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Cuando nadie me ve

Grada de El Arcángel en el Córdoba-Osasuna | MADERO CUBERO

Paco Merino

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El Córdoba es a día de hoy un perfecto equipo intrascendente. Mucho más aún que en aquellos tiempos en los que los aficionados soñaban con tener “una Feria tranquila”. Esa expresión encerraba un deseo: que los blanquiverdes tuvieran en esa fecha los cincuenta puntitos más o menos asegurados y así poder garantizar que el tiovivo del fútbol podía seguir girando. Siempre pasando por el mismo lugar, repitiendo la misma sonrisa de fingida alegría. Todo va bien, no hay problema, conocemos el camino. No conduce a ninguna parte, pero eso es lo de menos. Y así pasan los días, los años y las temporadas. Para el cordobesista, ser feliz es no sufrir. Y si hay que hacerlo, que sea por un buen motivo. Como esta temporada no ha habido motivo ni motivación, pues ha pasado esto. La felicidad -la sencilla felicidad del cordobesista: orgullo de pertenencia, resultados suficientes, un fútbol decente y entradas baratas- huyó de El Arcángel. Quedó lo que se ha visto en la despedida del mapa del fútbol profesional después de doce años.

El adiós fue una paradoja más. Un día grande de Feria, decenas de miles de personas divirtiéndose en El Arenal, y un estadio vacío en el mismo corazón del jolgorio. Un oasis de pena en el paraíso de la jarana. El Córdoba, o lo que queda de él, exhibió su miserable estampa con esas gotitas de dignidad que a alguno aún le quedaban. Venía un equipo de Primera para visitar a un equipo ya de Segunda B. Osasuna se proclamó campeón en un escenario extraño. Los jugadores rojillos podrán contar este suceso dentro de muchos años: no todos los días se celebra una fiesta en un cementerio. De hecho, los navarros no quisieron hacer demasiado daño a un adversario derrotado en todos los órdenes. Desde lo futbolístico a lo mental. La mayoría de quienes vistieron la blanquiverde no volverán más por aquí. Falta todavía una cita más, en Riazor el sábado que viene. Después, todos cogerán las maletas y se irán a donde puedan a olvidarse de todo esto. Algunos encontraron una puerta abierta y se largaron como alma que lleva el diablo: Blati Touré a Burkina Faso -parece le quieren en el Panathinaikos griego- y el murciano Carrillo a Israel, donde buscará acomodo en el Hapoel Beer Sheva después de ser internacional con Filipinas.

Este Córdoba no es reconocible ni recordable, más allá de sus pestilentes estadísticas. Rafa Navarro alineó un último once en El Arcángel con cuatro cedidos y una gran mayoría de profesionales que finalizan contrato. El papel fue el de siempre: tristón y poco atractivo. La salida de Andrés desde el banquillo -justo tras el gol de Alfaro- provocó los pocos aplausos de la noche. El de Aguadulce le metió un buen pase a Federico Piovaccari para que el italiano hiciera su gol número 13: la peor temporada colectiva del Córdoba en su historia reciente ha sido una de las mejores de la carrera del tanque de Gallarate. Es verdad que las crisis son una oportunidad. Este verano le sonará el móvil.

Navarro hizo debutar al juvenil Moyano y descartó al final a Chuma, que pasa por ser una de las grandes esperanzas para el proyecto deportivo del curso que viene. Ese que dice que está preparando Jesús León, presidente y propietario que bebía agua en el palco de autoridades -sin políticos, como antes de las elecciones- observando el resultado de la obra. Seguramente pensando en tiempos mejores por una simple razón: peor que ahora es imposible. Aunque quién sabe. Eso será otra historia.

Al montoreño apenas le quedan aliados. Después de cuatro meses y medio de silencio apareció a mediados de semana para ofrecer una larguísima rueda de prensa. Pretendía despejar dudas y tiró mucho de matemáticas. La segunda mejor gestión económica de la historia del club en Segunda, dijo. Ingresos de récord y superávit, dijo. Un proyecto para volver a Segunda B con un presupuesto de entre 3'5 y 4 millones, dijo. Y si hace falta dinero para completarlo, lo pone él, dijo. Volverá a aparecer para hablar de futuro y plan deportivo en la segunda quincena de junio, dijo. Y por lo que dijo durante el partido la afición, no parece que sus promesas hayan levantado olas de entusiasmo. Le dedicaron desde el pitido inicial -también a los jugadores- una andanada de cánticos hirientes. Luego, visto lo visto, el personal tomó la puerta de salida antes de tiempo y continuó el simulacro en el césped.

Los cordobesistas con más horas de vuelo encajaron otro de esos pellizcos emocionales tan propios de este tipo de desastres. El capitán de este Osasuna de Primera era Xisco Jiménez, uno de los hombres que estuvo en el último ascenso a Primera del Córdoba y uno de los componentes de la plantilla en la élite de fútbol nacional. Fue en la 14-15. Parece que hablemos del Paleolítico, pero fue antesdeayer. El delantero mallorquín sabe lo que es el Córdoba: aquí fue denostado e idolatrado hasta límites extremos Acabó ganándose el puesto y el brazalete de capitán. Su vida fue a mejor. La del Córdoba, en picado. Xisco marcó el primer gol y pidió perdón a la afición, mirando con las manos juntas hacia los asientos vacíos. Le ovacionaron cuando fue sustituido. “A todos los que hemos vestido la camiseta de este equipo nos duele verle así”, expresó al final del extraño evento.

Esto se ha terminado. El Córdoba tiene a día de hoy una pinta horrorosa en todos los órdenes. Colecciona problemas gravísimos que no le importan absolutamente a nadie de puertas para afuera. Este es nuestro drama. Habrá que volver a trabajar duro para volver a ser alguien. Los jugadores del Córdoba no saldrán en los cromos, la televisión pondrá el foco en otros escenarios y aquí nos quedaremos con nuestras movidas. El Córdoba se marchó sin que nadie lo viera. Que levante la mano el que sepa quiénes estarán -desde el palco hasta el césped- cuando regrese en agosto.

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