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Hay veces que resulta imposible separar pasión y afición. Deporte y familia. Hay circunstancias en las que todo es uno, y la llama se traspasa de generación en generación. Es tradición. Es descendencia. Es ilusión. Es ADN. A principios de los años 90, Antonio Camino decidió crear una asociación deportiva vinculada con el hapkido, una disciplina de escasa tradición en Córdoba, y que a su vez, por aquellos años, tampoco estaba muy extendida en España. Fue un deseo personal, y que le hizo pasarse del taekwondo al hapkido, pero que poco a poco se fue convirtiendo en una ilusión compartida que derivó en lo que hoy en día se conoce como el Janol Do Dochang.

Formación y legado deportivo en su máxima expresión, y que fue edificándose progresivamente a través de la autosuficiencia y el empeño del su fundador, quien desde el primer día quiso a su vez transmitir esos valores y conocimientos que él mismo iba aprendiendo, a los más pequeños. Y siguiendo esa máxima, con el paso de los años, el club ha ido evolucionando hacia un colectivo deportivo que vive y sueña a través de dicha práctica, sin más pretensión que la enseñanza y el disfrute.

Esos primeros pasos convirtieron a Camino en un pionero dentro de este arte marcial e impulsor del estilo Yang Hum Kwan, lo que le hizo ser uno de los maestros más respetados de España. Fue en el año 1995 cuando se constituyó finalmente esa ilusión propia que tenía, aunque tan solo pudo disfrutar de ella durante poco más de un lustro, ya que perdió la vida a finales del año 2000, justo cuando la entidad se había trasladado a la sede que tiene actualmente en la calle Murcia de la capital cordobesa. “Dentro de que es un club deportivo, lo tenemos también por cariño y por reconocimiento al esfuerzo de Antonio Camino”, valora Rafa Mora, directivo del club, y quien fuera alumno de éste, además de una pieza indispensable en la transición que vivió desde entonces la entidad.

Desde esos primeros años de la fundación del club, ya se trabajaba con las categoría base, dado que dicho precursor tenía claro que “la base de cualquier arte marcial, o de cualquier deporte, son las nuevas generaciones”, explica Mora, quien expone como Belén Camino, hija de Antonio, recogió el testigo a principios de este siglo y desde entonces ha sido ella la punta de lanza del club, queriendo prologar el legado de su padre a través de la formación con los más pequeños. Hay aprendizaje, hay seguridad, hay disciplina, pero también hay mucha diversión durante un entrenamiento del Janol Do Dochang.

Desde los más pequeños a los mayores, son más de medio centenar de alumnos los que tiene actualmente el club cordobés, distribuidos por edades y niveles de conocimiento de este arte marcial. Eso sí, con una particularidad significativa. Y es que dicha entidad no compite, ya que “desde hace ya muchos años estamos centrados en el crecimiento del niño, que aprenda, que se desarrolle como persona, que se le inculquen unos valores y, sobre todo, que desarrolle unas capacidades motrices que el día de mañana le permitan ser una persona coordinada, fuerte, sana y respetuosa con la gente”, añade el directivo y entrenador del club.

Así ha ido cumpliendo años un club alejado de los focos, pero que ha dejado huella en multitud de sitios. De hecho, desde que Antonio Camino pusiera en marcha su novedosa idea del hapkido, fueron muchos los que se unieron a su estilo. Es más, tal fue el impacto que provocó el Janol Do Dochang, que el club cuenta desde hace años con una filial portuguesa. Así es, en las paredes de su dōjō puede verse un mural que alude a este vínculo, también de esencia familiar aunque no se comparta la sangre, y que en el país vecino encabeza Paulo Filipe Ribeiro Dos Reis. Y al igual que lo hace con su fundador, dicho espacio también rinde homenaje a Paulo Alexandre Gonçalvez Ribeiro Dos Reis, a quien el destino truncó el futuro de quien estaba llamado a ser un gran maestro.

Así las cosas, la tradición se abre paso en cada entrenamiento del Janol Do Dochang. Hay un respeto claro del alumno al maestro, pero también hay diversión y mucha ilusión entre las decenas de niños y niñas que cada día pasan por la sede del club, donde figuran multitud de imágenes del pasado, que a su vez está muy presente, y sobre de un futuro próspero que es el que le da vida eterna. Una verdadera familia, de sangre en la memoria, de valores sobre el tatami.

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