobés del suelo sobre el que hay una fuente; se sigue por el “de las orzas” porque las flores tienen como maceta estas vasijas antiguas y otras nuevas y finalmente se llega al patio más grande, el “del jardín o de la piscina”, que tiene este nombre por la gran fuente que les sirve para darse unos chapuzones en verano.

No ha contratado a ninguna empresa José Antonio para que le construya la casa, todo ha pasado por sus manos “a base de mucho trabajo y esfuerzo”, aclara, aunque haya contado con ayudantes. Ahora también los necesita para cuidar de las plantas y ponerlas a punto para el concurso de mayo ya que hace un año y cinco meses que está operado de cinco vértebras, por lo que lleva corsé y sus movimientos están más limitados que antes. Pero él no deja de trabajar y de esforzarse. Su mujer asegura que “tú le quitas esto a mi marido y lo matas. Abrirlo para que lo vea la gente es para él como el día de Reyes para un niño”. Porque, aunque ella ayuda, el que lleva la “dirección artística” y la principal carga es él.

Pero el patio le recompensa el esfuerzo con creces. “Vivir en una casa de estas es un privilegio. No hay palabras para poder explicar lo que esto es, vivir en un lugar así, tan espacioso. Sales por la mañana sea verano o invierno y te sientas en el porche, es una delicia ver llover, las noches de verano son buenísimas. Como me dicen miles de personas: da envidia sana”. Aunque abunda en que “también acarrea muchísimo trabajo”. “No es tener cuatro enredaderas y 300 macetas que si se secan las cambias”. En este patio de Aceite, 8 hay mucha arboleda y plantas que hay que mantener todo el año aunque sea en primavera cuando den su mejor cara. Entre las especies que se pueden ver están un ficus, cipreses, magnolio, naranjo, margaritas, jacarandas, jazmín de Madagascar, yedras, buganvilla, y otras flores de temporada que se ponen para el concurso para reforzar la ya de por sí bella estampa del lugar.

José Antonio y Carmen comenzaron a presentarse a concurso en 1999 animados por quienes entraban a visitar su casa cuando la abrían los fines de semana de mayo y lo anunciaban con un cartel en la calle. “El público me decía que lo presentáramos y empecé a comprar más flores”, y así lo hicieron. Pero nunca pensando en lo económico de un posible premio. Porque “con los patios no se gana dinero, hay que ponerle”, dice la mujer. Y José Antonio añade que “estás comprando plantas en todo momento, es como un coche viejo, esto es una casa que para tenerla bonita hay que echarle dinero a cada instante”.

En todo este tiempo han conseguido algunos accésit. Uno de los premios del que más orgulloso está este hombre es el de “Planta singular” por su gran palmera que tiene 40 años. La recogió cuando iban a tirarla a un contenedor, y la plantó, “y luego le entró el picudo y de nuevo la salvó” dice su mujer. Es una de sus satisfacciones, como lo es apoyar a la principal fiesta de Córdoba. “Porque Córdoba sin los patios no sería lo que es. Ni la Feria, ni las Cruces, ni la Noche del Flamenco... el concurso de Patios es único en el mundo” y por eso está reconocida la labor y la forma de vida en estos espacios por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Y “que yo haya participado en el nombramiento en todos estos años presentándome me hace sentirme orgulloso”, menciona José Antonio. Y todo con mucha implicación y dedicación, especialmente durante el concurso, cuando se forman colas a las puertas de su casa y su mujer debe de tener preparada y congelada comida para todos los días para “meterla en el microondas cuando cerramos a mediodía porque luego hay que ponerse a limpiar rápido después de comer el patio para prepararlo para por la tarde”. El concurso les hace llevar un ritmo frenético, de ahí que tengan la comida preparada para el tiempo que cierran a la hora de almorzar. Un trabajo en toda regla pero que ellos hacen con mucho gusto y también satisfacción.

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