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Historia de una devoción a través del arte

Imagen de 'La Saeta', de Julio Romero de Torres.

Rafael Ávalos

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“Recinto de silencios. Aljamiada / Plaza de los Dolores. Geometría / de cielo cal. Tapiada Andalucía / Córdoba en soledades cubicada”. De tal forma comienzan unos versos cuyo conjunto tiene un título fácil de adivinar. Se trata de Plaza de los Dolores, del poeta pero también pintor –y viceversa– Mario López. Las palabras del artista de Bujalance, miembro de Grupo Cántico, quedan recogidas para la posteridad en uno de los encalados muros de la plaza de Capuchinos –con entrada desde la calle Conde de Torres Cabrera–. Por supuesto, como resulta igualmente sencillo de intuir, el autor se aproxima a la imagen mariana que da nombre, para él, a tan emblemático espacio. “Patio de Estrellas. Virgen entre lirios / de primavera. Virgen desmayada / bajo el temblor incierto de los cirios. / Ámbito de la sombra iluminada”, es otro extracto de la pieza poética.

Éste es sólo un ejemplo de la importancia que en el arte tiene la devoción popular por Nuestra Señora de los Dolores. Tanto es así, desde hace siglos, que el fervor popular es particularmente alto en torno a una imagen que, al principio, no mostrara el rostro que perdura y es reconocible hoy en día. En cierto modo, es además la muestra de la impregnación de las emociones que genera en la cultura –en la social pero no menos en de campos como pintura o literatura–. En cualquier caso, todo confluye para crear una profunda raigambre de buena parte de la ciudad hacia la talla mariana, a tal nivel que es conocida como Señora de Córdoba. Quizá tenga más sentido para quien no lo pueda comprender al tratarse de una advocación llevada a la imaginería a comienzos del siglo XVIII.

Fue en 1717 cuando se decidió encargarle al escultor cordobés Juan Prieto la hechura de la Virgen. La hermandad existente entonces abonó 1.053 reales y 8 maravedíes por la obra, si bien ésta no continuó a lo largo de los siglos en su aspecto original. La junta de gobierno de la corporación no quedó contenta con las facciones de su rostro, por lo que el imaginero debió realizar otra faz –por la que cobró, así lo recuerda su servita cofradía, 100 reales de vellón–. Ya en 1719, al fin, el artista entregó la actual talla de Nuestra Señora de los Dolores. “Su rostro nos transmite una compasión y ternuras infinitas, su llorar es profundamente sereno, tan sólo un leve pinzamiento en su entrecejo nos lleva a comprender su punzante dolor”, señala su hermandad.

A partir de ahí, poco a poco, nace una devoción inmensa en la ciudad hacia la Virgen de los Dolores. Un fervor popular que alcanza incluso la pintura de uno de los más relevantes artistas de Córdoba. Es Julio Romero de Torres, quien no estuvo ligado en el plano sentimental a la talla de Juan Prieto. Su apartado personal trascendió los años porque lo trasladó al lienzo hasta en dos ocasiones. Uno de sus cuadros es La Saeta, perteneciente a la Fundación Cajasur y que hoy por hoy puede contemplarse en el Palacio de Viana. Curiosamente, esta reconocida obra, tuvo como punto de partida, ya que ésta fue la referencia del autor, la saeta del Santo Cristo de Gracia. De hecho, no sólo aparece al fondo la Señora de Córdoba sino el Crucificado, que popularmente es el Esparraguero.

El otro cuadro del pintor dedicado, esta vez más exclusivamente, a Nuestra Señora de los Dolores es La Consagración de la Copla. En esta ocasión, Julio Romero de Torres presenta a la Virgen en procesión también. Como nota curiosa, la Señora de Córdoba marcha en un paso imaginado por el autor y también con una peana deseada por él. Pero sin candelería, a todo esto. A su muerte, el pintor recibió la misa por su funeral en la iglesia hospital de San Jacinto, con la imagen muy presente. No faltó muchos años después la muestra de fervor de uno de los grandes poetas de la ciudad a lo largo del siglo XX. No es otro que Pablo García Baena, también miembro de Grupo Cántico por supuesto, que refirió a la talla de Juan Prieto no pocos versos. Aunque sin duda los más recordados son los que dan forma a Cántico de los Santos en honor a Nuestra Señora de los Dolores. “Dispuesta está la lengua en aclamaros. / Miles de voces, cuyo poderío / aplaca de Aquilón la helada tromba, / erigen obeliscos a tu nombre, / estremecen silencios de armonía”, son algunas de las líneas de un poema en que se presenta a la Virgen como “oh Báculo, oh Reina de los Confesores”. Reflejó así, quien también sintió una profunda devoción por el Santísimo Cristo del Remedio de Ánimas, lo que en el pueblo produce la Señora de Córdoba.

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